"El Reino de los cielos es como un padre de familia que salió de mañana a contratar trabajadores para su viña..."
(Domingo
XXV - TO - Ciclo A – 2014)
“Los últimos serán los primeros y los primeros serán los
últimos” (Mt 19, 30 -20, 16). En esta
parábola, cada elemento tiene un significado sobrenatural: el padre de familia,
propietario de la viña, es Dios; la viña, es la Iglesia; el trabajo, es la
misión que cada uno desempeña en la vida y en la Iglesia; el día de trabajo, es
la vida personal de cada uno y también la historia humana, desde el inicio
hasta el Último Día, en el Día del Juicio Final; el capataz que reparte la
paga, representa a San Miguel Arcángel, y también a los ángeles de Dios, que el
Día del Juicio Final, separarán a los bienaventurados, de los condenados; el
denario, la paga convenida por el trabajo, es el Reino de los cielos. Lo que llama
la atención de la parábola es, precisamente, que todos reciban la misma paga, el
mismo salario -el Reino de los cielos-,
siendo que unos trabajan más y otros menos. Lo que sucede es que el Reino de
los cielos no puede dividirse y el hecho de que alguien ingrese en él es
siempre un don de la infinita misericordia de Dios (Lc 8, 47; 15, 7).
Jesús compara al Reino de los cielos con un “padre de
familia” que es el propietario de una viña, que sale a contratar obreros, desde
la madrugada hasta la tarde-noche, pero que a todos paga con el mismo salario. El
padre va a la plaza al amanecer, a buscar hombres que estén esperando alguien
que los contrate para trabajar y quedan de acuerdo en que el jornal del día
será un denario. El padre de familia regresa a la plaza en busca de otros trabajadores
a distintas horas: a las nueve, al mediodía y a las tres de la tarde. En estas otras
contrataciones, no se menciona una suma concreta, sino sólo “un jornal justo”. Si
lo trasladamos al modo de hacer negocios entre los seres humanos, el padre
debería pagar a cada obrero tres cuartos, la mitad y un cuarto de denario
respectivamente. Finalmente, y de un modo inesperado, una hora antes de la
puesta del sol, el padre de familia contrata a los últimos de los que estaban
ociosos, pero a estos los contrata más bien por compasión que por necesidad,
puesto que ya no los necesitaba.
Una vez que termina el día de trabajo, el capataz da órdenes
de pagar a todos los trabajadores, y aquí es cuando sobreviene la sorpresa para
muchos –y es lo que constituye, a su vez, lo esencial de la parábola[1]-,
porque cuando la lógica humana esperaría que los primeros trabajadores, los que
comenzaron a trabajar desde temprano por la mañana, recibirían más, o al menos
un denario completo, mientras que los que llegaron sucesivamente más tarde,
recibirían menos, sucede sin embargo lo inesperado: el padre de familia ordena
al capataz que se pague a todos los jornaleros el mismo jornal, esto es, un
denario.
La
segunda orden que da el capataz, por indicación del patrón de la viña, es la de
comenzar por los “últimos”, los recién llegados, y lo hace para que los
primeros sean testigos de la paga generosa del patrón a los últimos. Los primeros
trabajadores, observando cómo los últimos reciben la misma paga que ellos,
habiendo trabajado solo una mínima parte del día y encima en las mejores horas,
porque era ya hacia la noche, cuando no ya no hacía calor, se indignan y
comienzan a protestar y a murmurar, aunque es uno solo el que protesta en
nombre de todos, encabezando la protesta.
El padre de familia,
que ha dado la orden de que se pague en primer lugar a los últimos trabajadores,
para que todos sean testigos de su generosidad, escucha la queja infundada e
injusta de los primeros trabajadores, y se prepara a responder, y en esta
respuesta está contenida la enseñanza de la parábola[2]. Entonces,
resumiendo la situación, antes que el padre de familia responda, el estado de
cosas es el siguiente: los que llegaron primero se quejan sólo de los “últimos”,
no de los otros grupos, porque estos representan la –a su modo de ver- “injusticia”
mayor: ¡han llegado últimos, han trabajado sólo una hora, con el fresco de la
tarde, y reciben la misma paga que ellos, que fueron los primeros, que han
estado trabajando desde la madrugada, y han estado expuestos a los rayos del
sol todo el día! ¡Es demasiado injusto!
