sábado, 19 de noviembre de 2016

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo




(Ciclo C – 2016)

         “Pusieron una inscripción encima de su cabeza: ‘Éste es el rey de los judíos’” (Lc 23, 35-43). Al finalizar el ciclo litúrgico, la Iglesia celebra a Cristo Rey. ¿Dónde reina este Rey? Cristo reina en los cielos eternos, porque Él es el Cordero de Dios, ante quien se postran en adoración los ángeles y santos (cfr. Ap 5, 6); Cristo reina en la Eucaristía, porque la Eucaristía es ese mismo Cordero de Dios, adorado por ángeles y santos, que es adorado en la tierra y en el tiempo por quienes, reconociéndose pecadores, sin embargo lo aman y se postran en adoración ante su Presencia Eucarística; Cristo reina en la Cruz, y así reza el letrero puesto por Pilato: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos” (Lc 23, 35-43), y así lo canta y proclama, con orgullo, la Santa Iglesia Militante: “Reina el Kyrios en el madero”. Pero Cristo Rey quiere reinar en los corazones de los hombres, de todos los hombres del mundo, de todos los tiempos, y es por eso que quiere ser entronizado en sus corazones. Él es el Rey del Universo visible e invisible, y todo está en sus manos, pero lo que más desea es el corazón y el amor de los hombres, tal como se lo dijo a Santa Gertrudis: “Nada me da tanta delicia como el corazón del hombre, del cual muchas veces soy privado. Yo tengo todas las cosas en abundancia, sin embargo, ¡cuánto se me priva del amor del corazón del hombre!”[1]. Cristo Dios se deleita, no con los planetas ni las estrellas, y ni siquiera con los ángeles, sino con el amor de nuestros corazones, pero se ve privado de ese deleite cuando su trono, que es nuestro corazón, está ocupado por alguien o algo que no es Él. Jesús quiere ser entronizado como Rey en nuestros corazones, pero antes debe el hombre humillarse ante Jesús y reconocerlo como a su Dios, su Rey y Salvador, como único modo de poder desterrar de su corazón a los ídolos mundanos, el materialismo, el hedonismo, el relativismo, y el propio yo, que ocupan el lugar que en el corazón humano le corresponde solamente a Cristo Rey.
         Nuestro Rey, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, el Cordero de Dios, reina en los cielos, reina en la Cruz, reina en la Eucaristía, y quiere reinar en nuestros corazones, pero para que Él pueda reinar en nuestros corazones, debemos ante todo destronar a los falsos ídolos entronizados por nosotros mismos y que ocupan el lugar que le corresponde a Jesucristo, y de todos estos falsos ídolos, el más difícil de destronar es nuestro propio “yo”. Este falso ídolo, que somos nosotros mismos, ocupa en nuestros corazones el puesto que sólo le corresponde a Cristo Rey y nos damos cuenta de que reina este tirano que es nuestro yo, cuando a los mandamientos de Cristo –perdona setenta veces siete, es decir, siempre; ama a tus enemigos; sé misericordioso; carga tu cruz de cada día; vive las bienaventuranzas; sé manso y humilde de corazón-, le anteponemos siempre nuestro parecer, y es así que ni perdonamos ni pedimos perdón; no amamos a nuestros enemigos; no cargamos nuestra cruz de todos los días, no somos misericordiosos, no vivimos las bienaventuranzas, somos soberbios y fáciles a la ira y el rencor. De esa manera, demostramos que quien reina y manda en nuestros corazones somos nosotros mismos, y no Cristo Rey, que por naturaleza, por derecho y por conquista, es nuestro Rey.
         Al conmemorar a Cristo Rey del Universo, por medio de la Solemnidad litúrgica, para asegurarnos de que verdaderamente nuestros labios concuerdan con nuestro corazón, destronemos a los falsos ídolos que hemos colocado en nuestros corazones, el más grande de todos, nuestro propio “yo” y luego sí postrémonos delante de Cristo Rey en la Cruz y en la Eucaristía, adorándolo, dándole gracias y amándole con todo el amor del que seamos capaces. Sólo así daremos a Nuestro Rey, Jesús Eucaristía, el honor, la majestad, la alabanza, la adoración y el amor que sólo Él se merece.





[1] http://www.corazones.org/santos/gertrudis_grande.htm

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