domingo, 31 de julio de 2011

Jesús multiplicó los panes y los peces



“Jesús multiplicó los panes y los peces” (cfr. Jn 6, 1-15). La multitud, que ha ido a escuchar a Jesús, llegado el mediodía, se encuentra con hambre. No hay recursos materiales para alimentarla mínimamente, dado el elevado número de sus integrantes –“Doscientos denarios no bastarían para que cada uno comiera un pedazo de pan”, dice Felipe-, y se encuentran lejos de algún lugar poblado en el que podrían alimentarse.

Frente a esta situación, Jesús multiplica panes y peces para que la multitud pueda saciar su hambre. Su acción podría interpretarse como el gesto de un hombre de Dios que se apiada de la multitud, que tiene hambre, y por eso le da de comer: el gesto de Jesús surge luego del diálogo con Felipe, del cual resulta que la multitud es muy grande, está hambrienta, y no hay nada para alimentarla.

El milagro de Jesús, si bien sacia a la multitud en su hambre corporal, es algo mucho más grande que el simple dar de comer a una multitud hambrienta: mucho más que eso, es la prefiguración de una multiplicación inconmensurablemente más prodigiosa y asombrosa, la multiplicación de su cuerpo y de su sangre en el altar.

Multiplicación del pan material, saciedad del hambre corporal, y saciedad del espíritu por la palabra escuchada que pronuncia Jesús, signo de un prodigio mucho mayor: la multitud va para escuchar la palabra de Jesús, y recibe, por el milagro de Jesús, además de la palabra, el sustento para el cuerpo, y recibe además un signo de que, más que su apetito corporal, lo que le será satisfecho en adelante, gracias al sacrificio de Jesús en la cruz, será su apetito espiritual, su sed y su hambre de Dios.

Todo esto que hace Jesús por la multitud de la que habla el evangelio, aún en su grandeza, es poco, comparado con el milagro maravilloso que obra la Iglesia en el altar.

Si el milagro de Jesús de multiplicar panes y peces es algo grandioso y demostrativo de su poder divino –sólo Dios con su omnipotencia puede crear la materia a nivel atómico y molecular de modo que donde no había nada, ahora comience a existir la materia que constituye a los panes y a los peces-, la Iglesia hace algo mucho más grande que multiplicar panes y peces, porque multiplica la Presencia sacramental de Dios Hijo: multiplica el Pan Vivo bajado del cielo, el maná verdadero, y multiplica, en vez de la carne blanca de un pez muerto, la carne roja y viva, llena de la gloria de Dios, del Cordero Inmaculado.

Y es para pre-figurar y anticipar este grandioso milagro eucarístico, obrado por su Iglesia, que Jesús hace este milagro con su poder de Hombre-Dios.

Jesús no lo hace con la simple intención de solucionar el problema no previsto por sus discípulos, ni con la sola intención de saciar el apetito corporal de la muchedumbre.

Su milagro es una figura y un tipo del ese milagro aún más asombroso, la multiplicación de su cuerpo en el seno de la Iglesia. Solo que para este milagro el escenario es distinto, diverso al prado donde se congrega la multitud de cinco mil: el lugar, un altar de piedra en una iglesia cualquiera; la muchedumbre, mucho más que cinco mil, ya que toda la Iglesia está hambrienta de ese pan; lo que se dispone, es nada más que pan sin levadura y vino traído de la vid, y sin embargo, Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, obra el milagro más grande que ni siquiera pueda concebirse: multiplica, en el pan ofrecido en el altar, su cuerpo y su sangre, y lo da a toda la multitud, dispersa a lo largo de toda la tierra, y junto con este Pan, dona su Espíritu Santo.

Este milagro de la multiplicación de su cuerpo y de su sangre, la Eucaristía, y el don añadido de su Espíritu Santo, es infinitamente más grandioso y sublime que dar de comer a cinco mil personas panes y peces, lo cual demuestra que la misericordia de Dios para con nosotros no tiene límites.

Jesús multiplica pan y pescado; la Iglesia multiplica Pan Vivo y Cordero.

miércoles, 27 de julio de 2011

El Reino es como una red



“El Reino es como una red” (cfr. Mt 13, 47-53). Jesús utiliza la figura de una red de pescador para graficar al Reino de los cielos: así como en la red, luego de ser izada, quedan toda clase de peces, en buen estado algunos y otros en descomposición, y así como los pescadores separan a los unos de los otros, así los ángeles de Dios, que son los encargados de intervenir al fin de los tiempos, separarán a los hombres buenos de los malos, para conducir a los buenos al Reino de Dios, y sepultar a los malos en el infierno.

En la figura utilizada por Jesús, el mar es el mundo y la historia humana; la barca es la Iglesia; los peces son los hombres: los que están en buen estado, y sirven para alimento y por esto son separados en canastos, son los hombres que, al fin del tiempo, están en gracia de Dios y por lo mismo ingresan en el cielo; los peces que están en mal estado, porque han muerto en el mar y han comenzado a descomponerse y así los ha recogido la red, son los hombres malos, los que rechazaron la gracia divina y obraron el mal, siendo arrastrados por sus pasiones –ira, pereza, gula, avaricia, maledicencia-, y murieron en pecado mortal, sin la gracia de Dios, y por lo tanto sus almas hieden en el momento del Juicio Final.

¿Qué representa la red? Representa a Jesucristo, el Hombre-Dios, y su gracia: así como en la pesca los peces se reúnen todos en una red, así al fin del tiempo los hombres son congregados delante de Cristo. Los peces buenos, son quienes permanecieron unidos a Cristo por la fe y por el amor, obrando la misericordia y la compasión, llevando la cruz de cada día; los peces malos, son quienes eligieron libremente separarse de la ley de la caridad dada por Cristo, y es así como arrojaron la cruz lejos de sí, y se dirigieron, con pasos apresurados, en la dirección contraria a la del Calvario.

