Ángeles rebeldes caídos del cielo y almas condenadas.
“Cuando
resuciten los muertos los hombres serán como ángeles en el cielo” (cfr. Mc
12,18-27). Frente a los saduceos, secta hebrea que negaba la resurrección de
los muertos, Jesús revela la doctrina de la resurrección del alma y del cuerpo
en la gloria de Dios, aunque también nos revela la contrapartida, que es la
resurrección de cuerpos y almas, pero para la condenación en el infierno eterno.
Así como en la gloria los cuerpos quedarán transfigurados por la gloria divina
que del alma del bienaventurado se derrama sobre ellos, causándoles esta gloria
una paz, una dicha y un gozo celestiales imposibles siquiera de dimensionar,
así también, quienes resuciten para la condenación, sufrirán en sus cuerpos con
el mismo fuego que atormentará sus almas por la eternidad, sin consumir ni uno
ni otro. La doctrina de la resurrección de los cuerpos es una verdad revelada
directamente por Nuestro Señor Jesucristo, de manera que si no se cree en ella,
no se tiene fe católica, aunque esta doctrina no se limita a la resurrección
gloriosa, sino que se extiende a la resurrección ignominiosa, la de aquellos
que, luego del Juicio Particular sostenido inmediatamente después de la muerte,
sean hallados faltos de misericordia para con el prójimo y de amor para con Dios,
recibiendo en sus cuerpos y almas el castigo del fuego eterno, por haber
elegido el pecado antes que la vida de la gracia.
“Cuando
resuciten los muertos los hombres serán como ángeles en el cielo”. Ahora bien,
no es necesario morir a esta vida terrena para recién recibir la gloria; si
bien en la vida eterna esta gloria se desplegará en toda su plenitud y
esplendor, es necesario recordar que el germen de la gloria eterna en nuestras
almas y cuerpos, es decir, de nuestra resurrección, lo recibimos ya aquí en la
tierra, por medio de la gracia santificante, que nos comunica la gracia divina.
Pero también es necesario tener presente que así como la gracia santificante es
signo de predestinación al cielo y por lo tanto de resurrección gloriosa, así también
la impenitencia y la persistencia voluntaria en el pecado, es signo seguro de
eterna condenación, por lo que el pecador, teniendo presente esta realidad de
la posibilidad de eterna condenación, debe rectificar su camino en dirección
opuesta al pecado, recibiendo la gracia santificante, tomando su Cruz y
siguiendo al Cordero de Dios camino del Calvario, si es que quiere salvar su
alma.
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