sábado, 22 de junio de 2013

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”



(Domingo XII - TO - Ciclo C - 2013)
         “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Lc 9, 18-24). Jesús pregunta a sus discípulos qué dice la gente acerca de Él. Obviamente, no porque no lo supiera, puesto que Él es Dios en Persona, sino porque quiere dar lugar a una manifestación del Espíritu Santo, quien obrará en Pedro y a través de Pedro, dando la respuesta verdadera.
         La gente piensa que Jesús es un profeta, o un hombre venido del cielo –Elías-, todo lo cual demuestra desconocimiento acerca de la identidad de Jesús en aquellos que no son discípulos. Cuando Jesús les pregunta a ellos, sus discípulos, Pedro es el único que contesta correctamente, y esto es porque Pedro está iluminado por el Espíritu Santo, tal como Jesús se lo dice: “Alégrate, Pedro, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. La respuesta de Pedro es verdadera, pero no porque sea él, Pedro, el pescador, quien haya deducido correctamente o haya elaborado razonamientos profundos: es el Espíritu Santo quien se lo ha comunicado, porque conocer la verdadera identidad de Jesucristo, su identidad divina, está fuera del alcance de todo intelecto creado, sea hombre o ángel.
Esta es la manifestación del Espíritu Santo a la cual Jesús quería dar lugar con su pregunta acerca de su identidad: Pedro, en cuanto Vicario de Cristo en la tierra, y en cuanto Jefe máximo de la Iglesia Católica, posee la Verdad absoluta y única sobre Jesús. De ahora en más, la Iglesia se cimentará sobre la fe de Pedro: si Pedro vacila –cuando duda en la fe en Jesús, comienza a hundirse, en el episodio en el que comienza a caminar sobre las aguas, y luego, en la Pasión, lo traicionará, negándolo, para después arrepentirse-, toda la Iglesia vacila; si Pedro se mantiene firme en la fe, toda la Iglesia se mantiene firme en la fe.
         No es indiferente conocer la identidad de Jesús, por lo que sigue: en los siguientes dos párrafos, Jesús les anunciará su próxima Pasión, muerte y Resurrección, es decir, su misterio pascual –“el Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, morirá y luego resucitará al tercer día-, y luego les dice que aquel que “quiera seguirlo”, deberá “cargar su cruz todos los días, negarse a sí mismo y seguirlo”, para “perder la vida por Él”, de modo de “ganarla” para el Reino de los cielos.
         Todo está relacionado: la confesión de Pedro, según la cual Jesús es Dios Hijo en Persona, el anuncio de la Pasión de Jesús, que es el camino por el cual Él abrirá las puertas del cielo para los hombres, y luego el programa de vida de sus discípulos, si estos quieren también llegar al cielo: negarse a sí mismos y cargar la cruz de todos los días, en pos del seguimiento de Jesús.
         Es muy importante la confesión de Pedro acerca de la divinidad de Jesús, porque si Jesús no es Dios encarnado, entonces todo lo que sigue no es real y no pasa de ser una mera expresión de deseos de un hombre bueno y santo: si Jesús es simplemente un hombre -bueno y santo, pero solo un hombre-, si Jesús no es Dios, entonces morirá en la cruz pero no resucitará, y sus seguidores, por más que se esfuercen en imitarlo, no podrán entrar nunca en el Reino de Dios. Si Jesús es solo un hombre, sus palabras no tendrían sentido y cargar la cruz y seguirlo sería un acto equivalente al suicidio.
         Sin embargo, como lo dice Pedro, iluminado por el Espíritu Santo, Jesús es Dios, es Dios Hijo en Persona, es el Hombre-Dios, quien a través de su misterio pascual de muerte y resurrección, salvará a la humanidad al derrotar a sus tres grandes enemigos, el demonio, el mundo y la carne, y concederá la filiación divina a todo aquel que, voluntaria y libremente, lo reconozca como a su Salvador, y es por esto que sus palabras tienen la fuerza de la divinidad, y tienen tanta fuerza, que conducen a la humanidad entera hacia un nuevo destino, el destino de la feliz eternidad en los cielos. Esta es la razón por la cual tiene sentido salvífico la negación de las propias pasiones y el abrazar la Cruz siguiendo a Cristo camino del Calvario, todos los días: no se trata de un mero ejercicio de práctica de buenas virtudes, sino de un verdadero camino de salvación, camino por el cual se da muerte al hombre viejo, en la cruz, para que por la gracia nazca el hombre nuevo, el hombre que ha sido convertido en hijo adoptivo de Dios por el don de la filiación divina.
         La confesión de Pedro, entonces, es capital para el sentido y la dirección que adquiere la vida del cristiano: puesto que Jesús es Dios, como lo dice Pedro: “Tú eres el Hijo de Dios”, entonces la vida del cristiano adquiere un nuevo sentido y una nueva dirección, ya que su destino final no es más la muerte terrena, sino la vida eterna, el Reino prometido por Jesús. Sin embargo, para poder merecer esta promesa, el cristiano debe dejar de lado al mundo y a sus atractivos y contemplar a Cristo en su misterio pascual, ya que solo si participa de este misterio podrá, al final de los días de su vida terrena, ingresar en el Reino de Dios.
         Junto a Pedro, con la fe de Pedro, debemos decirle a Jesús en la Eucaristía (porque en la Eucaristía está, vivo y glorioso, el Jesús reconocido por Pedro): “Jesús Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios, Tú has muerto y resucitado por mi salvación, y porque Tú me llamas, me decido a negarme a mí mismo, cargando mi cruz de cada día, para morir crucificado contigo, para así resucitar a la vida eterna”.

         

No hay comentarios:

Publicar un comentario