Cristo del Amor
“Amen
a sus enemigos” (Lc 6, 27-36). Este mandato
es la prueba de que la religión católica es de origen divino, porque es
imposible de cumplir con las fuerzas humanas. A un enemigo, naturalmente, con
las fuerzas humanas, máximamente, se lo puede perdonar, pero no “amar”; puede
uno reconciliarse con él, pero no hasta llegar al punto de “amarlo”. Luego de
superado el impulso de destruirlo –porque por eso es “enemigo”, de lo contrario,
sería “amigo”-, todo lo que alcanza a hacer la naturaleza humana es la
reconciliación, y a establecer las paces. Podría haber incluso un cierto amor
de amistad, pero no en el grado y cualidad en el que Jesús lo requiere, cuando
dice: “amen a sus enemigos”.
Entonces,
surge la pregunta: ¿cómo cumplir el mandato de Jesús? Primero, recordando las
Escrituras: “Cristo es nuestra paz; con su Cuerpo en la cruz derribó el muro de
odio que separa a judíos y gentiles, porque en Él tenemos acceso al Padre en un
mismo Espíritu” (cfr. Ef 2, 14-15);
luego, contemplándolo a Él mismo en la cruz, y considerando que Él dio su vida
por todos y cada uno de nosotros, siendo nosotros sus enemigos y cómo,
habiéndole nosotros quitado la vida, Jesús no pidió venganza al Padre mientras
moría, sino que clamó piedad y misericordia para nosotros, que le arrancábamos
la vida a fuerza de golpes, por nuestros pecados: “Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen” (Lc 23, 34). También
esa fue la oración de la Virgen, al pie de la cruz: siendo nosotros los que
matábamos al Hijo de su Amor, la Virgen no clamó venganza ni justicia contra
nosotros, sino que elevó a Dios Padre el mismo clamor de piedad que su Hijo
Jesús, intercediendo por nosotros, y pidiendo piedad y misericordia: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Tanto Jesús, como la Virgen, nos
amaron a nosotros, siendo sus enemigos, y así nos dieron ejemplo de cómo amar a
los enemigos: hasta la muerte de cruz. Pero también Dios Padre es nuestro
ejemplo, porque Dios Padre, podría haber respondido negativamente al pedido de
clemencia, tanto de su Hijo Jesús, como de la Virgen, y sin embargo, Dios Padre
responde con misericordia enviando al Amor que brota de las entrañas de su Ser
eterno trinitario, espirando Él y su Hijo al Espíritu Santo, en el momento en
el que el soldado romano traspasa el costado de Jesús y hace brotar Sangre de
su Sagrado Corazón. Dios Padre responde con su Divina Misericordia, a la
malicia del hombre, enviando al Espíritu Santo, que se difunde sobre el mundo
junto con la Sangre y el Agua que brotan del Corazón traspasado de su Hijo
Jesús en la cruz, y así nos da ejemplo de cómo amar a los enemigos, porque
derrama sobre nosotros su Divina Misericordia, siendo nosotros sus enemigos. En
vez de aniquilarnos, hace caer sobre nosotros la Sangre de su Hijo, y como esta
Sangre es la Sangre del Cordero, al caer sobre nosotros, nos quita los pecados,
nos purifica, nos regenera, nos re-crea, nos hace nacer a la vida de la gracia,
la vida de los hijos de Dios y nos hace herederos del Reino de los cielos. La Sangre
derramada de Jesús en la cruz es la garantía y el sello indeleble del perdón
divino y, todavía más que el perdón, de nuestro ascenso a la categoría de hijos
adoptivos de Dios y herederos del Reino. Y no contento con esto, Dios Padre,
además, organiza para nosotros un banquete festivo, anticipo del banquete que dura
para siempre, el banquete del Reino de los cielos, y Él mismo nos sirve a la
mesa, sirviéndonos alimentos exquisitos, alimentándonos a nosotros, que éramos
sus enemigos, con el Pan Vivo bajado del cielo, con la Carne del Cordero, y nos
da a beber el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de su Hijo Jesús, la
Santa Eucaristía.
“Amen
a sus enemigos”. Quien quiera saber cómo debe amar a sus enemigos, solo debe
contemplar a Jesús crucificado, a la Virgen al pie de la cruz, a Dios Padre que
nos perdona; y si alguien necesita del Amor para perdonar y amar a sus
enemigos, con el mismo Amor con el que Cristo nos amó y nos perdonó, no tiene
otra cosa que hacer que alimentarse de la Eucaristía, en donde está contenido
el Amor en Persona, el Espíritu de Dios, que hace arder y vuelve incandescente
al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Después de todo esto, ningún cristiano
tiene excusas de ninguna clase, para no amar a sus enemigos, hasta la muerte de
cruz, como lo hizo Jesús con nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario