“Tu fe te ha salvado” (cfr. Mt 9, 18-26). La mujer hemorroísa que busca a Jesús para ser curada, representa al alma que, en su tribulación, busca a Jesús para recibir de Él el consuelo. Jesús, a su vez, es el Dios en Persona,
Para dejarse encontrar, para que nadie diga que no sabe dónde está Dios, Dios deja de habitar “en una luz inaccesible”, para venir a esta tierra; deja de ser invisible, para comenzar a ser visible, en la humanidad de Jesucristo. Se abaja hasta los hombres, y sin dejar de ser Dios, asume una naturaleza humana, para ser visto por los hombres; les habla con su misma lengua y su misma voz; camina con ellos, habla con ellos, los consuela, está siempre a su lado.
La mujer hemorroísa, el alma atribulada, busca a Dios, y Dios se deja encontrar, y cuando el alma lo encuentra, le concede el alivio a sus penas y dolores, pero va más allá todavía, porque le dice, después de haberla curado: “Tu fe te ha salvado”, y no se refiere al cuerpo, aunque este ha sido recién curado; se refiere a su alma, porque ha encontrado la luz en medio de las tinieblas del mundo. La mujer ha sido salvada por su fe, porque no se ha inclinado a los ídolos del mundo, sino que ha buscado y se ha acercado, con humildad y confianza, al mismo Dios en Persona, y esta búsqueda y este acercamiento, le han granjeado el favor divino, que además de curarle el cuerpo, le ha concedido la salvación.
La mujer acude con humildad, porque no grita, ni quiere hacerse ver, es decir, quiere pasar desapercibida, y con fe, porque es su fe la que hace salir energía divina del manto de Jesús. Su fe es tan grande, que no le hace falta tocar la humanidad de Jesús: le basta con tocar su manto. En su interior dice: “El Hombre-Dios es tan poderoso, y es tan bueno, que cura con su Palabra, con sus manos, pero yo no necesito ni que me hable, ni que me toque; sólo con tocar su manto, quedaré curada. Su poder es tan grande, que la energía divina que impregna su manto, bastará para curarme”.
El cristiano debe reflejarse en la mujer hemorroísa, porque él también está rodeado de tribulaciones, de penas y de dolores, y como ella, debe acudir sólo a Jesucristo, el Hombre-Dios, pero para asegurarse de poder conseguir de Jesús lo que anhela, debe hacerlo con la fe y la humildad del Corazón Inmaculado de María, porque de lo contrario, corre el riesgo de ser rechazado.
“Tu fe te ha salvado”. La mujer hemorroísa, acude a Jesús, y obtiene de Él, con solo tocar su manto, sin que Jesús le dirija la palabra, la curación del alma y del cuerpo.
En la comunión, no es el alma la que toca el manto de Jesús, sino Jesús, con su divinidad, quien toca al alma.
¿Qué no podría obtener el fiel que, más que tocar el manto de Jesús, recibe su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad?
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