viernes, 11 de noviembre de 2016

“Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen (...) no llegará tan pronto el fin”



(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C – 2016)

         “Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin” (Lc 21, 5-19). Según algunos autores, Jesús y sus discípulos se encuentran, probablemente, en la cima del Monte de los Olivos (cfr. Mc 13, 3), desde donde contemplaban el templo[1], siendo ese el marco en el que se desarrolla el diálogo. Los discípulos llaman la atención a Jesús sobre las grandiosas puertas de bronce que conducían a los atrios interiores del Templo, el cual había sido concebido y edificado para la eternidad[2]. La profecía de Jesús sobre el Templo, según la cual en poco tiempo no sería más que un cúmulo de piedras –“no quedará piedra sobre piedra”-, los sorprende, pero esta destrucción no es gratuita, sino que tiene su origen en el rechazo del Mesías por parte de Israel, quien habría de expulsarlo, del Templo y de la Ciudad Santa, el Viernes Santo, para darle cruel muerte de cruz, y es esto lo que Jesús revela proféticamente cuando dice: “Vuestra casa quedará desierta”. La terrible predicción lleva a los discípulos a formular la angustiada pregunta: “¿Cuándo sucederá esto?”.
Jesús no da una fecha, sino que responde revelando cuáles serán las señales: aparecerán falsos cristos, se desencadenarán guerras, etc., aunque todavía “no será el fin”. Aún más, no sólo no será el final, sino que en Mateo y Marcos se dice que esa será la señal del “comienzo de los dolores”.
Pero en la respuesta de Jesús hay que diferenciar dos hechos distintos, uno que marca su Primera Venida, y el otro, su Segunda Venida: el primero es la destrucción de Jerusalén y el Templo -arrasado por Tito durante el gobierno del emperador Vespasiano en el año 70, como símbolo del fin del pacto del Antiguo Testamento-, que estará precedida por la persecución cruenta a los cristianos –al tiempo que Lucas escribe el Evangelio, ya han sufrido la muerte Santiago, Esteban-, todo lo cual efectivamente sucedió; el otro evento es su Segunda Venida, la cual estará precedida por los falsos cristos –hoy más que nunca en la historia de la humanidad, abundan los falsos mesías de la Nueva Era-, las guerras, el hambre, etc. A quienes se mantengan firmes en la fe bimilenaria de la Iglesia, Jesús les promete la asistencia del Espíritu Santo, con lo cual les promete lo mismo que Dios le había prometido a Moisés en su enfrentamiento con el faraón (cfr. Éx 4, 11-12)[3]. Además, Jesús tranquiliza a sus discípulos afirmando que “todo está en manos de Dios”, de manera que nada sucederá sin que Él lo quiera y permita, y si los discípulos pierden la vida por el Evangelio, salvarán sus almas: “Por vuestra perseverancia –hasta derramar la sangre en la confesión de la fe en Cristo Dios-, salvaréis vuestras almas” (cfr. Mc 13, 13b: “El que perseverare hasta el fin, ése será salvo”).
El primero de los signos, la destrucción del Templo, ya se produjo. Falta el segundo, la Segunda Venida de Jesucristo en la gloria. ¿Cuándo será ese día? No lo sabemos, pero sí sabemos que, indefectiblemente, llegará. En el Antiguo Testamento se habla de este día: “Porque llega el Día, abrasador como un horno. Todos los arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el Día que llega los consumirá, dice el Señor de los ejércitos, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero para ustedes, los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos, y saldrán brincando como terneros bien alimentados” (Mal 3, 19-20). En otros pasajes, este Día es descripto como “Día de la Ira del Señor”, puesto que al terminar el tiempo termina la Misericordia y Jesús aparecerá como Justo Juez, no como Dios Misericordioso, que dará a cada uno lo que cada uno mereció con sus obras libremente realizadas: Cielo o Infierno. Refiriéndose a este día, la Virgen le dijo a Santa Faustina que “hasta los ángeles de Dios temblarán” ante la Justa Ira de Dios, desencadenada por la malicia de los hombres.
¿Y qué es lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, acerca de la Segunda Venida de Jesucristo? Dice así: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[4]. Antes de la Segunda Venida de Cristo, vendrá el Anticristo, el cual se presentará como un pseudo-mesías que “dará una solución aparente” a la vida del hombre caído en el pecado y dominado por la concupiscencia, porque al precio de hacerlo apostatar de la Verdad Revelada, le permitirá seguir en su pecado, argumentando que “nada es pecado” y que “Dios todo perdona”, alentando al hombre a seguir en su estado de no conversión y de rebelión contra Dios, pero con apariencia de religiosidad, porque para lograr este perverso propósito, creará una nueva Iglesia, la Anti-Iglesia, que permitirá el pecado y modificará la Ley de Dios, sus Mandamientos y sus Sacramentos.