“El Reino es como una red”. Cristo Eucaristía es la red, que busca atraparnos no con hilos tejidos, como las redes de los pescadores, sino por medio del don de su Amor, que es infundido cada vez en la comunión eucarística. Quien comulga y no convierte su corazón; quien comulga y no perdona; quien comulga y obra el mal, en cualquiera de sus formas, vive separado de Cristo y al fin de los tiempos será separado para siempre.

martes, 26 de julio de 2011

Vende todo lo que tiene y compra el campo



“Vende todo lo que tiene y compra el campo” (cfr. Mt 13, 44-46). El hombre que repentinamente descubre un tesoro en un campo al que creía sin valor alguno, y va y vende todo lo que tiene para comprarlo y así adquirir el tesoro, es la figura del católico que, luego de muchos años de indiferencia hacia su religión, de pronto, iluminado por la gracia, toma conciencia de los tesoros de valor infinito que hay en su Iglesia.

Si antes veía a la Iglesia como un campo desértico, sin nada atractivo ni valioso en él, ahora lo ve tan lleno de tesoros, que vende lo que tiene, es decir, deja su vida mundana, y entra en la Iglesia, es decir, compra los tesoros que Ella encierra.

Si antes pasaba por la Iglesia, y le daba lo mismo si estaba abierta o cerrada, ahora entra y va en busca del Sagrario, para adorar a su Dios que está ahí escondido por amor a él.

Si antes asistía a Misa sólo para funerales o bautismos, ahora no falta nunca, porque sabe que en cada misa, Dios Padre le da todo lo que tiene y lo que es, su Hijo Jesús en la Eucaristía, y en la Eucaristía Jesús le da todo el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

Si antes no se confesaba, porque pensaba que no tenía sentido decir los pecados a un hombre, ahora se confiesa seguido, porque quiere recibir cuanto antes la Divina Misericordia que se derrama en su alma a través del sacerdote ministerial.

“Vende todo lo que tiene y compra el campo”. Muchos cristianos viven como el hombre de la parábola antes de su descubrimiento: para estos cristianos, la Iglesia es algo sin valor, como un campo sin cultivar, pedregoso y seco.

Hace falta rezar mucho para que la luz de la gracia los convierta de su ceguera.

lunes, 25 de julio de 2011

El trigo y la cizaña serán separados al fin de la cosecha, en el Último Día



En la parábola del sembrador (cfr. Mt 13, 34-46), se da un hecho que no es frecuente en agricultura: la siega de la cizaña: será “arrancada y arrojada al fuego”.

¿Qué significa esta acción en el plano sobrenatural?

La cizaña es llamada también “falso trigo”, puesto que imita en todo al trigo, pero no tiene las propiedades alimenticias de este, y es muy difícil percibir la diferencia entre uno y otro. Una diferencia que sí se puede percibir entre el trigo y la cizaña es que el primero lleva fruto y cuando está maduro, termina por inclinarse, debido al peso de éste; por el contrario, la cizaña, al estar hueca y ser estéril, sigue erguida, porque el vacío de su interior no doblega su espiga.

En la parábola, la cizaña es “la semilla que pertenece al maligno”, en oposición al trigo, que es “la semilla que pertenece al reino”, es decir, los cristianos. Si la cizaña es el falso trigo, y el trigo representa a los cristianos, entonces la cizaña representa a los falsos cristianos, o cristianos apóstatas, es decir, aquellos que han renegado de Jesucristo, han dejado de adorar al Cordero, para adorar al falso cordero, al cordero con cuernos de bestia, el Anticristo. El trigo son los cristianos que dan frutos de bondad, misericordia, compasión y perdón; la cizaña son los cristianos que no se esfuerzan por vivir su condición de cristianos, sembrando a su alrededor la semilla de la desunión, del enfrentamiento, de la discordia, de la ausencia de perdón.

Si al Cordero de Dios se lo adora en la Santa Misa, el día Domingo, el Día del Señor, el día-símbolo de la resurrección y de la eternidad, entonces queda claro quiénes son los que adoran a la bestia que parece un cordero: todos aquellos que convierten al Domingo en un día de descanso, de diversión, de placer, de deportes, de compras.

No quiere decir que todos estos cristianos que adoran masivamente a los ídolos del mundo el día Domingo, sean necesariamente falsos cristianos, en el sentido de ser apóstatas, porque la confusión y la ignorancia espiritual entre el Pueblo de Dios es tan grande, que muchos, la inmensa mayoría, adora a la bestia similar al Cordero, sin saber lo que hace, y si supieran que en la Eucaristía está el Cordero de Dios, a lo Él adorarían.

Pero sí es un hecho que, al menos materialmente, la inmensa mayoría de los cristianos ha dejado de ser trigo, para ser cizaña, es decir, un cristiano insulso, sin capacidad de reacción frente a los embates del enemigo de las almas, e incluso complaciente con los espejitos de colores y los fuegos de artificio con los cuales éste lo engaña, en su intento de conducirlos a la perdición eterna.

Al final de los tiempos, la cizaña será arrancada para ser arrojada en el fuego eterno. El cristiano que sienta arder en su corazón el amor a Dios y al prójimo, debe obrar con urgencia la misericordia, para que la cizaña, cuanto antes, se vuelva trigo.

viernes, 22 de julio de 2011

El Reino de los cielos es como un tesoro escondido



“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido (…) es como una perla fina (…) es como una red que se echa al mar” (Mt 13, 44-53).

Jesús utiliza tres imágenes para graficar el Reino de los cielos: como un hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo, como una perla fina y como una red que se echa al mar.

