“Hoy
tengo que alojarme en tu casa” (Lc
19, 1-10). Al comentar el pasaje del Evangelio en el que Jesús encuentra a
Zaqueo, Santa Isabel de la Trinidad establece una analogía según la cual la
casa material de Zaqueo y Zaqueo mismo es ella, de manera que el diálogo que se
entabla entre Jesús y Zaqueo es el diálogo entre Jesús y ella[1]. Dice
así: “Como a Zaqueo, mi Maestro me ha dicho: “Apresúrate, desciende, que quiero
alojarme en tu casa”. Apresúrate a descender, pero ¿dónde? En lo más profundo
de mí misma”. Santa Isabel de la Trinidad hace una analogía entre ella y Zaqueo
y entre la casa de Zaqueo y su propia alma, mientras que el descenso de Zaqueo
del árbol, es el descenso que ella misma hace “hasta lo más profundo de ella
misma”, con lo cual, el encuentro que se verifica entre Jesús y Zaqueo, en la
casa material de este último, se verifica en el alma de –la casa espiritual- de
Santa Isabel de la Trinidad. Ahora bien, puesto que Zaqueo ya ha recibido la
gracia de la conversión, parte de la cual es desprenderse de los bienes
materiales a los que estaba aferrado antes de conocer a Jesús, esto mismo se
verifica también en Santa Isabel, aunque en relación a los bienes espirituales,
que comienzan por el apego que el alma tiene a sí misma. Dice así la santa: “(entrar
en la casa-alma) después de haberme negado a mí misma (Mt 16, 24), separado de mí misma, despojado de mí misma, en una
palabra, sin yo misma”. Es decir, así como Zaqueo demuestra su conversión,
fruto del encuentro con Jesús, la santa demuestra esta conversión en el deseo
de despojarse de sí misma, para que Jesús sea todo en ella.
Luego, al analizar la frase de Jesús “Hoy tengo que alojarme
en tu casa”, Santa Isabel interpreta el pedido de Jesús –el Hombre-Dios- como
el deseo de Dios Uno y Trino de inhabitar, por la gracia y el amor, en el alma
de todo ser humano: “Es necesario que me aloje en tu casa”. ¡Es mi Maestro
quien me expresa este deseo! Mi Maestro que quiere habitar en mí, con el Padre
y el Espíritu de Amor, para que, según la expresión del discípulo amado, yo
viva “en sociedad” con ellos, que esté en comunión con ellos (1Jn 1, 3)”. De estas palabras se deduce
que hay una profundización en el amor hacia Santa Isabel en relación a Zaqueo,
porque si en el caso de Zaqueo entró sólo el Hombre-Dios Jesús y lo hizo sólo
en su casa material, ahora, en Santa Isabel, junto con Jesús, Persona Segunda
de la Trinidad, vienen a la casa de Santa Isabel, su alma, junto con Jesús, el
Padre y el Espíritu Santo. Son las Tres Divinas Personas las que quieren entrar
en el alma de Santa Isabel y hacer morada en ella. La santa confirma este
pensamiento, citando a San Pablo, en donde el Apóstol se refiere a los bautizados como “miembros
de la casa de Dios”: “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois
miembros de la casa de Dios”, dice san Pablo (Ef 2, 19). He aquí como yo entiendo ser “de la casa de Dios”:
viviendo en el seno de la apacible Trinidad, en mi abismo interior, en esta “fortaleza
inexpugnable del santo recogimiento” de la que habla san Juan de la Cruz...”. “Ser
de la casa de Dios” es, para Santa Isabel, ser el alma en gracia “la casa de
Dios Uno y Trino”, de las Tres Divinas Personas.
El alma en la que inhabite la Santísima Trinidad, será “bella”,
con una belleza sobrenatural y descansará en Dios Trino, viviendo no ya en el
tiempo y en el espacio humanos, sino en la eternidad de Dios, aun si continúa
viviendo en el tiempo terrestre, y en la inhabitación de la Trinidad en lo más
profundo de su ser, el alma se transformará en el “resplandor de su gloria”: “¡Oh
qué bella es esta criatura así
despojada, liberada de ella misma!... Sube, se levanta por encima de los
sentidos, de la naturaleza; se supera a ella misma; sobrepasa tanto todo gozo
como todo dolor y pasa a través de las nubes, para no descansar hasta que habrá
penetrado «en el interior» de Aquel que ama y que él mismo le dará el descanso...
El Maestro le dice: “Apresúrate a descender”. Es así como ella vivirá, a
imitación de la Trinidad inmutable, en un eterno presente..., y por una mirada
cada vez más simple, más unitiva, llegar a ser “el resplandor de su gloria” (Heb 1,3) o dicho de otra manera, la
incesante “alabanza de gloria”» (Ef
1, 6) de sus adorables perfecciones”. Para Santa Isabel, entonces, el episodio
evangélico del encuentro entre Jesús y Zaqueo no solo se actualiza en su alma,
sino que se profundiza hasta un nivel insospechado, el de la transformación del
alma en el “resplandor de la gloria” de Dios Trino.
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