(Domingo
XII - TO - Ciclo A – 2017)
“Al
que me reconozca ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en
el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que
reniegue de mí ante los hombres” (Mt
10, 26-33). Jesús nos enseña que, si damos testimonio de Él en esta vida, Él
nos reconocerá ante su Padre en la otra vida, por lo que estas palabras suyas
son un aliciente para buscar de vivir en gracia, frecuentar los sacramentos, y
obrar la misericordia, tanto cuanto seamos capaces de hacerlo. Sin embargo, al
mismo tiempo advierte que, si renegamos de Él y lo negamos en esta vida, Él
también nos negará ante su Padre, en el Reino de los cielos. Hoy, más que
nunca, son válidas estas palabras, y deben ser tenidas muy en cuenta por los
cristianos católicos de todas las edades, desde los niños -los niños no deben pensar que, por ser niños, están exentos de dar testimonio de Cristo-, pasando por los
jóvenes, hasta los adultos y ancianos, porque hoy, más que nunca, se intenta borrar el Nombre de Cristo de la faz de la tierra. En nuestros días, es imperioso dar
testimonio de Jesucristo, el Hombre-Dios; es imperioso dar testimonio de su Ley de la caridad, de sus Mandamientos, de su
Presencia Eucarística, de su Iglesia, la única Iglesia de Cristo, la Católica,
que es Una, Santa y Apostólica. Los niños deben dar testimonio de Cristo,
obedeciendo sus mandatos, ante todo el Primero, asistiendo a Misa para recibir
el Cuerpo de Cristo, y el Cuarto, honrando a sus padres con el respeto, la
obediencia, el afecto, el cariño. Lo mismo el joven, debe dar testimonio de
Cristo en el estudio, hecho no por mero egoísmo, sino con esfuerzo y ofrecido en sacrificio a Dios; en el
noviazgo, llevando un noviazgo casto y puro, sin relaciones prematrimoniales,
que ofenden la pureza divina; en las amistades, evitando las compañías que
llevan por el camino del pecado; en el evitar los antros de perdición, como son
los boliches bailables, en donde no está Dios y en donde proliferan los cadáveres
espirituales; en evitar la profanación de los cuerpos -el cuerpo del católico es sagrado, porque por el bautismo es "templo del Espíritu Santo"-, introduciendo
substancias tóxicas, alcohólicas, e imágenes indecentes e inmorales, que
ofenden la pureza divina. Los adultos deben dar testimonio de Cristo ante los
hombres, si son célibes, manteniendo la pureza; si son casados, evitando la
infidelidad conyugal, puesto que los esposos son prolongación ante el mundo de
Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Los niños, los jóvenes y los adultos, que
abandonan la Misa dominical por pasatiempos mundanos, los que se dejan llevar
por los atractivos del mundo, por el dinero y por los placeres terrenos,
reniegan de Cristo, negándolo ante los hombres que no lo conocen, porque los católicos deben dar testimonio ante el mundo de que el Domingo es el Dies Domini, el Día del Señor, el día-símbolo de la eternidad, el día que participa del Domingo de Resurrección y que llena nuestras almas con la alegría de la Resurrección de Cristo, y no con alegrías mundanas; el católico debe dar testimonio de que el Domingo es el Día de Jesucristo, y no como se hace en la actualidad, que se toma al Domingo como el día del fútbol, el día de la Fórmula Uno, el día del paseo, del descanso del trabajo semanal y quienes esto hacen, niegan a Jesucristo ante los hombres; también lo
niegan los médicos que practican abortos o la eutanasia; los abogados que
promueven leyes inmorales; los políticos que aprueban leyes inmorales y
anti-cristianas; los esposos católicos infieles; los sacerdotes que, por miedo a perder la consideración de la gente o, peor aún, por miedo al Lobo infernal, callan y se convierten en “perros mudos”, que no alertan a
las ovejas del redil de Cristo que el Infierno acecha sus almas a cada paso; todos estos,
católicos por bautismo, pero apóstatas por elección, niegan a Cristo delante de
los hombres, por lo que Cristo renegará de ellos ante su Padre en el Reino de
los cielos, según sus propias palabras: “Al que me reconozca ante los hombres,
yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi
Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres”.
Decenas de niños y jóvenes que, año a año, apostatan de su religión, porque
abandonan la Iglesia después de hacer la Comunión y la Confirmación, deberían
grabarse a fuego, en sus mentes y corazones, estas palabras de Jesús: “Al que
me reconozca ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el
cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que
reniegue de mí ante los hombres”. Dice así San Gregorio Palamas[1],
monje, obispo y teólogo: “Dios, desde las alturas, ofrece a todos los hombres
la riqueza de su gracia. El mismo es la fuente de salvación y de luz desde
donde se derrama eternamente la misericordia y la bondad”. Es decir, Jesús, que
es Dios, nos da a todos, desde ese cielo en la tierra que es el sagrario, la
gracia de su Amor y de su Misericordia, porque a todos nos ha dado el Bautismo,
el Catecismo, la instrucción en la fe. Sin embargo, dice este mismo monje, no
todos aprovechan toda la inmensidad de gracias que nos da Nuestro Señor
Jesucristo: “Pero no todos los hombres se aprovechan de su gracia y de su
energía para el ejercicio perfecto de la virtud y de la realización de sus
maravillas”. Quien desprecia los sacramentos, desprecia la gracia y al Autor de
la Gracia, Jesús. “Sólo se aprovechan aquellos que ponen por obra sus
decisiones y dan prueba con sus obras de su amor a Dios, aquellos que han
abandonado toda maldad, que se adhieren firmemente a los mandamientos de Dios y
tienen su mirada fija en Cristo, sol de justicia (Mt 3,20)”[2]. Aprovechan
la gracia quienes dan muestra, con obras, que verdaderamente aprecian el Amor
de Nuestro Señor, derramado desde la Eucaristía. Pero nada de esto puede
aprovechar quien abandona los sacramentos y la Misa dominical. Muchos niños,
jóvenes y adultos, que Domingo a Domingo niegan a Dios en esta vida, escucharán,
en el Día del Juicio Final, estas terribles palabras de Jesús: “Renegaste de Mí
en tu vida terrena ante los hombres, Domingo a Domingo; ahora Yo reniego de ti,
en la vida eterna, delante de mi Padre”.
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