“El Reino de Dios está cerca” (cfr. Mt 7, 1-7). Jesús dice a sus discípulos que deben predicar la proximidad del Reino de Dios: “El Reino de Dios está cerca”. ¿De qué cercanía se trata? No se trata, obviamente, de una cercanía física, puesto que la distancia no se mide en kilómetros. Es una cercanía espiritual, y está cerca, porque el mismo Dios ha venido en Persona, a este mundo, para traer su Reino celestial.
El Reino de Dios está cerca, porque Dios mismo se ha abajado a este mundo, trayendo consigo su Reino, y lo ha acercado a la humanidad.
Ahora bien, ¿cuán cerca está el Reino de Dios? El Reino de Dios está cerca, y está mucho más cerca de lo que los hombres se pueden imaginar.
El Reino de Dios está cerca para la humanidad, porque cada día que pasa, cada hora que pasa, son un día y una hora menos para el Día del Juicio Final, en donde desaparecerá la figura de este mundo, para dar lugar a la eternidad divina.
Pero el Reino está cerca también para cada hombre de modo individual, y está tan cerca, como cerca está la muerte de cada uno, porque la muerte significa salir de este mundo y de esta vida, para ingresar en la vida eterna, y en el Reino de Dios, previo paso el por el juicio particular.
“El Reino de Dios está cerca”, y porque está cerca, tan cerca como el resto de vida que le queda a cada uno personalmente, es que el cristiano debe tener muy en cuenta la parábola de los siervos que esperan de distinto modo la llegada de su señor (cfr. Mt 24, 45-51): uno, piensa que va a tardar, y por eso se emborracha y golpea a los demás, y se queda dormido, porque cree que, puesto que va a demorar, tendrá tiempo de cambiar instantes antes de que vuelva; el otro, en cambio, lo espera con una vela encendida, haciendo vigilia, porque sabe que vendrá en cualquier momento.
Al primer siervo, al siervo malo, la llegada de su señor lo sorprende en el mal, mientras que al segundo, lo sorprende en el bien, y así es la paga respectiva que reciben: el malo, va al lugar donde hay “llanto y rechinar de dientes” (cfr. Mt 24, 51); mientras que al siervo bueno, lo pone “al frente de su hacienda” (cfr. Mt 24, 47).
“El Reino de Dios está cerca”, y como no sabemos cuándo habrá de venir, es decir, no sabemos cuándo hemos de morir, debemos obrar como el segundo servidor, como aquel que esperaba a su amo con las velas encendidas, es decir, con la fe, con la oración, con las buenas obras, no vaya a ser que nos sorprenda dormidos, y despertemos en un lugar que no sea el cielo.
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