martes, 15 de noviembre de 2016

“Hoy tengo que alojarme en tu casa”



“Hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Al comentar el pasaje del Evangelio en el que Jesús encuentra a Zaqueo, Santa Isabel de la Trinidad establece una analogía según la cual la casa material de Zaqueo y Zaqueo mismo es ella, de manera que el diálogo que se entabla entre Jesús y Zaqueo es el diálogo entre Jesús y ella[1]. Dice así: “Como a Zaqueo, mi Maestro me ha dicho: “Apresúrate, desciende, que quiero alojarme en tu casa”. Apresúrate a descender, pero ¿dónde? En lo más profundo de mí misma”. Santa Isabel de la Trinidad hace una analogía entre ella y Zaqueo y entre la casa de Zaqueo y su propia alma, mientras que el descenso de Zaqueo del árbol, es el descenso que ella misma hace “hasta lo más profundo de ella misma”, con lo cual, el encuentro que se verifica entre Jesús y Zaqueo, en la casa material de este último, se verifica en el alma de –la casa espiritual- de Santa Isabel de la Trinidad. Ahora bien, puesto que Zaqueo ya ha recibido la gracia de la conversión, parte de la cual es desprenderse de los bienes materiales a los que estaba aferrado antes de conocer a Jesús, esto mismo se verifica también en Santa Isabel, aunque en relación a los bienes espirituales, que comienzan por el apego que el alma tiene a sí misma. Dice así la santa: “(entrar en la casa-alma) después de haberme negado a mí misma (Mt 16, 24), separado de mí misma, despojado de mí misma, en una palabra, sin yo misma”. Es decir, así como Zaqueo demuestra su conversión, fruto del encuentro con Jesús, la santa demuestra esta conversión en el deseo de despojarse de sí misma, para que Jesús sea todo en ella.
         Luego, al analizar la frase de Jesús “Hoy tengo que alojarme en tu casa”, Santa Isabel interpreta el pedido de Jesús –el Hombre-Dios- como el deseo de Dios Uno y Trino de inhabitar, por la gracia y el amor, en el alma de todo ser humano: “Es necesario que me aloje en tu casa”. ¡Es mi Maestro quien me expresa este deseo! Mi Maestro que quiere habitar en mí, con el Padre y el Espíritu de Amor, para que, según la expresión del discípulo amado, yo viva “en sociedad” con ellos, que esté en comunión con ellos (1Jn 1, 3)”. De estas palabras se deduce que hay una profundización en el amor hacia Santa Isabel en relación a Zaqueo, porque si en el caso de Zaqueo entró sólo el Hombre-Dios Jesús y lo hizo sólo en su casa material, ahora, en Santa Isabel, junto con Jesús, Persona Segunda de la Trinidad, vienen a la casa de Santa Isabel, su alma, junto con Jesús, el Padre y el Espíritu Santo. Son las Tres Divinas Personas las que quieren entrar en el alma de Santa Isabel y hacer morada en ella. La santa confirma este pensamiento, citando a San Pablo, en donde el  Apóstol se refiere a los bautizados como “miembros de la casa de Dios”: “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois miembros de la casa de Dios”, dice san Pablo (Ef 2, 19). He aquí como yo entiendo ser “de la casa de Dios”: viviendo en el seno de la apacible Trinidad, en mi abismo interior, en esta “fortaleza inexpugnable del santo recogimiento” de la que habla san Juan de la Cruz...”. “Ser de la casa de Dios” es, para Santa Isabel, ser el alma en gracia “la casa de Dios Uno y Trino”, de las Tres Divinas Personas.
         El alma en la que inhabite la Santísima Trinidad, será “bella”, con una belleza sobrenatural y descansará en Dios Trino, viviendo no ya en el tiempo y en el espacio humanos, sino en la eternidad de Dios, aun si continúa viviendo en el tiempo terrestre, y en la inhabitación de la Trinidad en lo más profundo de su ser, el alma se transformará en el “resplandor de su gloria”: “¡Oh qué bella es esta criatura  así despojada, liberada de ella misma!... Sube, se levanta por encima de los sentidos, de la naturaleza; se supera a ella misma; sobrepasa tanto todo gozo como todo dolor y pasa a través de las nubes, para no descansar hasta que habrá penetrado «en el interior» de Aquel que ama y que él mismo le dará el descanso... El Maestro le dice: “Apresúrate a descender”. Es así como ella vivirá, a imitación de la Trinidad inmutable, en un eterno presente..., y por una mirada cada vez más simple, más unitiva, llegar a ser “el resplandor de su gloria” (Heb 1,3) o dicho de otra manera, la incesante “alabanza de gloria”» (Ef 1, 6) de sus adorables perfecciones”. Para Santa Isabel, entonces, el episodio evangélico del encuentro entre Jesús y Zaqueo no solo se actualiza en su alma, sino que se profundiza hasta un nivel insospechado, el de la transformación del alma en el “resplandor de la gloria” de Dios Trino.




[1] Último retiro, 42-44.

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