En todos los casos, se da la idea de fortuna: un tesoro, una perla, abundantes peces. Cada una de las imágenes hace referencia a la realidad sobrenatural del Reino de Dios, pero solo en la tercera se agrega algo que las otras no tienen, y es la referencia al Juicio Final.

En la primera imagen, se trata de un hombre que, de alguna manera, encuentra un tesoro en un campo; al darse cuenta de su valor, va, vende lo que tiene y, lleno de alegría compra el campo.

Este hombre, antes de descubrir el tesoro, tal vez pasaba todos los días por el campo, pero al no saber que este campo escondía un tesoro, seguía de largo, sin prestarle mayor atención, pero una vez que encuentra el tesoro, se da cuenta de que, a causa del tesoro, el campo posee un valor hasta entonces desconocido para él, y es por eso que toma la decisión de vender todas sus posesiones para adquirir el campo y con él, el tesoro ahí escondido.

La figura de este hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo es un símbolo del alma que despierta a la fe y que descubre los inmensos tesoros que hay en su Iglesia, de entre todos, el principal, la Eucaristía y la gracia.

Hasta ese entonces, el alma no sabía de ese tesoro –tal vez asistía a misa, pero distraído, sin prestar atención, y lo hacía de vez en cuando; tal vez consideraba a su Iglesia como una más entre todas-, pero llega un día en el que despierta a la fe, es decir, encuentra el tesoro, y es ahí cuando descubre aquello que estaba oculto a los ojos del cuerpo y a la luz de la razón natural: la gracia de Jesucristo en los sacramentos, la Fuente de Vida eterna en Cristo Eucaristía, el perdón divino en la confesión sacramental, el nacimiento a la vida de hijos de Dios por el bautismo, la consagración a Dios por el matrimonio o el sacerdocio ministerial.

En ese momento, descubre que su Iglesia encierra en sí misma algo así como un enorme tesoro, compuesto de muchas piedras preciosas, de monedas y objetos de oro, pero que no son estas cosas, que son materiales, pasajeras y efímeras, y no donan la vida eterna; en cambio, el verdadero tesoro, son los sacramentos, que dan la gracia –y con estos, la vida eterna- y, de entre todos los sacramentos, destaca la Eucaristía, como lo más valioso de todo ese tesoro enormemente valioso.

La Iglesia es entonces como el campo por el cual el hombre de la parábola pasaba todos los días sin prestarle atención, hasta que descubre que hay un tesoro en él: así sucede con el alma que despierta a la fe, porque se da cuenta que su Iglesia no es una más entre otras, sino que es la Jerusalén del Cordero, la Verdadera y Única Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo, la que alimenta a sus hijos con el manjar del cielo que sirve en el banquete celestial, la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

Y así como el hombre de la parábola vende lo que tiene para adquirir el campo, así el alma con fe sobrenatural vende todas sus posesiones, el hombre viejo, para adueñarse del magnífico tesoro que ha encontrado en la Iglesia: Cristo Eucaristía, por quien todo adquiere valor y sentido, porque en la Eucaristía el hombre descubre que no ha sido hecho para esta vida y para los reinos de este mundo, sino para el Reino de los cielos, el Reino en donde la contemplación de las Tres Divinas Personas, por toda la eternidad, provoca un estallido de gozo y de alegría infinita en el alma, que no termina nunca.

El evangelio destaca la alegría del hombre de la parábola, al descubrir el tesoro y al vender lo que tiene para quedarse con él. El alma con fe debería tener no esa alegría, sino una alegría mucho más grande, mucho más profunda, una alegría sobrenatural, desbordante, gozosa, aún en medio de las tribulaciones, porque lo que encuentra en la Iglesia no es un tesoro material en un campo de tierra, sino algo más grande que los cielos sempiternos, Cristo Eucaristía, Dios entre nosotros.

“El Reino de Dios es como una perla fina”. Para entender esta imagen, es necesario recordar el origen y el valor de las perlas. Las perlas se producen en el interior del cuerpo blando de las ostras, como consecuencia de una reacción de enquistamiento de una partícula extraña.

Debido a su lustre, a su simetría, y a la capacidad de reflejar la luz de un modo intenso y brillante, son consideradas como piedras preciosas y cuanto más raras en su color, más perfectas en su forma, y cuanto más grandes son, tanto más despiertan la codicia del hombre. Las perlas han sido apreciadas por todos los pueblos desde la antigüedad debido a su rareza, belleza y extraordinario valor[1].

El valor de una perla aumenta más al considerar que su producción demanda tiempo, además de ser necesaria la presencia de organismos vivos como las ostras, que necesitan de un ecosistema adecuado. La perla se hace más valiosa todavía cuando se considera la inmensidad del mar y la escasez comparativa de las ostras donde se producen las perlas.

Con esta imagen, Jesús quiere graficar al Reino de los cielos: así como una perla es una “piedra preciosa” que se diferencia de otras piedras comunes por su color, forma, transparencia y brillo, todo lo cual le concede un valor extraordinario, de la misma manera, así el Reino de los cielos, comparado con los reinos de la tierra, posee un extraordinario valor, porque en él hay algo que no se encuentra en los reinos de la tierra, y es la vida eterna.

La perla fina es además una representación de la Eucaristía, el tesoro más valioso de la Iglesia Católica.

“El Reino de los cielos es como una red que se echa al mar” (cfr. Mt 13, 47-53). Jesús compara al Reino de los cielos con una red que se echa al mar y que recoge toda clase de peces. La imagen que utiliza para graficar al Reino de los cielos está compuesta por una barca de pescadores, los pescadores, el mar, la red, los peces.

