(Domingo
XXXIII - TO - Ciclo C – 2016)
“Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se
alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin”
(Lc 21, 5-19). Según algunos autores,
Jesús y sus discípulos se encuentran, probablemente, en la cima del Monte de
los Olivos (cfr. Mc 13, 3), desde
donde contemplaban el templo[1],
siendo ese el marco en el que se desarrolla el diálogo. Los discípulos llaman
la atención a Jesús sobre las grandiosas puertas de bronce que conducían a los
atrios interiores del Templo, el cual había sido concebido y edificado para la
eternidad[2]. La
profecía de Jesús sobre el Templo, según la cual en poco tiempo no sería más
que un cúmulo de piedras –“no quedará piedra sobre piedra”-, los sorprende,
pero esta destrucción no es gratuita, sino que tiene su origen en el rechazo
del Mesías por parte de Israel, quien habría de expulsarlo, del Templo y de la
Ciudad Santa, el Viernes Santo, para darle cruel muerte de cruz, y es esto lo
que Jesús revela proféticamente cuando dice: “Vuestra casa quedará desierta”.
La terrible predicción lleva a los discípulos a formular la angustiada pregunta:
“¿Cuándo sucederá esto?”.
Jesús
no da una fecha, sino que responde revelando cuáles serán las señales: aparecerán
falsos cristos, se desencadenarán guerras, etc., aunque todavía “no será el
fin”. Aún más, no sólo no será el final, sino que en Mateo y Marcos se dice que
esa será la señal del “comienzo de los dolores”.
Pero
en la respuesta de Jesús hay que diferenciar dos hechos distintos, uno que
marca su Primera Venida, y el otro, su Segunda Venida: el primero es la
destrucción de Jerusalén y el Templo -arrasado por Tito durante el gobierno del
emperador Vespasiano en el año 70, como símbolo del fin del pacto del Antiguo
Testamento-, que estará precedida por la persecución cruenta a los cristianos
–al tiempo que Lucas escribe el Evangelio, ya han sufrido la muerte Santiago,
Esteban-, todo lo cual efectivamente sucedió; el otro evento es su Segunda
Venida, la cual estará precedida por los falsos cristos –hoy más que nunca en
la historia de la humanidad, abundan los falsos mesías de la Nueva Era-, las
guerras, el hambre, etc. A quienes se mantengan firmes en la fe bimilenaria de
la Iglesia, Jesús les promete la asistencia del Espíritu Santo, con lo cual les
promete lo mismo que Dios le había prometido a Moisés en su enfrentamiento con
el faraón (cfr. Éx 4, 11-12)[3]. Además,
Jesús tranquiliza a sus discípulos afirmando que “todo está en manos de Dios”,
de manera que nada sucederá sin que Él lo quiera y permita, y si los discípulos
pierden la vida por el Evangelio, salvarán sus almas: “Por vuestra
perseverancia –hasta derramar la sangre en la confesión de la fe en Cristo
Dios-, salvaréis vuestras almas” (cfr. Mc
13, 13b: “El que perseverare hasta el fin, ése será salvo”).
El
primero de los signos, la destrucción del Templo, ya se produjo. Falta el
segundo, la Segunda Venida de Jesucristo en la gloria. ¿Cuándo será ese día? No
lo sabemos, pero sí sabemos que, indefectiblemente, llegará. En el Antiguo
Testamento se habla de este día: “Porque llega el Día, abrasador como un horno.
Todos los arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el Día que llega
los consumirá, dice el Señor de los ejércitos, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero
para ustedes, los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia que trae la
salud en sus rayos, y saldrán brincando como terneros bien alimentados” (Mal 3, 19-20). En otros pasajes, este
Día es descripto como “Día de la Ira del Señor”, puesto que al terminar el tiempo
termina la Misericordia y Jesús aparecerá como Justo Juez, no como Dios
Misericordioso, que dará a cada uno lo que cada uno mereció con sus obras
libremente realizadas: Cielo o Infierno. Refiriéndose a este día, la Virgen le
dijo a Santa Faustina que “hasta los ángeles de Dios temblarán” ante la Justa
Ira de Dios, desencadenada por la malicia de los hombres.
¿Y
qué es lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, acerca de la Segunda Venida
de Jesucristo? Dice así: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá
pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La
persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el
“misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que
proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el
precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del
Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica
a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[4]. Antes
de la Segunda Venida de Cristo, vendrá el Anticristo, el cual se presentará
como un pseudo-mesías que “dará una solución aparente” a la vida del hombre
caído en el pecado y dominado por la concupiscencia, porque al precio de
hacerlo apostatar de la Verdad Revelada, le permitirá seguir en su pecado,
argumentando que “nada es pecado” y que “Dios todo perdona”, alentando al
hombre a seguir en su estado de no conversión y de rebelión contra Dios, pero
con apariencia de religiosidad, porque para lograr este perverso propósito,
creará una nueva Iglesia, la Anti-Iglesia, que permitirá el pecado y modificará
la Ley de Dios, sus Mandamientos y sus Sacramentos.