El representante de los obreros disconformes utiliza la expresión: “el peso del día”, la cual tiene una carga muy negativa en relación al patrón, al dueño de la viña, porque implica un prejuicio, un juicio negativo pre-formado; implica que ya, desde el inicio, se ha pensado mal del patrón; se ha pensado que los ha querido perjudicar desde el comienzo del trato laboral. En efecto, la expresión “el peso del día”, utilizada por el jornalero que se queja, argumentando injusticia por parte del padre de familia –son los que se quejan de Dios, acusándolo de injusto, por el motivo que sea; pueden ser también los cristianos "piadosos" pero que se escandalizan al saber que Dios puede salvar a un pecador que ha cometido pecados horrendos, aunque la condición para que lo perdone, en todo caso, es siempre el arrepentimiento de parte del pecador-, y de esta manera recuerda al que hablaba de igual modo en la parábola de las minas, que también pensaba mal de su Señor y que por eso no pudo servirlo bien, porque no lo amaba sino que “le tenía miedo” (cfr. Lc 19, 21-23)[3].
Por el contrario, el obrero de la última hora pensó bien, puesto que esperó mucho de Él (cfr. Lc 7, 47) –esto quiere decir que lo amaba- y por eso recibió lo que esperaba, y así este obrero representa al cristiano que confía en Jesús –el que confía en Jesús es el que ama a Jesús- y lleva su yugo, que es “suave y ligero” (cfr. Mt 11, 29) y que obedece los mandamientos del Padre que “no son pesados” (1 Jn 5, 3), sino dados para nuestra felicidad (Jer 7, 23) y como guías para nuestra seguridad (Sal 24, 8).
Por otra parte, en esto radica el acto elemental de la fe del cristiano, que es una relación filial de padre a hijo –es la relación del hombre como hijo de Dios, adoptado por el bautismo, con Dios Padre-, porque no puede construirse ningún vínculo de padre a hijo si éste no se considera como hijo, sino como un peón y cree que su padre lo quiere explotar como tal[4].
El representante de los obreros disconformes utiliza la expresión: “el peso del día”, la cual tiene una carga muy negativa en relación al patrón, al dueño de la viña, porque implica un prejuicio, un juicio negativo pre-formado; implica que ya, desde el inicio, se ha pensado mal del patrón; se ha pensado que los ha querido perjudicar desde el comienzo del trato laboral. En efecto, la expresión “el peso del día”, utilizada por el jornalero que se queja, argumentando injusticia por parte del padre de familia –son los que se quejan de Dios, acusándolo de injusto, por el motivo que sea; pueden ser también los cristianos "piadosos" pero que se escandalizan al saber que Dios puede salvar a un pecador que ha cometido pecados horrendos, aunque la condición para que lo perdone, en todo caso, es siempre el arrepentimiento de parte del pecador-, y de esta manera recuerda al que hablaba de igual modo en la parábola de las minas, que también pensaba mal de su Señor y que por eso no pudo servirlo bien, porque no lo amaba sino que “le tenía miedo” (cfr. Lc 19, 21-23)[3].
Por el contrario, el obrero de la última hora pensó bien, puesto que esperó mucho de Él (cfr. Lc 7, 47) –esto quiere decir que lo amaba- y por eso recibió lo que esperaba, y así este obrero representa al cristiano que confía en Jesús –el que confía en Jesús es el que ama a Jesús- y lleva su yugo, que es “suave y ligero” (cfr. Mt 11, 29) y que obedece los mandamientos del Padre que “no son pesados” (1 Jn 5, 3), sino dados para nuestra felicidad (Jer 7, 23) y como guías para nuestra seguridad (Sal 24, 8).
Por otra parte, en esto radica el acto elemental de la fe del cristiano, que es una relación filial de padre a hijo –es la relación del hombre como hijo de Dios, adoptado por el bautismo, con Dios Padre-, porque no puede construirse ningún vínculo de padre a hijo si éste no se considera como hijo, sino como un peón y cree que su padre lo quiere explotar como tal[4].
De acuerdo con esto, una primera enseñanza
entonces de la parábola, es que los primeros trabajadores, que piensan mal del
padre de familia, representan a los cristianos que piensan mal de Dios –cometiendo
pecado de injusticia contra Dios, porque Dios es infinitamente bueno e incapaz
de hacer el mal- y por eso reciben –o creen recibir, mejor dicho- menos de lo
que esperan, mientras que los últimos trabajadores, que piensan bien del padre
de familia, representan a los cristianos que aman a Dios y que por lo tanto,
establecen con Él la relación de Padre a hijo, recibiendo de Él todo lo que Él
quiere darles, que es su Amor infinito, expresado en el Reino de los cielos,
simbolizado en el denario.
Una
vez escuchada la queja, y contrastando con el enfado y enojo de los que se
quejan injustamente, el padre de familia se dirige al jefe de los descontentos
con un tono suave y paternal, puesto que le dice: “amigo”, con lo que recuerda
al padre del hijo pródigo dirigiéndose a su hijo mayor (cfr. Lc 15, 31); tampoco hay enojo en sus
palabras cuando le dice: “Toma lo que es tuyo y vete”.
