(Domingo
II - TC - Ciclo B – 2015)
“Jesús
tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos” (Mc
9, 2-10). Jesús se transfigura en el Monte Tabor, se reviste de luz, antes de
revestirse de Sangre. La Transfiguración es una demostración de la divinidad de
Jesús, puesto que por la
Transfiguración, Jesús no recibe una luz que viene de lo alto, sino que la luz, proviniendo de su Ser divino trinitario, se derrama sobre su
alma, se revierte luego sobre su cuerpo y, desde este, brilla hacia el
exterior. Es decir, la luz que Jesús deja traslucir en el Monte Tabor, no es
una luz ajena o extrínseca a Él, como si la recibiera desde lo alto; Él es el
Dios cuya naturaleza divina es luz en sí misma, por lo que esta luz no viene de lo alto, sino que surge desde lo más profundo de su Acto de Ser divino, y puesto que es luz divina, no
es una luz inerte, muerta, sin vida, sino que es una luz viva, que da la vida
misma de Dios, la vida eterna, a todo aquel que es iluminado por ella.
Además, como la luz en la Sagrada Escritura es sinónimo de gloria, lo que resplandece en el Monte Tabor es la gloria de Dios, que por medio del Mediador, el Hombre-Dios Jesucristo, se vuelve visible y accesible para los hombres. ¿Cuál es la razón por la cual Jesús se transfigura en el Monte Tabor? Dice Santo Tomás que es para darles valor a sus Apóstoles, porque Jesús se transfigura y se reviste de gloria y de luz, para que sus discípulos recuerden que Él es Dios, porque la Pasión será tan cruelmente dura, que Él quedará prácticamente desfigurado y además cubierto de sangre, con lo cual será irreconocible y para que sepan que a la gloria de la luz, se llega por la tribulación de la cruz. El Dios de gloria y majestad, al que los ángeles se postran en adoración y al que aman y adoran con toda la fuerza de sus seres angélicos, por la malicia de los hombres, quedará reducido, en la Pasión, a un guiñapo sanguinolento; por la malicia del corazón de los hombres, el Dios de toda majestad y gloria, en la Pasión, quedará cubierto de sangre debido a sus heridas abiertas y a que la casi totalidad de su piel ha sido arrancada a fuerza de latigazos.
Ésta es la razón por la cual Jesús se transfigura en el Monte Tabor, es decir, deja traslucir la luz de su gloria divina -manifestándose en el Tabor en una nueva Epifanía, como lo que es, pero que oculta el resto de su vida terrena, para poder sufrir su Pasión: el Dios de infinita majestad-: lo hace para que lo contemplen en su gloria y así lo recuerden, en el momento en el que Él quedará cubierto de su Preciosísima Sangre. Jesús se transfigura para que sus discípulos sepan que a la gloria de la luz se va por la cruz, y que no hay otro camino, para llegar a la gloria divina, que la cruz de Jesús.
La contemplación de Jesús en el Monte Tabor, resplandeciendo de gloria y cubierto de luz, debe realizarse, de modo contemporáneo, con la contemplación de Jesús en el Monte Calvario, saturado de oprobios e ignominia y cubierto de su Sangre Preciosísima. La obra del Monte Tabor, por la cual Jesús está revestido de luz, es obra del Padre, porque Dios Padre le comunica de su gloria y de su luz al Hijo desde la eternidad y es esa luz y esa gloria la que se transluce en el Monte Tabor; la obra del Monte Calvario, por el contrario, por la cual Jesús está saturado de insultos y de golpes y está revestido con el manto rojo de su Sangre, es obra de nuestras manos, porque nosotros, con nuestros pecados, nos convertimos en deicidas, al matar a Jesús en la cruz.
Además, como la luz en la Sagrada Escritura es sinónimo de gloria, lo que resplandece en el Monte Tabor es la gloria de Dios, que por medio del Mediador, el Hombre-Dios Jesucristo, se vuelve visible y accesible para los hombres. ¿Cuál es la razón por la cual Jesús se transfigura en el Monte Tabor? Dice Santo Tomás que es para darles valor a sus Apóstoles, porque Jesús se transfigura y se reviste de gloria y de luz, para que sus discípulos recuerden que Él es Dios, porque la Pasión será tan cruelmente dura, que Él quedará prácticamente desfigurado y además cubierto de sangre, con lo cual será irreconocible y para que sepan que a la gloria de la luz, se llega por la tribulación de la cruz. El Dios de gloria y majestad, al que los ángeles se postran en adoración y al que aman y adoran con toda la fuerza de sus seres angélicos, por la malicia de los hombres, quedará reducido, en la Pasión, a un guiñapo sanguinolento; por la malicia del corazón de los hombres, el Dios de toda majestad y gloria, en la Pasión, quedará cubierto de sangre debido a sus heridas abiertas y a que la casi totalidad de su piel ha sido arrancada a fuerza de latigazos.
Ésta es la razón por la cual Jesús se transfigura en el Monte Tabor, es decir, deja traslucir la luz de su gloria divina -manifestándose en el Tabor en una nueva Epifanía, como lo que es, pero que oculta el resto de su vida terrena, para poder sufrir su Pasión: el Dios de infinita majestad-: lo hace para que lo contemplen en su gloria y así lo recuerden, en el momento en el que Él quedará cubierto de su Preciosísima Sangre. Jesús se transfigura para que sus discípulos sepan que a la gloria de la luz se va por la cruz, y que no hay otro camino, para llegar a la gloria divina, que la cruz de Jesús.
La contemplación de Jesús en el Monte Tabor, resplandeciendo de gloria y cubierto de luz, debe realizarse, de modo contemporáneo, con la contemplación de Jesús en el Monte Calvario, saturado de oprobios e ignominia y cubierto de su Sangre Preciosísima. La obra del Monte Tabor, por la cual Jesús está revestido de luz, es obra del Padre, porque Dios Padre le comunica de su gloria y de su luz al Hijo desde la eternidad y es esa luz y esa gloria la que se transluce en el Monte Tabor; la obra del Monte Calvario, por el contrario, por la cual Jesús está saturado de insultos y de golpes y está revestido con el manto rojo de su Sangre, es obra de nuestras manos, porque nosotros, con nuestros pecados, nos convertimos en deicidas, al matar a Jesús en la cruz.
Si Jesús se transfigura y manifiesta su gloria en el Tabor para que sus discípulos sepan que a la luz se va por la cruz, lo hace también para nosotros,
que somos sus discípulos, para hacernos ver que tenemos que seguir el
mismo camino, participar de su Pasión y Muerte en cruz, si queremos alcanzar la
gloria del cielo. Si Jesucristo, nuestro Redentor, pasó a la gloria por la
cruz, también nosotros debemos pasar por la cruz al cielo, y la forma de
hacerlo es participar de la Pasión de Nuestro Señor. Es lo que pide
la Iglesia para sus hijos, en la Liturgia de las Horas: “Señor, que tus hijos
vean en sus sufrimientos una participación a tu Pasión”[1]. Cada
uno de nosotros, si quiere llegar al cielo, debe pasar por la Pasión de Jesús;
cada uno de nosotros, si quiere experimentar y vivir para siempre la gloria del
cielo, que es la gloria del Monte Tabor, debe pasar, como pasó Jesús, por la
tribulación de la cruz.
“Jesús
se transfiguró en el Monte Tabor”. El mismo Jesús glorioso que resplandece con
su divina luz en el Tabor, es el mismo Jesús glorioso que resplandece con su
divina luz en el cielo, y es el mismo Jesús glorioso que resplandece, a los
ojos de la fe, con su divina luz, en la Eucaristía, en el Nuevo Monte Tabor, el
altar eucarístico. A esa misma gloria estamos destinados: la gloria del Tabor,
la gloria del cielo, la gloria del Cordero en la Eucaristía, pero a esa gloria
sólo llegaremos si pedimos, con todo el corazón, participar, en cuerpo y alma,
de la bendita Pasión del Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario