“Como
el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del
hombre cuando llegue su Día” (Lc 17, 20-25).
Jesús se refiere a su Segunda Venida, y la compara a cuando un “relámpago
brilla de un extremo al otro del cielo”, para que sepamos cuán repentina será
esta venida. Está hablando del Día del Juicio Final, aunque también se refiere
a su Venida al alma, a cada alma de modo personal, en el día de la muerte, es
decir, cuando la persona muera: el día de la muerte de cada uno será tan
inesperado y veloz, como “un relámpago que brilla de un extremo al otro del
cielo”. De todos modos, tanto para uno como en otro caso, debemos estar
preparados, “atentos y vigilantes”, con las “túnicas ceñidas y las lámparas
encendidas”, para que ese día no nos sorprenda de improviso. Y la forma de
estar preparados para ese día, es vivir en gracia, evitar el pecado, obrar la
misericordia y, sobre todo, amar a Jesús que, antes de venir en la gloria, en
su Segunda Venida, viene a nosotros, oculto en cada Eucaristía.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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