viernes, 8 de julio de 2011

El sembrador salió a sembrar

En tiempos
de oscuridad espiritual,
la Palabra en tierra fértil
da frutos de adoración
y reparación
por aquellos que no creen,
ni esperan, ni adoran,
ni aman.

“El sembrador salió a sembrar…” (Mt 13, 1-23). El mismo Jesús explica la parábola: el Sembrador es Dios Padre, que esparce la semilla que es su Palabra, por medio de su Hijo Jesús; los diversos tipos de tierras en donde cae la semilla, son diversas almas, bautizados, que escuchan el mensaje evangélico; la semilla que cae a los costados, en las piedras, y en terreno espinoso, son las almas que escuchan la Palabra pero luego por diversas circunstancias, como las tribulaciones o las tentaciones del demonio, dejan la Palabra de Dios de lado, y continúan sus vidas como si Dios no existiese, y como si Dios no hubiera hablado. Por el contrario, la semilla que crece en terreno fértil y da fruto, representa a las almas que ponen por obra lo que han escuchado.

El centro de esta parábola del sembrador es la tierra en donde cae la semilla, es decir, las almas que escuchan la Palabra de Dios, porque de acuerdo a como sea la tierra, fértil o infértil, prosperará o no el mensaje evangélico. La parábola, entonces, va dirigida directamente a los bautizados, a los que pertenecen a la Iglesia, y no a los paganos, a quienes no han escuchado nunca la Palabra de Dios. Son los bautizados quienes, habiendo recibido la Buena Nueva, dan frutos en caridad, comprensión, bondad, construyendo una familia, una sociedad, una civilización, según el querer de Dios y no según el querer humano. Pero también hace referencia a otros cristianos, que habiendo recibido la Palabra de Dios, no la escuchan, y se dejan guiar por criterios mundanos en sus vidas, con lo cual construyen familias, sociedades y civilizaciones, alejadas del querer divino, y construidas según la voluntad humana, lo cual, en el cien por cien de los casos, constituye la ruina para el hombre, porque lo que el hombre quiere, alejado de Dios, va siempre en contra suyo, en contra de su naturaleza, y esto constituye su máxima infelicidad.

Así como la consecuencia de una semilla que no germina, porque se seca por falta de agua y por exceso de sol, es la ausencia de un árbol, que hubiera podido dar abundantes frutos, además de sombra y leña, así las consecuencias de dejar de lado la Palabra de Dios, por parte del Pueblo fiel, son desastrosas, para ese mismo pueblo.

Debido al hecho de que los cristianos, en gran mayoría, han dejado secar la semilla de la Palabra, porque esta no ha encontrado un terreno fértil en sus corazones, el mundo se ha quedado sin Dios, porque los cristianos, llamados a ser “luz del mundo y sal de la tierra”, no han estado a la altura de las circunstancias, no han respondido a lo que Dios les pedía.

Es así como se ha construido una civilización atea y materialista; se han propuesto nuevos valores –que en realidad son anti-valores-, fundados en la satisfacción de las pasiones, en la búsqueda de todos los placeres, en la legitimización de todo tipo de desorden moral.

De este modo, el egoísmo y el odio han reemplazado al amor; la soberbia y la incredulidad han reemplazado la fe; la avaricia y la lujuria han reemplazado la esperanza; el fraude y el engaño han reemplazado la honestidad; la maldad y la dureza de los corazones han reemplazado la bondad. Satanás canta victoria porque ha llevado el pecado a las almas y la división en las familias, en la sociedad, en las naciones y entre las naciones[1].

Las consecuencias de no haber dejado crecer la semilla de la Palabra de Dios en el alma, es el mundo actual, ateo, inhumano, alejado de Dios, que se encamina hacia un futuro sombrío, porque el hombre es incapaz de construir un mundo feliz si está lejos de Dios. Por el contrario, todo lo que el hombre ha construido sin Dios, se vuelve en contra suyo: así, las armas nucleares, que son capaces de destruir el mundo más de mil veces seguidas; las carreras armamentistas, con armas convencionales, han contribuido al estallido de dos grandes guerras mundiales, y están preparando el estallido de la Tercera; los sistemas políticos, financieros y económicos, construidos sin Dios, se han convertido en sistemas de opresión de los países y de las personas más débiles, y en mecanismos para el crecimiento desmedido de la usura internacional; las leyes sin Dios buscan eliminar la vida humana en sus comienzos, por el aborto, y en su final, por la eutanasia; las leyes de educación de niños y jóvenes, y las leyes que autorizan el homomonio, todas leyes sin Dios, propician la transformación del planeta entero en un inmenso Sodoma y Gomorra; las leyes de explotación de la naturaleza, sin Dios, han conducido a esta al borde del exterminio y del aniquilamiento, porque lo que priva es el afán desmedido de lucro; las leyes de los gobiernos ateos y marxistas, sin Dios, oprimen a sus pueblos, porque el hombre no está hecho solo de materia, sino de materia y espíritu.

“El sembrador salió a sembrar…”. En estos tiempos de inmensa oscuridad espiritual, en donde a las negras nubes de la apostasía de numerosísimos bautizados, que ya no quieren ser más hijos de Dios, se le suma el denso y oscuro humo de Satanás, que se ha infiltrado en la Iglesia, oscureciendo todo y provocando en todo confusión, caos y anarquía, uno de los frutos de la Palabra, en una tierra fértil, es la adoración eucarística reparadora, que ofrezca sacrificios, amor y reparación, por tantos ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales son ofendidos diariamente, continuamente, los sacratísimos Corazones de Jesús y de María.


[1] Cfr. A los sacerdotes mis hijos predilectos, editado por P. Gobbi, S., 893.

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