(Domingo XI - TO - Ciclo
C – 2013)
“Al que mucho se le perdonó, mucho ama” (Lc 7, 36-8, 3).
Una mujer, postrada ante Jesús, lava sus pies con sus abundantes lágrimas y los perfuma con un perfume costoso. Según muchos exégetas, se trata de
María Magdalena, la mujer que había sido salvada por Jesús de ser lapidada. La actitud
de la mujer, lejos de ser reprochada por Jesús, es permitida y alabada, no solo
porque se trata de una actitud de profundo respeto –se postra en señal de
adoración a Jesús, es decir, en señal de que reconoce a Jesús como al
Hombre-Dios-, sino porque son gestos que manifiestan externamente el amor y la
gratitud de su corazón por el perdón y el amor recibidos por parte de Jesús.
María Magdalena está agradecida con Jesús porque la salvó de ser lapidada, pero
su agradecimiento va más allá, porque le agradece el haberla salvado de la
posesión demoníaca –expulsó de ella siete demonios- y de la eterna condenación;
María Magdalena se postra en adoración porque su alma a reconocido en Cristo a
su Dios, el Dios que la creó, y que ahora la redime, y que la santifica con su
gracia. La postración de María Magdalena expresa su adoración a Jesús en cuanto
Hombre-Dios; su llanto expresa la contrición de su corazón, el dolor por haber
pecado y ofendido con el mal a su Dios, que es la Bondad en sí misma, y el derramar perfume en sus pies es la expresión simbólica del derramarse de su
alma, postrada a los pies de Jesús. En el momento de ser salvada de la lapidación,
María Magdalena, iluminada por la gracia divina, pudo entrever en Jesús a su
Dios que no solo le salvaba la vida terrena, librándola de sus verdugos, que
querían lapidarla a muerte, sino que desde la Cruz, la salvaba de la condenación
eterna concediéndole la gracia santificante, librándola de la concupiscencia de
la carne y salvándola de las garras de los demonios, que querían arrastrarla
consigo a la eterna condenación, la segunda y definitiva muerte. Su postración,
el lavado de los pies de Jesús con sus lágrimas, y el derramar perfume en ellos, expresan el mudo estupor sagrado que envuelve a su alma, al ser
consciente que se encuentra delante de Dios Hijo hecho hombre.
Este es el motivo por el cual Jesús no solo no reprocha su
actitud, sino que la alaba, y la exalta todavía más al compararla con la
actitud de Pedro: como el mismo Jesús se lo dice, Pedro ni se postró en
adoración, ni lavó sus pies con sus lágrimas, ni derramó perfume en ellos.
Jesús no hace esta comparación en vano: de esta manera, deja bien en claro que la
mujer pecadora lo ama más que el mismo Pedro, que es su Vicario en la tierra. Esto
demuestra que Dios no se deja guiar por las apariencias y que mira aquello que
el hombre no puede ver, y es lo más profundo del corazón del hombre. También
demuestra que los cargos eclesiásticos y/o mundanos no hacen mejor a un hombre,
ni son las posesiones materiales ni la jerarquía o escala social lo que hace a
un alma agradable a Dios, sino el amor que posee. En este sentido, como Jesús
se lo hace notar indirectamente, María Magdalena posee un amor a Dios mucho más
grande que el de Pedro -a Pedro le sucederá lo mismo, luego de su traición, pero ahora, quien ama más es María Magdalena-, porque a ella se le perdonó mucho, y por eso ama mucho:
“Por eso te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho;
mas aquel a quien poco se le perdona, poco ama” (Lc 7, 47).
Pidamos la gracia de imitar a María Magdalena, la mujer del Evangelio, que se postra ante Jesús en adoración, lava sus pies las lágrimas de su arrepentimiento y los perfuma con un costosísimo perfume, cuyo aroma exquisito invade toda la casa: que también nosotros obremos de la misma manera en el momento de comulgar: que nos postremos en adoración ante Jesús Eucaristía, que derramemos lágrimas de dolor y de contrición por nuestros pecados y que derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestras buenas acciones, para que el aroma exquisito de la gracia santificante que baña nuestras almas se eleve como suave fragancia hasta el trono de Dios Uno y Trino.
Pidamos la gracia de imitar a María Magdalena, la mujer del Evangelio, que se postra ante Jesús en adoración, lava sus pies las lágrimas de su arrepentimiento y los perfuma con un costosísimo perfume, cuyo aroma exquisito invade toda la casa: que también nosotros obremos de la misma manera en el momento de comulgar: que nos postremos en adoración ante Jesús Eucaristía, que derramemos lágrimas de dolor y de contrición por nuestros pecados y que derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestras buenas acciones, para que el aroma exquisito de la gracia santificante que baña nuestras almas se eleve como suave fragancia hasta el trono de Dios Uno y Trino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario