(Ciclo
A – 2017)
Sabemos,
por la razón, que Dios es Uno, porque al ver la Creación, nos damos cuenta que
su perfección científica y su hermosura increíble no pueden haber salido de la
nada, sino que deben haber sido ideadas por un Ser infinitamente Sabio y Bello
y, además, Omnipotente. Pero lo que no podemos saber es cómo es ese Dios en sí
mismo, porque la naturaleza de Dios está tan por encima de la nuestra, que es
como tratar de iluminar el sol con un fósforo encendido: el fósforo encendido
es nuestra razón, y el sol es Dios. Los católicos sabemos que Dios es Uno y
Trino, pero no porque eso se pueda deducir ni comprender, sino porque Jesús,
que es el Hijo de Dios encarnado, nos lo reveló en las Sagradas Escrituras, más
específicamente, en el Nuevo Testamento, y si Él no nos hubiera revelado, no
sabríamos cómo es Dios en sí mismo. Es decir, podríamos saber que Dios es Uno,
que es infinitamente Sabio, Bueno y Omnipotente, pero no podríamos saber que en
Dios hay Tres Personas –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo-, pero que no hay
tres dioses, sino un solo Dios, tal como nos reveló Jesús. Dios es Uno en
naturaleza y Trino en Personas; en el hombre, a la naturaleza le corresponde
una persona y no tres, como a Dios: si en una habitación hay tres personas,
están presentes tres naturalezas humanas; si sólo está una naturaleza presente,
hay una sola persona. Por este motivo es que, cuando tratamos de pensar en Dios
como Tres Personas con una y la misma naturaleza, no lo podemos entender.
Esto
es lo que se llama “misterios de fe” y a esto se refiere el Misal cuando al
comenzar la Misa, pedimos perdón de nuestros pecados, para poder participar,
por la gracia y sin pecados, dignamente, de los “misterios” divinos , y lo
sabemos porque, como dijimos, no es que seamos capaces de deducirlo con nuestra
razón, sino que fue Jesús quien nos lo reveló, y Jesús, siendo Dios, es Veraz y
no puede mentir ni engañar, porque en Él no hay mentira ni engaño alguno. Lo que
sí puede hacer la razón, es, a partir de los datos de la Fe revelados por
Nuestro Señor Jesucristo, construir y desarrollar el dogma de la doctrina
trinitaria[1].
Y
lo que debemos saber es que ni siquiera una vez revelado, aunque
seamos capaces de desarrollar el dogma, tampoco podemos entender cómo es que hay
Tres Personas distintas en Dios y sigue siendo un solo Dios Verdadero en Tres
Personas. Es decir, incluso después que Jesús nos enseña que Dios es Uno y
Trino, no podemos entender cómo es que puede ser Dios Uno y a la vez Trino en Personas.
Para poder entender la incapacidad de nuestra mente para poder abarcar el
misterio de la Trinidad, conviene recordar un episodio de la vida de uno de los
más grandes santos, San Agustín de Hipona (354 – 430): el santo un día paseaba
por la playa mientras iba reflexionando sobre el misterio de la Santísima
Trinidad tratando de comprender, solo con su razón, cómo era posible que Tres
Personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) pudieran constituir un único
Dios. Mientras caminaba y pensaba, se encontró con un niñito que había excavado
un pequeño pozo en la arena y trataba de llenarlo con agua del mar. El niñito
corría hacia el mar y recogía un poquito de agua en una cuenca marina. Después
regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra
vez. Esta actitud llamó la atención del santo, quien lleno de curiosidad le
preguntó al niño qué era lo que estaba haciendo: “Intento meter toda el agua
del océano en este pozo”, le respondió el niñito. “Pero eso es imposible –dijo
San Agustín–, ¿cómo piensas meter toda el agua del océano que es tan inmenso en
un pozo tan pequeñito?”. “Al igual que tú, que pretendes comprender con tu
mente finita el misterio de Dios que es infinito…”. Y en ese instante el niñito
desapareció. Ese niñito era su Ángel de la Guarda, que venía a auxiliarlo en su
esfuerzo por conocer y amar a Dios Uno y Trino. Nuestra mente, entonces, es
como un pequeño pozo excavado en la arena; Dios, en el misterio de la unidad de
su Naturaleza y la diversidad de las Tres Divinas Personas, es el océano. Así
como es imposible meter el océano en el pequeño pozo, así también es imposible
comprender, para nuestra pobre razón, cómo es que Dios es Uno en naturaleza y
Trino en Personas, y no hay en Él tres dioses, sino Un solo Dios Verdadero y
Tres Personas distintas. Ahora bien, esto último no importa –el tratar de saber
cómo es que Dios es Uno y Trino, y no tres dioses distintos-; lo que importa es
saber que Dios es Uno y Trino, es decir, que en Él hay Tres Personas distintas,
porque eso determina nuestra Fe y nuestra relación con Dios, porque nos
relacionamos con un solo Dios, en el cual hay Tres Personas: Dios Padre, Dios
Hijo, Dios Espíritu Santo. En otras palabras, al saber que en Dios Uno hay Tres
Personas, sabemos que podemos relacionarnos de modo distinto con cada una de
las Tres Divinas Personas: podemos dirigirnos –con el pensamiento y el amor- a
cada una de las Tres Divinas Personas por separado, ya sea Dios Padre, o Dios
Hijo, o Dios Espíritu Santo, o a las Tres Personas Divinas a la vez, que es
cuando nos dirigimos a Dios Uno y Trino.
En
la Trinidad, la Segunda Persona es producida por generación y la Tercera por
espiración; para tratar de entender esto, podemos hacer una analogía con lo que
sucede en nosotros, cuando nos pensamos y amamos a nosotros mismos, y lo que
sucede en Dios, cuando Dios, cuando piensa y ama en sí mismo: nosotros podemos
hacer una reflexión y pensar sobre nosotros mismos y cómo somos nosotros
mismos, tal como nos conocemos, y expresamos el resultado de esta reflexión
diciendo nuestro nombre, por ejemplo, “Juan Pérez” o “María García”. Dios Padre,
Fuente Increada de la Trinidad, mira desde la eternidad, también piensa en sí
mismo acerca de cómo es Él en sí mismo, pero la diferencia entre nuestro
pensamiento y el de Dios, es que nuestro conocimiento es imperfecto e
incompleto y, principalmente, el concepto que tenemos de nosotros mismos al
enunciar en silencio nuestro nombre, sólo sería eso, un pensamiento y nada más
que un pensamiento, que no saldría de nuestra mente y no existiría más allá de
nuestra mente; es decir, no tendría existencia exterior, independiente de
nuestra mente, no sería con vida
propia[2]. Todavía
más, ese pensamiento deja de existir, en cuanto comienzo a pensar en otra cosa
y la razón es que a mis pensamientos no les corresponde tener vida o ser
propio. En el caso de Dios, las cosas son muy distintas, porque a causa de su
perfección infinita, el acto de ser le pertenece a la naturaleza divina, es
decir, la forma adecuada de concebir a Dios es afirmando que Él Es el Acto de
Ser subsistente –Ipsum Esse Subsistens-
que, como tal, nunca tuvo principio, siempre fue, es y será el Ser Perfectísimo,
que Es desde siempre. Ésa es la razón por la cual el nombre con el que los
hebreos conocían a Dios es “Yahveh”, que significa “Yo Soy el que Soy”. Entonces,
cuando Dios piensa en sí mismo, el concepto o verbo que Él se forma de sí mismo
desde la eternidad en su pensamiento, es infinitamente perfecto, y completo,
además de tener vida, es decir, además de poseer Acto de Ser. La imagen que
Dios tiene de sí mismo, la Palabra con la cual Él eternamente se expresa a sí
mismo, tiene vida y existencia propia y distinta, y a esta Palabra que Dios pronuncia
silenciosamente de sí mismo, y que tiene existencia propia y en la que se
expresa con un conocimiento perfecto de sí mismo y es distinta al Padre, le
llamamos “Dios Hijo”, “Palabra eternamente pronunciada por el Padre”, “Verbo de
Dios”, “Sabiduría de Dios”[3].
Dios Hijo es producido por la mente del Padre como un pensamiento, pero no es
un pensamiento sin existencia, como el nuestro, sino un Pensamiento
Perfectísimo de Dios, que existe en sí mismo. En otras palabras, Dios Padre es
Dios conociéndose a sí mismo; Dios Hijo es la expresión del conocimiento que
Dios tiene de sí. De esta manera, la Segunda Persona de la Trinidad es llamada “Hijo”
precisamente porque es generado por toda la eternidad, engendrado y producido
en la mente divina del Padre, concebido por la mente divina del Padre. Se le
llama también “Verbo de Dios”, porque es la “Palabra mental” o “Concepto” o “Verbo”
en el que la mente divina expresa el pensamiento de sí mismo.
Luego
–pero siempre desde toda la eternidad-, Dios Padre (Dios conociéndose a sí
mismo) y Dios Hijo (el conocimiento de Dios sobre sí mismo) contemplan la
naturaleza divina que ambos tienen en común. Al ver, el uno en el otro, todo lo
bello y bueno –lo bello y lo bueno produce amor- en grado infinito, espiran un
movimiento de amor con la voluntad divina hacia la bondad y la belleza divina,
y como el amor de Dios hacia Sí mismo –así como el conocimiento de Dios de Sí
mismo-, es de la misma naturaleza divina, le corresponde tener vida y es por
eso que el Amor de Dios es un Amor vivo. Este Amor del Padre al Hijo y del Hijo
al Padre, es infinitamente perfecto, y fluye eternamente del Padre y del Hijo,
es lo que llamamos “Espíritu Santo”, “que procede del Padre y del Hijo”, y es
la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Entonces:
Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la expresión del conocimiento
de Dios de Sí mismo; Dios Espíritu Santo es el resultado del amor de Dios a Sí
mismo, y es esta la Santísima Trinidad, el Dios católico: Tres Personas divinas
en un solo Dios, una naturaleza divina. Dios Padre se mira a Sí mismo en su
mente divina y se forma una Imagen de Sí tan perfecta, que tiene vida, y ése es
Dios Hijo; Dios Padre y Dios Hijo amando la naturaleza divina que ambos poseen
en común, con un amor tan perfecto, que es un amor vivo, es Dios Espíritu
Santo. Tres Personas Divinas, una naturaleza y un Acto de Ser divino.