La imagen es simbólica, porque cada elemento de la imagen representa y figura un elemento de la realidad: el mar, es el mundo y la historia humana; los peces, son los hombres, llamados por Dios a su Reino; los pescadores, son los ángeles, quienes al fin de los tiempos intervendrán, separando a los que habrán de salvarse de aquellos que habrán de condenarse; la barca de los pescadores, que surca el mar, es la Iglesia Católica, que surca el mar de los tiempos.

Cada elemento de la imagen de la barca que pesca en el mar representa un elemento de la realidad: el mar, la historia y el mundo; los peces, los hombres; los pescadores, los ángeles; la barca, la Iglesia.

Cada elemento de la pesca representa algo, pero falta el elemento principal de todos, sin el cual la pesca es imposible: la red. En la imagen de la barca que pesca en el mar, ¿qué representa la red, sin la cual la pesca es imposible? ¿Qué representa la red, sin la cual la barca nada puede hacer en alta mar? ¿Qué representa la red, sin la cual los pescadores nada pueden pescar? ¿Qué representa la red, que da sentido a toda la imagen?

La red representa y simboliza a Jesucristo y su gracia: es Jesús, Dios Hijo, quien por la Encarnación, entra en el mundo y en la historia humana, y con su gracia atrae a los hombres hacia el Padre, así como la red atrae a los peces.

La red es entonces Cristo y su gracia, los peces en el mar, somos nosotros.

La imagen de la barca que pesca peces con su red, es un símbolo de la realidad de Cristo que atrae a los hombres a Dios Padre por medio de la gracia. Pero hay una diferencia entre la imagen y la realidad: en la imagen, los peces no pueden elegir si son atrapados por la red, o no: la red se echa al mar, y el pez no puede elegir si se queda en la red o no, porque ya está en ella; nosotros, en cambio, sí podemos decidir si permanecemos en la red que es Cristo –es decir, si vivimos en gracia-, o si nos salimos de ella.

Por último, en esta imagen de la red, Jesús agrega algo que no se encuentra en las otras imágenes del Reino, y es la referencia al Juicio Final: así como los pescadores se sientan a separar los peces malos de los buenos, así los ángeles de Dios, al fin del tiempo, en el Último Día de la historia humana, separarán a los hombres malos de los buenos. San Miguel Arcángel pesará las almas de cada uno, y las que se encuentren privadas de obras buenas, serán conducidas al infierno, mientras que los que hayan hecho obras buenas, válidas para el Reino –es decir, obrado la misericordia, perdonado a sus enemigos, vivido en gracia y en paz con todos-, serán conducidos ante la Presencia del Rey de cielos y tierra, Jesucristo, y entrarán a formar parte de su Reino para siempre.


[1] Cfr. http://es.wikipedia.org/wiki/Perla.

miércoles, 20 de julio de 2011

Dichosos vuestros ojos y oídos, porque ven y oyen lo que muchos quisieron y no pudieron

“Dichosos vuestros ojos y oídos, porque ven y oyen lo que muchos quisieron y no pudieron” (cfr. Mt 13, 10-17). Jesús felicita a sus discípulos porque ellos ven y oyen lo que muchos justos y santos del Antiguo Testamento desearon ver y oír, y no pudieron.

¿De qué se trata? ¿Qué es esta visión que produce felicidad, y qué es aquello que debe ser escuchado, para experimentar dicha en el alma?

Podría pensarse que Jesús habla de sus milagros, puesto que sus discípulos lo han visto devolver la vista a los enfermos, dar la vista a los ciegos, hacer oír a los sordos, resucitar a los muertos, y han oído las aclamaciones de alegría de las multitudes que no salían de su asombro ante sus prodigios.

Sin embargo, a pesar de la espectacularidad de los milagros, y de sus indudables beneficios para el hombre, no esto lo que produce la felicidad a la vista y al oído.

Lo que hace feliz al hombre, con una felicidad inconcebible, inimaginable porque no hay nada creado que se le pueda comparar, es ver y oír a la Persona divina del Hijo de Dios, encarnada en una naturaleza humana.

Quienes ven a Jesús y lo oyen, pueden ser llamados, con toda verdad, “dichosos”, porque Él es Dios en Persona, que ha venido a este mundo que ha venido a este mundo para perdonar al hombre y comunicarle de su gracia, de su vida y de su alegría divina, como preludio de la vida feliz en la eternidad.

Análogamente, para el cristiano, lo que produce felicidad celestial, sobrenatural, es la contemplación de la Eucaristía, porque detrás de la apariencia de pan, que es lo que aparece a los sentidos, la fe nos hace ver la Presencia real del Hombre-Dios Jesucristo, y es la audición de las palabras de la consagración en la Santa Misa: “Esto es mi cuerpo”, “Esta es mi sangre”, porque se trata de palabras pronunciadas por el mismo Jesucristo en Persona, que es el Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, aunque vehiculizadas a través de las palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial.

“Dichosos vuestros ojos y oídos, porque ven y oyen lo que muchos quisieron y no pudieron”. ¿Cuántos paganos, hombres y mujeres, de buena voluntad, no saltarían de gozo y de alegría por asistir a una Misa, una vez enterados de qué cosa es la Misa?

Sin embargo, para muchos cristianos, asistir a Misa, escuchar las palabras de la consagración y recibir la Eucaristía es igual a no ver y no oír nada, y así transcurren la vida en la monotonía, la tibieza y la tristeza.

lunes, 18 de julio de 2011

Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican



“Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (cfr. Lc 8, 19-21). De buenas a primera, daría la impresión de que Jesús deja en un segundo plano no sólo a sus primos biológicos –eso es lo que quiere decir la palabra “hermano”-, sino también a su propia madre, la Virgen María, porque cuando le dicen que lo esperan afuera su madre y sus hermanos, dice que su madre y sus hermanos son “los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”.