Es
esto lo que advierte Monseñor Fulton Sheen, cuando hablando del Anticristo, afirma
que este construirá una iglesia falsa dentro de la Iglesia verdadera, lo cual
será, con toda probabilidad, la causa de la “prueba de fe” que deberán
atravesar los católicos, al deber diferenciar entre la verdadera y la falsa
iglesia: “Tendrá todas las notas y las características de la Iglesia, pero a la
inversa y vaciada de su Divino contenido. En el medio de todo este aparente
amor por la humanidad y su discurso superficial de libertad e igualdad, él
tendrá un gran secreto que no le dirá a nadie: él no creerá en Dios. Porque su
religión será la fraternidad sin la paternidad de Dios... Él va a crear una
contra-Iglesia que será la mona de la Iglesia, porque él, (como) el Diablo, es
el mono de Dios. Tendrá todas las notas y las características de la Iglesia,
pero a la inversa y vaciada de su Divino contenido. Será el cuerpo místico del
Anticristo que se parecerá en todo lo exterior al cuerpo místico de Cristo”[5].
Esta falsa Iglesia del Anticristo, con sus falsos sacramentos y mandamientos, será,
con toda probabilidad, la “prueba final que sacudirá la fe de numerosos
creyentes”, tal como lo advierte el Catecismo.
Por
último, San Ambrosio, comentando acerca del Día del Juicio Final, medita acerca
de la inutilidad de saber la fecha, si no convertimos nuestros corazones a
Dios, puesto que ese día puede ser el mismo día de nuestra muerte. Dice así San
Ambrosio: “(…) Existe en cada uno de nosotros un templo que sólo se destruye si
se derrumba la fe (…) ¿de qué me sirve saber cuándo será el día del juicio? ¿De
qué me sirve, siendo consciente de tanto pecado, saber que el Señor vendrá un
día, si no vuelve a mi alma, si no vuelve a mi espíritu, si Cristo no vive en
mí, si Cristo no habla por mí? Es a mí que Cristo debe venir, es en mí que ha
de tener lugar su venida” [6].
Esto es así porque, en realidad, a nivel personal debe realizarse una
consumación escatológica en cada hombre que muere, y esa consumación ocurre
precisamente en el momento de su muerte personal, sin que para él sea necesario
esperar al final de los tiempos. En otras palabras, si alguien muere esta
noche, esta noche es, para ese tal, el Día del Juicio Final, porque afrontará
su Juicio Particular, en el que se decidirá su destino eterno, corroborado
luego en el Juicio Final. En esa consumación escatológica individual ya nuestro
Señor Jesucristo tendrá que mostrarse tal como es, y el velo que para los vivos
cubre su realeza tendrá que rasgarse para dar paso a la clara visión de Cristo
glorificado. La Parusía o segunda venida de Cristo ocurre cada vez que Cristo
regresa con gloria para cada persona que muere, cuando viene para juzgar los
actos de su vida[7].
Retornando a San Ambrosio, el santo afirma que de nada sirve saber si Cristo
vendrá hoy o en dos años, si es que no abro las puertas de mi corazón a su
gracia y si no dejo que su gracia convierta y cambie radicalmente mi corazón. Y
si lo hago, es decir, si dejo entrar a Jesucristo en mi corazón y lo reconozco,
por la fe, y le doy mi corazón y lo entronizo en mi corazón a Jesús Eucaristía,
entonces sí estoy listo para cuando venga, cuando Él así lo decida.
El
Día del Juicio Final, el Día de la Ira de Dios, ha de venir, tarde o temprano,
y para ese día debemos prepararnos, y la mejor –y única- manera es vivir en
gracia, evitar el pecado, obrar la misericordia, alimentarnos del Pan de Vida
eterna, la Eucaristía. Quien esto hace todos los días de su vida, está ya
preparado para la Segunda Venida del Señor, sea que suceda hoy, mañana o en cinco
años.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario
al Antiguo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 639.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] N. 675.
[5] El Comunismo y la Conciencia de Occidente, Bobb-Merril Company, Indianápolis
1948, 24-25.
[6] Comentario al evangelio de Lucas, X, 6-8.
[7]
http://www.mercaba.org/Cristologia/01/parte_4_capitulo_06.htm
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