"También los perrillos comen de las migajas que caen de los amos"
“Hasta
los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos” (Mc 7, 24-30). Una mujer pagana, de
origen siriofenicio, acude a Jesús para implorarle que expulse a un demonio que
había tomado posesión de su hija y para hacerlo, se postra ante Jesús, en señal
de adoración. Sin embargo, a pesar de este reconocimiento –la postración es
señal de adoración-, Jesús no le concede inmediatamente lo que pide: aún más,
Jesús la pone a prueba, en su fe y en su humildad, al compararla con un perro. En
efecto, para graficar su negativa a concederle el milagro, Jesús utiliza la
figura de un banquete familiar, en el cual los hijos, sentados a la mesa, no se
ven privados del pan, para dárselo a los perros. El ejemplo gráfico utilizado
por Jesús es muy fuerte, puesto que, en esta figura, los miembros del Pueblo
Elegido son los hijos, sentados a la mesa y destinatarios, en primer lugar, del
pan, mientras que los paganos, como la mujer, son los perros, que como a animales
domésticos que son, no se les puede dar el pan que corresponde a los hijos. Se trata
de un argumento de razón natural: los seres humanos no pueden ser privados de
la alimentación, en favor de los animales; o, dicho en otras palabras, puestos
en igual situación de hambre y de necesidad de alimentación, los seres humanos
tienen prioridad sobre los animales.
Lo
que Jesús le quiere decir con este ejemplo es que los destinatarios de los
milagros, no son los paganos, como ella –al menos en esta fase inicial de la
Revelación-, sino los integrantes del Pueblo Elegido: ellos son como los hijos
que se sientan a la mesa. Sin embargo, a pesar de esta comparación, la mujer
siriofenicia se mantiene en su fe inquebrantable en Jesús y en su poder de
expulsar al demonio del cuerpo de su hija y no se amedrenta ni se ofende por la
comparación. Por el contrario, y dando muestras, además de fe y de humildad, de
gran agudeza sobrenatural, utiliza la misma figura de Jesús, para argumentar a
su favor: es cierto que solo los hijos son destinatarios del pan que se sirve a
la mesa y que el pan no puede darse a los perros, pero es cierto también que
los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos. El argumento
resulta irrefutable, aún para el mismo Jesús: si los miembros del Pueblo
Elegido, que son los hijos, son los principales destinatarios de los milagros y
de los milagros más espectaculares, los paganos, que son los perros, pueden
recibir algún milagro “menor”, como lo es la expulsión de un demonio que ha
tomado posesión de un cuerpo. Con esta argumentación, Jesús, reconociendo la
fe, la humildad y la lucidez sobrenaturales de la mujer, le concede lo que ha
pedido, quedando su hija inmediatamente libre de la posesión demoníaca: “A
causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija”. El Evangelio
confirma el milagro: “Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en
la cama y liberada del demonio”.
La
figura de la mujer siriofenicia es sumamente llamativa y es ejemplo de fe: es
pagana y siriofenicia, lo cual quiere decir que no pertenece al Pueblo Elegido
y que racialmente no es hebrea; sin embargo, muestra una fe en Jesús que supera
ampliamente a la fe de muchos de los integrantes del Pueblo Elegido, puesto que
no solo acude a Jesús con plena confianza en su poder divino –la mujer sabe,
por un lado, que su hija no está enferma sino poseída por un demonio y sabe
además que los demonios solo pueden ser expulsados con el poder divino-
Muestra
ya un germen de fe, aun siendo pagana, y esta fe es confirmada por Jesús, al
concederle el milagro que solicita. Es ejemplo y modelo de fe sobrenatural en
Jesús, y esto es debido a su mansedumbre y a su prontitud en responder a la
gracia, puesto que la fe es un don que se concede con la gracia santificante. La
mujer siriofenicia, siendo pagana, recibe la gracia de la conversión en Jesucristo,
con ocasión de una gran tribulación personal, como lo es la posesión demoníaca
de su hija, y al recibir esta gracia, deja de lado sus creencias paganas y
acepta a Jesucristo como Dios Encarnado Salvador de los hombres, que en cuanto
Dios, posee el poder más que suficiente para expulsar al demonio del cuerpo de
su hija. Esta fe en Jesucristo, en su condición de Hombre-Dios, la lleva a
postrarse delante de Jesús, en señal de adoración y por lo tanto, de
reconocimiento de su divinidad. Pero además de ejemplo de fe, la mujer
siriofenicia es ejemplo de humildad, porque habiendo sido comparada, por el
mismo Jesús en Persona, con un animal como el perro, la mujer siriofenicia no
solo no se siente ofendida, sino que acepta con humildad, mansedumbre y amor,
la comparación que hace Jesús, y es esta humildad la que conmueve al Sagrado
Corazón de Jesús, y lo lleva a concederle el milagro que solicita.
Fe
y humildad, amor y adoración a Jesucristo, ése es el legado de santidad de esta
mujer siriofenicia que, en el momento en el que reconoce a Jesús y se postra
ante Él para adorarlo, sale del paganismo para entrar en el Nuevo Pueblo
Elegido, la Iglesia Católica. Al recordar a esta santa anónima, por medio del
Evangelio, pidamos la gracia de su misma fe, su misma humildad, su mismo amor y
su misma adoración, para postrarnos ante Jesús Eucaristía, el Cordero manso y
humilde que quita los pecados del mundo.
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