Pero este dejar de lado o poner en un segundo plano es sólo aparente. Sucede que Jesús habla y hace referencia a un aspecto de su misterio, derivado del don de su Espíritu, que transforma a los seres humanos en una nueva creación, los hijos adoptivos de Dios, y los integra en una nueva familia, unida no por lazos biológicos, sino por un lazo infinitamente más fuerte y profundo, el Espíritu Santo.

Al decir Jesús que su madre y sus hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican, está descubriendo el aspecto eclesiológico de su misterio pascual, es decir, está revelando que con Él nace una nueva relación entre los seres humanos, desconocida hasta entonces, la relación que se entabla en la Iglesia y por la Iglesia, la cual, donando el Espíritu por el bautismo, convierte a la creatura humana en hija de Dios al hacerla partícipe de la filiación divina del Hijo Unigénito del Padre.

“Tu madre y tus hermanos te esperan” “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Mi madre y mis hermanos son los miembros de la Iglesia, aquellos que, unidos por el Espíritu Santo, forman entre todos una sola y nueva familia[1], la familia santa de los hijos de Dios, la Iglesia, mi cuerpo místico. Mi madre y mis hermanos son los que me reciben a Mí, la Palabra de Dios, el Verbo eterno del Padre hecho carne y donado como Pan de Vida eterna, y obran movidos por mi Espíritu”.


[1] Cfr. Misal Romano, Plegaria eucarística.

sábado, 16 de julio de 2011

En el Día del Juicio Final, los ángeles de Dios separarán a los buenos de los malos

En el Último Día,
los ángeles separarán
al trigo de la cizaña,
a los buenos cristianos
de los falsos cristianos.


“El Reino de Dios es como un sembrador (…), como un grano de mostaza (…), como una levadura que fermenta la masa (…) en este Reino no subsistirán los malos, que serán condenados hacia el fin de los tiempos” (cfr. Mt 13, 24-43).

Para comprender mejor la parábola, hay que tener en cuenta que la cizaña es un planta que crece por lo general en las mismas zonas del trigo, y es considerada una maleza de ese cultivo, y ambas plantas son tan parecidas, que en algunas regiones la cizaña suele denominarse “falso trigo” [1], no distinguiéndose de esta hasta que aparecen sus espigas más delgadas.

En la parábola, la cizaña es sembrada de modo secreto y con mala intención, y a pesar de ser frecuente en Palestina, los criados se asombran por la gran cantidad y también por su presencia, porque el amo había sembrado “buena semilla”[2]: “Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?”.

El amo se da cuenta inmediatamente de que anda de que la presencia de la cizaña en su campo de trigo no es casualidad, sino que está de por medio la mano de un enemigo: “Esto lo ha hecho algún enemigo”, pero es demasiado tarde o demasiado temprano para obrar, ya que las raíces del trigo y de la cizaña están entrelazadas: “No arranquen la cizaña, porque al arrancarla corren el peligro de arrancar el trigo”. Hay que esperar recién a que las espigas estén maduras y entonces el trigo, que crece más alto que la cizaña, podrá ser cortado por encima de ésta, mientras que la hoz deja la cizaña intacta: “Cuando llegue la cosecha, arrancarán la cizaña para quemarla, y el trigo será recogido en el granero”. Esta acción de arrancar la cizaña es muy poco frecuente, pero es más raro aún el sembrarla, por lo que se trata de una acción poco frecuente, necesaria para hacer frente a una situación insólita[3].

En su presciencia divina, Jesús ve la situación de su Iglesia, desde los inicios –Jesús ya sabía que Judas era un traidor- hasta el fin de los tiempos[4].

El punto final de la historia humana está contenido en esta imagen del sembrador: cuando llegue el momento de la cosecha, esto es, el fin del mundo, los cosechadores, los ángeles, separarán el trigo de la cizaña, los buenos de los malos, y arrojarán a la cizaña al fuego que no termina más, el infierno. Al fin de los tiempos, la acción de los ángeles será muy importante: éstos “quitarán del reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal y los arrojarán al horno ardiente”.

¿Qué representan el trigo y la cizaña en la parábola del sembrador? El trigo es el alma en gracia, y la cizaña es el alma sin la gracia; en el trigo están prefigurados los que, viviendo en gracia, obran el bien, mientras que, en la cizaña, están prefigurados los malos, es decir, todos aquellos que, cristianos o no, obran el mal y “provocan escándalos”.

Puesto que la parábola hace referencia al fin de los tiempos, se conecta con el versículo del Apocalipsis en donde se dice quiénes entrarán en el cielo, y quiénes no: “¡Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras, y todo el que ame y practique la mentira!” (22, 15).

Debemos prestar mucha atención, tanto a la parábola del sembrador, como al versículo del Apocalipsis, porque se describe nuestro mundo en el que vivimos, lleno de “escándalos” y de gente que “obra el mal”. Atención, porque al ser una descripción del mundo en el que vivimos, debemos ver de qué lado estamos, si del trigo, o de la cizaña.

En el Último Día, los ángeles “quitarán del reino todos los escándalos”. ¿No es un escándalo el ver cómo, los templos de Dios, los cuerpos humanos, son profanados segundo a segundo, con toda clase de impurezas? Si el comunismo marxista profanó los templos materiales, convirtiéndolos en establos, en fábricas, en almacenes, el liberalismo capitalista dejó intactos los templos materiales, para arrasar con los templos de Dios que son los cuerpos de los hombres, favoreciendo y promoviendo todo tipo de impurezas, con el agravante de que su acción pervertidora se ve favorecida al contar con la complicidad de los mismos cristianos, quienes son los que consumen los programas inmorales, llenos de lujuria y de lascivia. Si los vergonzosos programas de televisión, en donde se presenta a la lujuria y a la lascivia como entretenimiento familiar; a la pereza, a la murmuración, a la intriga, como herramientas válidas para alcanzar el éxito a toda costa; al dinero, el bienestar y el placer, como los únicos objetivos de la vida; si todos estos programas son vistos por decenas de millones de así llamados “cristianos”, ¿no es esto un gran escándalo que clama al cielo? Un cristiano que alienta y favorece esta clase de televisión, de educación, de modo de vivir, ¿no es acaso cizaña, en vez de trigo? ¿No es acaso un “falso cristiano”, así como la cizaña es un “falso trigo”? ¿No serán estos escándalos y estos “falsos cristianos” a los que los ángeles separarán de los buenos cristianos?