Le
hace acordar, con mucha calma, el acuerdo que habían pactado al inicio de la
jornada ambas partes y al cual ambas partes lo habían observado; es decir, le
hace ver que nada de injusto hay en su proceder; luego de esto, le hace conocer
su deseo: “Es mi deseo dar al último lo que he dado al primero”. En otras
palabras, el padre de familia le hace ver, por un lado, que no ha hecho ninguna
injusticia, por cuanto le ha pagado a los primeros, lo que había convenido en
la paga y puesto que él es dueño de sus bienes, es dueño también de pagar lo
que él quiera a los que quiera y con esto, no comete injusticia con nadie; sólo
está demostrando la bondad de su corazón. Es decir, si alguien no solo no ha
cometido ninguna injusticia de ninguna clase, y además ha sido justo en todo lo
que ha hecho, ¿qué motivos tendría alguno para quejarse, si además de justo, esa
persona se muestra también bondadosa? El que se queja –en este caso, el
representante de los primeros trabajadores- de alguien que es justo y bondadoso
–el padre de familia-, es, o porque no entiende la situación o, peor aún, porque,
entendiendo, ve malicia en donde no la hay, con lo cual demuestra él poseer la
malicia de la cual acusa al otro.
Con esta parábola, Jesús explica entonces la generosidad del
Amor de Dios, que quiere que todos los hombres nos salvemos y alcancemos el
cielo, aun cuando no haya una justicia estricta[5], porque
la parábola insinúa una cierta desconfianza en el valor de las obras en sí
mismas, en ventaja de la generosidad de Dios. En otras palabras, para
salvarnos, según esta parábola, Dios no miraría tanto a las obras, sino a su
Misericordia Divina. Esto se deduce del hecho de que los primeros trabajadores
trabajan más, obviamente –hacen más apostolado, rezan más, asisten más a misa-,
y reciben lo mismo que los últimos –son los que, por diversas circunstancias,
no llevan una vida cristiana por largos años de su vida-, pero tampoco es un
desmedro de las obras, porque sí se tienen en cuenta las obras, aunque a la
hora de la salvación de quienes están al borde de la condenación, Dios no
escatima su Misericordia, donándola sin reservas, y eso es lo que significa
esta parábola.
Además,
otra consideración que se debe hacer, es que Dios mira también -a diferencia
del hombre, que valora solo la duración del esfuerzo-, las disposiciones del
corazón: de ahí que el pecador arrepentido
encuentre siempre abierto el camino de la misericordia y el perdón en cualquier
trance de su vida (Jn 5, 40). El trabajador
último, que gana un denario –es decir, que gana el Reino de los cielos-,
representa al que se salva en los últimos instantes de su vida, porque siendo
un gran pecador toda su vida –setenta, ochenta, noventa años-, se arrepiente
sin embargo, con una contrición perfectísima del corazón, mirando a la malicia
del pecado y a la santidad y majestad divinas –que es en lo que consiste la
contrición del corazón-, alcanzando, en los últimos segundos de su vida
terrena, el ingreso al Reino de los cielos, haciendo realidad lo que Jesús le
dice a Pedro, al contemplar el llanto compungido de María Magdalena, que baña
sus pies con sus lágrimas y luego los unge con perfume: “Sus numerosos pecados le
han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor” (Lc 7, 36-50).
“Los últimos serán los primeros y los
primeros serán los últimos”. Esta parábola de los obreros de la viña nos
enseña, por lo tanto, no solo a pensar bien de Dios (Sab 1, 1) –por otra parte, es imposible pensar mal de Dios, y quien
piense mal de Dios, o que Dios puede hacer algún mal, está cometiendo una grave
injusticia contra Dios, desde el momento en que Dios es Amor y Bondad infinitas
y es incapaz de cometer ni siquiera el más pequeñísimo acto de malicia-, sino a
amarlo, por el solo hecho de ser Él quien es: Dios de infinita Bondad y de Amor
infinito y Eterno, porque lo que enseña la parábola es que Dios quiere dar la
misma paga, el Reino de los cielos, a todos sus hijos, es decir, Dios Uno y
Trino quiere que todos sus hijos, todos los hombres, se salven, aun si esos
hijos suyos son pecadores durante toda su vida. con tal de que se arrepientan, aunque sea en el último
instante de su vida terrena.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum
Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder,
Barcelona 1957, 430ss.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. Mons. Dr. Juan Straubinger, La Santa Biblia. Traducción directa de textos primitivos, Universidad
Católica de la Plata, 2007.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
que cosas tan raras sacan que el capataz es el arcángel, si se les da por inventar vainas
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