“¿No
es acaso el carpintero, el hijo de María?” (Mc
6, 1-6). Jesús predica y en esa predicación, se auto-revela como Dios, y
acompaña a su predicación y a su auto-proclamación como Dios, con milagros que
sólo Dios puede hacer, con lo cual confirma, con hechos prodigiosos –los
milagros- que lo Él dice, que es Dios Hijo encarnado, es verdad. Sin embargo, la
multitud, testigo de su prédica y de sus milagros, que, según el Evangelio, “estaba
asombrada”, saca la conclusión opuesta, ya que dice: “¿De dónde saca todo esto?
¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se
realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano
de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros?”. Es decir, en vez de creer en las palabras de Jesús, de que Él es el
Hijo de Dios y Dios en Persona, puesto que acompaña esta aseveración con
prodigios y milagros que sólo Dios puede hacer, la multitud, en un sorprendente
acto de incredulidad y de falta de fe, no cree, ni en las palabras de Jesús, ni
en sus milagros, y por eso es que el Evangelio destaca que “Jesús era para
ellos un motivo de tropiezo”. Esta falta de fe, esta incredulidad voluntaria,
tiene consecuencias y es que Jesús no puede obrar más que unos pocos milagros:
“Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos,
imponiéndoles las manos”. Y si la multitud se asombraba de sus palabras, Él “se
asombraba de su falta de fe”. El error de la multitud radica en la
racionalización de la fe, es decir, en el adecuar –o intentar adecuar, porque
es imposible- lo sobrenatural, lo que es propio de Dios, de su Ser y de su
obrar, a los estrechos límites de la razón humana. La multitud conocía a Jesús,
pero lo conocía como se conoce a cualquier persona humana y cuando lo escuchan
en su sabiduría divina y cuando lo ven obrar milagros, con lo cual queda
demostrado que Jesús es quien dice ser, la Persona Divina del Hijo de Dios, en
vez de abrir sus mentes y sus corazones a la gracia, que habría de concederles
la fe sobrenatural en Jesús, deciden, libremente, cerrarse a la gracia y
empecinarse en sus razonamientos y en sus vivencias humanas: “¿No es éste el
carpintero, el hijo de María?”. De esta manera, se cierran a sí mismos al
misterio sobrenatural de Dios Hijo encarnado, que ha venido a este mundo para salvar
a los hombres por el sacrificio redentor de la cruz; por seguir sus pobres
razonamientos humanos, y por elegir libremente cerrarse a la gracia, se cierran
a sí mismos la salvación y el acceso al Reino de los cielos.
“¿No
es éste el carpintero, el hijo de María?”. Análogamente, hoy también, dentro
del Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica, hay quienes continúan
racionalizando la fe, cerrando sus mentes y sus corazones al misterio
sobrenatural del Hombre-Dios Jesucristo, quien actualiza su misterio pascual de
Muerte y Resurrección por medio de la liturgia eucarística. Hoy también, al
igual que en épocas de Jesús, aquellos más cercanos a Él y que deberían dar
testimonio de su Presencia Eucarística, niegan esta Presencia real en la
Eucaristía, confundiendo a la Eucaristía con un poco de pan bendecido, sin
creer que es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo. Hoy también muchos, en la Iglesia, reducen el misterio eucarístico
a los estrechos límites de sus pobres razonamientos humanos y, continuando la
incredulidad de los compatriotas de Jesús, dicen: “¿Este es Jesús, el Hijo de
Dios, Presente en la Eucaristía? ¿No es la Eucaristía nada más que un poco de
pan bendecido? ¿De dónde se puede decir que no sea otra cosa que un poco de
trigo y agua, si hemos visto cómo se amasa el pan sin levadura, por lo que no
puede ser otra cosa que pan sin levadura?”. Quienes así piensan, se cierran al
influjo de la gracia que proviene de Jesús Eucaristía y Jesús Eucaristía, con
todo su poder divino, no puede hacer sin embargo ningún milagro en sus
corazones.
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