Es un hecho que hoy dominan en el mundo el materialismo y el relativismo, dos concepciones derivadas de la creencia errónea de que no existe Dios: si Dios, Espíritu Puro y Verdad Absoluta no existe, entonces todo se reduce a la materia, y la única verdad es la propia, la que surge de la razón del hombre. La civilización humana del siglo XXI, está construida sobre estos dos grandes ídolos: materialismo y relativismo, que propicia el disfrute de la sensualidad.

¿No es un escándalo que sean los cristianos los primeros en vivir como si esta vida fuera la única, buscando de disfrutar de los placeres del mundo, como si sólo hubiera materia y no espíritu? ¿Y no son acaso cristianos los que aceptan vivir como si no hubiera un Dios que es “Camino, Verdad y Vida”, viviendo como si Cristo en la cruz no hubiera señalado el camino para llegar a Dios, como si no hubiera enseñado la Verdad del Amor divino a los hombres, y como si no hubiera dado su Vida eterna en la cruz y en la Eucaristía?

¿Qué sucederá con estos “falsos cristianos” cuando los ángeles, cumpliendo la orden divina, comiencen su tarea de separar “el trigo de la cizaña”?

El cristiano está llamado a ser trigo, es decir, a alojar en su corazón, como hace la tierra fértil con el grano que en ella cae, para que este crezca y de fruto, la Palabra de Dios; está llamado, del mismo modo, a impedir el crecimiento de la mala hierba en su corazón, la cizaña, el mal o el pecado en cualquiera de sus formas: mentira, robo, engaño, violencia.

El trigo representa al cristiano en gracia que obra en el mundo buscando de transformarlo en el Amor de Dios revelado y comunicado en Cristo, mientras que la cizaña, representa a aquel hombre –cristiano o no- cuyas acciones construyen lo que San Agustín llama “ciudad del mundo”, que es la civilización sin Dios, contra Dios.

La parábola del sembrador no es un género literario; no es una fábula; no es una leyenda. En ella está contenido el plan de vida del cristiano, llamado a ser trigo, para ser molido y ser amasado y cocido en el horno de la Pasión, para formar parte del Pan de Vida eterna, la Eucaristía. Todo cristiano debe ofrendar su vida en la Misa, y ofrecerse en todo su ser, con su pasado, presente y futuro, junto a Cristo en la Eucaristía, para ser él también como una hostia santa y pura que se ofrezca en sacrificio a Dios Padre en expiación por la inmensa maldad del corazón humano.


[1] Cfr. http://es.wikipedia.org/wiki/Lolium_temulentum

[2] Cfr. Orchard, B. et al., 402.

[3] Cfr. Orchard, ibidem.

[4] Cfr. Orchard, ibidem.

martes, 12 de julio de 2011

Has escondido estas cosas a los sabios

Para los sabios del mundo,
es irracional pensar
que un rabbí fracasado
sea el Salvador de la humanidad.
Para la Sabiduría divina,
sólo la Sangre
de Cristo crucificado
quita el pecado del alma,
concede la filiación divina
y conduce a la feliz eternidad
en la Trinidad.


“Has escondido estas cosas a los sabios” (Mt 11, 25-27). La sabiduría del mundo se opone radicalmente a la sabiduría de la cruz. A los ojos del mundo, la cruz es necedad, mientras que a los ojos de Dios, la sabiduría del mundo es vanidad y locura.

Para los sabios del mundo, es una locura pensar que el dolor es un regalo que conduce al alma al cielo, pero para la Sabiduría de Dios, el dolor, asumido por la Persona Divina del Verbo de Dios, es regalo de valor inestimable para el alma, suave caricia del Espíritu Santo, y portal de acceso a la eternidad.

Para los sabios del mundo, es una locura creer que la muerte de un rabbí hebreo de religión, que ha fracasado rotundamente en su misión de fundar una nueva religión, pueda salvar a la humanidad.

Para la Sabiduría de Dios, sólo el sacrificio de Cristo Dios en la cruz puede otorgar a los hombres el perdón de los pecados, concederles la filiación divina, así y abrirles un horizonte completamente nuevo, la comunión de Amor y vida con las Tres Personas de la Trinidad.

Para los sabios del mundo, es irracional pensar que las heridas de un hombre muerto en una cruz, sirvan de remedio para los hombres, y mucho menos para su salvación eterna.

Para la Sabiduría de Dios, Cristo es el Médico Divino, y sus llagas, sus heridas abiertas y sangrantes, enrojecidas por su Sangre preciosísima, son la única medicina posible capaz de curar la causa de la enfermedad del alma, el pecado mortal, que conduce a la muerte eterna. Así como Moisés elevó en alto la serpiente, y los israelitas que la miraban se curaban de las mordeduras mortales de las serpientes del desierto, así el alma que contempla a Cristo elevado en la cruz por Dios Padre, queda curado y protegido de los asaltos de las serpientes del infierno, los ángeles caídos.

Para los sabios del mundo, es absurdo pensar que algo que parece pan, contenga al Dios Tres veces Santo.

