viernes, 16 de junio de 2017

“Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”


“Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20-26). Jesús advierte acerca de lo estricta que es la Nueva Ley: “Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”. A continuación, da un ejemplo concreto: “Se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego”. Antes, bastaba con “no matar”, para cumplir la ley; ahora, el simple enojo merece castigo, y un insulto, el castigo eterno en el infierno. La razón es que, en la nueva economía de la salvación, la gracia santificante que nos trae Jesús no solo nos hace participar de la vida divina trinitaria -con lo cual, de hecho, se excluye cualquier grado de malicia, en cualquier orden y de cualquier magnitud, incluido hasta la más pequeña que pueda concebirse, puesto que la bondad divina no lo admite-, sino que hace que el alma se convierta en “templo del Espíritu Santo” y morada de la Trinidad, puesto que las Tres Divinas Personas van a inhabitar en el alma en gracia. De ahí que es inconcebible, no ya un cristiano asesino, sino un cristiano mentiroso, o rencoroso, o maledicente, porque la gracia hace que el estar en gracia sea equivalente a estar ante la Presencia de Dios en el cielo. De ahí la necesidad imperiosa de la confesión antes de la comunión sacramental, pero no solo, sino también el arbitrar los medios para obtener la reconciliación –si es el caso- con el prójimo con el cual se está enemistado: “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda”. Si no obramos de esta manera, no somos dignos del nombre de cristianos y, mucho menos, de recibir el Cuerpo de Cristo y tampoco estamos en grado de entrar en el Reino de los cielos.

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