Es esto lo que advierte Monseñor Fulton Sheen, cuando hablando del Anticristo, afirma que este construirá una iglesia falsa dentro de la Iglesia verdadera, lo cual será, con toda probabilidad, la causa de la “prueba de fe” que deberán atravesar los católicos, al deber diferenciar entre la verdadera y la falsa iglesia: “Tendrá todas las notas y las características de la Iglesia, pero a la inversa y vaciada de su Divino contenido. En el medio de todo este aparente amor por la humanidad y su discurso superficial de libertad e igualdad, él tendrá un gran secreto que no le dirá a nadie: él no creerá en Dios. Porque su religión será la fraternidad sin la paternidad de Dios... Él va a crear una contra-Iglesia que será la mona de la Iglesia, porque él, (como) el Diablo, es el mono de Dios. Tendrá todas las notas y las características de la Iglesia, pero a la inversa y vaciada de su Divino contenido. Será el cuerpo místico del Anticristo que se parecerá en todo lo exterior al cuerpo místico de Cristo”[5]. Esta falsa Iglesia del Anticristo, con sus falsos sacramentos y mandamientos, será, con toda probabilidad, la “prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes”, tal como lo advierte el Catecismo.
Por último, San Ambrosio, comentando acerca del Día del Juicio Final, medita acerca de la inutilidad de saber la fecha, si no convertimos nuestros corazones a Dios, puesto que ese día puede ser el mismo día de nuestra muerte. Dice así San Ambrosio: “(…) Existe en cada uno de nosotros un templo que sólo se destruye si se derrumba la fe (…) ¿de qué me sirve saber cuándo será el día del juicio? ¿De qué me sirve, siendo consciente de tanto pecado, saber que el Señor vendrá un día, si no vuelve a mi alma, si no vuelve a mi espíritu, si Cristo no vive en mí, si Cristo no habla por mí? Es a mí que Cristo debe venir, es en mí que ha de tener lugar su venida” [6]. Esto es así porque, en realidad, a nivel personal debe realizarse una consumación escatológica en cada hombre que muere, y esa consumación ocurre precisamente en el momento de su muerte personal, sin que para él sea necesario esperar al final de los tiempos. En otras palabras, si alguien muere esta noche, esta noche es, para ese tal, el Día del Juicio Final, porque afrontará su Juicio Particular, en el que se decidirá su destino eterno, corroborado luego en el Juicio Final. En esa consumación escatológica individual ya nuestro Señor Jesucristo tendrá que mostrarse tal como es, y el velo que para los vivos cubre su realeza tendrá que rasgarse para dar paso a la clara visión de Cristo glorificado. La Parusía o segunda venida de Cristo ocurre cada vez que Cristo regresa con gloria para cada persona que muere, cuando viene para juzgar los actos de su vida[7]. Retornando a San Ambrosio, el santo afirma que de nada sirve saber si Cristo vendrá hoy o en dos años, si es que no abro las puertas de mi corazón a su gracia y si no dejo que su gracia convierta y cambie radicalmente mi corazón. Y si lo hago, es decir, si dejo entrar a Jesucristo en mi corazón y lo reconozco, por la fe, y le doy mi corazón y lo entronizo en mi corazón a Jesús Eucaristía, entonces sí estoy listo para cuando venga, cuando Él así lo decida.
El Día del Juicio Final, el Día de la Ira de Dios, ha de venir, tarde o temprano, y para ese día debemos prepararnos, y la mejor –y única- manera es vivir en gracia, evitar el pecado, obrar la misericordia, alimentarnos del Pan de Vida eterna, la Eucaristía. Quien esto hace todos los días de su vida, está ya preparado para la Segunda Venida del Señor, sea que suceda hoy, mañana o en cinco años.





[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario al Antiguo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 639.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] N. 675.
[5] El Comunismo y la Conciencia de Occidente, Bobb-Merril Company, Indianápolis 1948, 24-25.
[6] Comentario al evangelio de Lucas, X, 6-8.
[7] http://www.mercaba.org/Cristologia/01/parte_4_capitulo_06.htm

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