Para la Sabiduría de Dios, la Eucaristía es Dios Hijo en Persona, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, que se donan al alma que comulga como prenda del Amor eterno.

lunes, 11 de julio de 2011

Si un pagano hubiera recibido la Eucaristía, se habría convertido

Sodoma y Gomorra son figura
de paganos que se habrían convertido
si hubieran recibido milagros.
El cristiano que vive según el mundo,
recibirá menos misericordia
que estas ciudades mundanas.


“Si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que hice en ti, se habrían convertido” (cfr. Mt 11, 20-24). Jesús se lamenta por las ciudades como Cafarnaúm, que han recibido su Presencia y su misericordia, porque Él ha obrado milagros portentosos, pero aún así no se han convertido.

Jesús se queja de estas ciudades, a las que podría llamarse “religiosas”, porque no han vestido “sayal” ni han esparcido “cenizas sobre sus cabezas”, en señal de arrepentimiento y de conversión, y por lo tanto, han seguido en su maldad. Aparentando ser buenas, estas ciudades han demostrado una maldad superior a las ciudades consideradas “malas”, porque si en estas –Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra, todas ciudades paganas- se hubieran hecho los milagros que se hicieron en Cafarnaúm, en Corozaím y en Betsaida, se habrían convertido, con lo cual demuestran, en realidad, que estaban dispuestas a convertirse de su mal proceder, de haber recibido la advertencia.

Estas ciudades –Corozaím, Betsaida, Cafarnaúm, por un lado, y Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra por otro- son figuras de los bautizados y de los paganos respectivamente.

Es decir, son figura de aquellos que han recibido el don de la filiación divina en el bautismo, pero se comportan en sus vidas como si no hubieran recibido nada, mientras que las ciudades paganas y mundanas son figura de muchos paganos que, de haber conocido a Jesucristo, se habrían convertido en grandes santos.

Con toda seguridad, siguiendo la intención de las palabras de Jesús, muchos de estos paganos, habiendo asistido una sola vez a Misa, y habiendo comulgado una sola vez, habrían alcanzado grandes cimas de santidad, porque habrían alcanzado la conversión del corazón.

No podemos decir, como bautizados, que no se han hecho en nosotros grandes milagros, pues hemos recibido, además del don de ser hijos de Dios, el Cuerpo sacramentado de Jesús resucitado, y si nos comportamos como si no hubiéramos recibido estos grandes milagros, entonces en el Día del Juicio, los paganos, y aquellos considerados “malos” a los ojos de la sociedad, recibirán más misericordia que nosotros.

domingo, 10 de julio de 2011

No he venido a traer la paz

La paz de Dios
viene al alma
luego de combatir
espiritualmente,
con la gracia de Cristo,
al Príncipe de este mundo.

“No he venido a traer la paz” (cfr. Mt 10, 34 - 11,1). Esta frase de Jesús parece en abierta contradicción con la que dice a sus discípulos en la Última Cena, antes de la Pasión: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el mundo”. Tanto es así, que la Iglesia toda le pide la paz: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz”. ¿Cómo puede pedir la Iglesia algo que Jesús no ha venido a dar?

“No he venido a traer la paz” “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. ¿Cuál es la frase verdadera? O, dicho de otro modo, ¿por qué Jesús parece contradecirse?

Jesús no se contradice, y ambas frases son verdaderas. Cuando Jesús dice: “No he venido a traer la paz”, es porque Él, Dios en Persona, declara la guerra a las oscuras fuerzas del infierno que pueblan la tierra y que provocan discordia entre los hombres. El mal anida en el corazón humano, a causa del pecado original, y el ángel caído, aprovechándose de esa situación de debilidad, actúa de modo insidioso, para enemistar a los hombres con Dios y entre sí. El demonio es el “Príncipe de este mundo”(cfr. Jn 12, 31), y como tal, posee un inmenso ejército de ángeles apóstatas, cuyo único objetivo es conquistar la mayor cantidad de almas posibles, antes de ser precipitados para siempre en el infierno.

Jesús, el Rey pacífico, manso y humilde, que entra como Rey en Jerusalén montado en una cría de asno, le declara la guerra a Satanás y a los ángeles caídos, y es este el sentido de su frase: “No he venido a traer la paz”, porque desde su Venida, quien se convierta a Él, se enfrentará a su prójimo, incluso aquellos que forman su familia biológica: “He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre”.

De estas palabras se ve, claramente, que Jesús no es un pacifista a ultranza, sino que viene a enemistar a unos con otros, pero no en el mismo sentido en el que lo hace el Enemigo de la raza humana, el demonio. La enemistad surge entre aquellos que son sus discípulos, los hijos de Dios, y los hijos de las tinieblas (cfr. Ef 6, 12). Pero como se trata de una batalla y de una lucha espiritual y no material, contra los enemigos del hombre, los ángeles caídos, el cristiano no está llamado a combatir con armas materiales, sino espirituales –fe, caridad, esperanza, oración, ayuno, sacramentos-, y el arma principal que ha de usar en esta tremenda batalla, tampoco es material, ni tiene municiones de pólvora: el arma del cristiano es el Amor de Cristo, donado en la cruz a través de su Sangre derramada. Es por esto que para el cristiano no tienen ya lugar ni la venganza al estilo de los paganos, ni la justicia de la ley del Talión, sino sólo y únicamente el Amor de Cristo crucificado, que nos perdona desde la cruz y nos manda perdonar y amar a nuestros enemigos, así como Él nos ha amado y perdonado: “Ama a tus enemigos”.