Podemos
utilizar un ejemplo para tratar de entender: nos miramos en un espejo de cuerpo
entero: vemos una imagen perfecta de nosotros mismos, con la excepción de que
es solo un reflejo del espejo. Pero si la imagen saliera del espejo y se
pusiera a nuestro lado y estuviera viva como nosotros, entonces sí sería una
imagen perfecta nuestra, aunque no habría “dos”, sino uno solo, la imagen
nuestra y nosotros seríamos “Yo”, con una naturaleza humana. Habría dos personas,
pero sólo una mente y una voluntad, compartiendo el mismo conocimiento y los
mismos pensamientos. Luego, ya que el amor de sí bueno es natural a todo ser
inteligente, habría una corriente de amor mutuo entre nosotros y nuestra
imagen, y suponiendo que ese amor de nosotros mismos fuera tan profundo que
llegara a ser una reproducción viva de nosotros mismos, habría una “tercera
persona”, aunque seguiríamos siendo sólo nosotros y una naturaleza humana,
seríamos tres personas en una naturaleza humana.
Otra
figura que se puede tomar es la del sol, con su luz y su calor, como lo dice
hermosamente San Efrén: “Toma como símbolos el sol para el Padre para el Hijo,
la luz, y para el Espíritu Santo, el calor. Aunque sea un solo ser, es una
trinidad lo que se percibe en él. Captar al inexplicable, ¿quién lo puede
hacer? Este único es múltiple: uno formado de tres, y tres no forman sino uno, ¡gran
misterio y maravilla manifestada! El sol es distinto de sus rayos aunque estén
unidos a él; sus rayos también son el sol. Pero nadie habla, sin embargo, de
dos soles, aunque los rayos son también el sol aquí abajo. Tampoco nosotros
decimos que habría dos Dioses. Dios, Nuestro Señor, lo es, también él, por
encima de lo creado. ¿Quién puede enseñar cómo y dónde le está unido el rayo al
sol, así como su calor, siendo libres. No están ni separados ni se confunden, unidos
aunque distintos, libres pero unidos, ¡oh maravilla!”[4].
Ahora
bien, si aun así no entendemos cómo es que Dios es Uno y Trino, no debemos
preocuparnos, porque se trata del “misterio de la Fe” católica, el misterio que
funda la Iglesia Católica, que no se origina en la mente humana, sino en Dios
mismo, en su Mente Divina y en su Amor Divino, y como Dios es absolutamente
superior a nosotros, no debemos preocuparnos sino sabemos cómo, sino que
debemos contentarnos con saber que Dios es Uno y Trino. Las Tres Personas son
desde siempre, tienen el mismo poder, la misma majestad, el mismo honor divino
y merecen adoración como un solo Dios vivo y verdadero. A cada Persona se le
atribuyen ciertas actividades, aunque las Tres obran igual: Dios Padre es
Creador, Dios Hijo Redentor, Dios Espíritu Santo, santificador. Pero lo que
hace Uno, lo hacen los Tres y donde está Uno, están los Tres. Es el misterio de
la Trinidad Santísima.
Pero lo más fascinante del Dios de los católicos, además de
que nuestro Dios es Uno y Trino, es el hecho de que, por el sacrificio de
Cristo en la cruz, que nos granjeó la gracia santificante que no solo nos
perdona los pecados, sino que nos concede también la filiación divina y la vida
divina ya en esta vida terrena, también en esta vida terrena, este Dios que es
Uno en naturaleza y Trino en Personas, viene a inhabitar, todo Él solo, las
Tres Divinas Personas juntas, en el corazón que está en gracia, que lo ama y
que lo adora con todas sus fuerzas. Nuestros corazones, sin la gracia
santificante, son como el grano de mostaza (cfr. Mt 13, 31-32), pequeños e insignificantes; por la gracia
santificante, la Trinidad convierte nuestros corazones, de esa semilla
original, en un árbol inmenso, en cuyas ramas van a hacer nido las aves del
cielo: esas aves del cielo, que son solo tres -porque son las Tres Divinas Personas- hacen nido, es decir, moran,
inhabitan, en nuestros corazones y en nuestras almas, cuando estamos en estado
de gracia. Y esto constituye un misterio aún más difícil de comprender, ni en
esta vida, ni en la eterna: que Dios Uno y Trino, el Dios que es Uno y Trino en
Personas, elija, como su morada en la tierra, a nuestros pobres corazones.
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