“No he venido a traer la paz”. La guerra de Cristo, desarrollada con el arma espiritual del Amor divino, conduce a la paz, y debe ser combatida todos los días de la vida, hasta el momento de la muerte, para ganar las almas de nuestros seres queridos para la eternidad feliz en la Trinidad.

viernes, 8 de julio de 2011

El sembrador salió a sembrar

En tiempos
de oscuridad espiritual,
la Palabra en tierra fértil
da frutos de adoración
y reparación
por aquellos que no creen,
ni esperan, ni adoran,
ni aman.

“El sembrador salió a sembrar…” (Mt 13, 1-23). El mismo Jesús explica la parábola: el Sembrador es Dios Padre, que esparce la semilla que es su Palabra, por medio de su Hijo Jesús; los diversos tipos de tierras en donde cae la semilla, son diversas almas, bautizados, que escuchan el mensaje evangélico; la semilla que cae a los costados, en las piedras, y en terreno espinoso, son las almas que escuchan la Palabra pero luego por diversas circunstancias, como las tribulaciones o las tentaciones del demonio, dejan la Palabra de Dios de lado, y continúan sus vidas como si Dios no existiese, y como si Dios no hubiera hablado. Por el contrario, la semilla que crece en terreno fértil y da fruto, representa a las almas que ponen por obra lo que han escuchado.

El centro de esta parábola del sembrador es la tierra en donde cae la semilla, es decir, las almas que escuchan la Palabra de Dios, porque de acuerdo a como sea la tierra, fértil o infértil, prosperará o no el mensaje evangélico. La parábola, entonces, va dirigida directamente a los bautizados, a los que pertenecen a la Iglesia, y no a los paganos, a quienes no han escuchado nunca la Palabra de Dios. Son los bautizados quienes, habiendo recibido la Buena Nueva, dan frutos en caridad, comprensión, bondad, construyendo una familia, una sociedad, una civilización, según el querer de Dios y no según el querer humano. Pero también hace referencia a otros cristianos, que habiendo recibido la Palabra de Dios, no la escuchan, y se dejan guiar por criterios mundanos en sus vidas, con lo cual construyen familias, sociedades y civilizaciones, alejadas del querer divino, y construidas según la voluntad humana, lo cual, en el cien por cien de los casos, constituye la ruina para el hombre, porque lo que el hombre quiere, alejado de Dios, va siempre en contra suyo, en contra de su naturaleza, y esto constituye su máxima infelicidad.

Así como la consecuencia de una semilla que no germina, porque se seca por falta de agua y por exceso de sol, es la ausencia de un árbol, que hubiera podido dar abundantes frutos, además de sombra y leña, así las consecuencias de dejar de lado la Palabra de Dios, por parte del Pueblo fiel, son desastrosas, para ese mismo pueblo.

Debido al hecho de que los cristianos, en gran mayoría, han dejado secar la semilla de la Palabra, porque esta no ha encontrado un terreno fértil en sus corazones, el mundo se ha quedado sin Dios, porque los cristianos, llamados a ser “luz del mundo y sal de la tierra”, no han estado a la altura de las circunstancias, no han respondido a lo que Dios les pedía.

Es así como se ha construido una civilización atea y materialista; se han propuesto nuevos valores –que en realidad son anti-valores-, fundados en la satisfacción de las pasiones, en la búsqueda de todos los placeres, en la legitimización de todo tipo de desorden moral.

De este modo, el egoísmo y el odio han reemplazado al amor; la soberbia y la incredulidad han reemplazado la fe; la avaricia y la lujuria han reemplazado la esperanza; el fraude y el engaño han reemplazado la honestidad; la maldad y la dureza de los corazones han reemplazado la bondad. Satanás canta victoria porque ha llevado el pecado a las almas y la división en las familias, en la sociedad, en las naciones y entre las naciones[1].

Las consecuencias de no haber dejado crecer la semilla de la Palabra de Dios en el alma, es el mundo actual, ateo, inhumano, alejado de Dios, que se encamina hacia un futuro sombrío, porque el hombre es incapaz de construir un mundo feliz si está lejos de Dios. Por el contrario, todo lo que el hombre ha construido sin Dios, se vuelve en contra suyo: así, las armas nucleares, que son capaces de destruir el mundo más de mil veces seguidas; las carreras armamentistas, con armas convencionales, han contribuido al estallido de dos grandes guerras mundiales, y están preparando el estallido de la Tercera; los sistemas políticos, financieros y económicos, construidos sin Dios, se han convertido en sistemas de opresión de los países y de las personas más débiles, y en mecanismos para el crecimiento desmedido de la usura internacional; las leyes sin Dios buscan eliminar la vida humana en sus comienzos, por el aborto, y en su final, por la eutanasia; las leyes de educación de niños y jóvenes, y las leyes que autorizan el homomonio, todas leyes sin Dios, propician la transformación del planeta entero en un inmenso Sodoma y Gomorra; las leyes de explotación de la naturaleza, sin Dios, han conducido a esta al borde del exterminio y del aniquilamiento, porque lo que priva es el afán desmedido de lucro; las leyes de los gobiernos ateos y marxistas, sin Dios, oprimen a sus pueblos, porque el hombre no está hecho solo de materia, sino de materia y espíritu.

“El sembrador salió a sembrar…”. En estos tiempos de inmensa oscuridad espiritual, en donde a las negras nubes de la apostasía de numerosísimos bautizados, que ya no quieren ser más hijos de Dios, se le suma el denso y oscuro humo de Satanás, que se ha infiltrado en la Iglesia, oscureciendo todo y provocando en todo confusión, caos y anarquía, uno de los frutos de la Palabra, en una tierra fértil, es la adoración eucarística reparadora, que ofrezca sacrificios, amor y reparación, por tantos ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales son ofendidos diariamente, continuamente, los sacratísimos Corazones de Jesús y de María.


[1] Cfr. A los sacerdotes mis hijos predilectos, editado por P. Gobbi, S., 893.