viernes, 9 de junio de 2017

Solemnidad de la Santísima Trinidad


(Ciclo A – 2017)

Sabemos, por la razón, que Dios es Uno, porque al ver la Creación, nos damos cuenta que su perfección científica y su hermosura increíble no pueden haber salido de la nada, sino que deben haber sido ideadas por un Ser infinitamente Sabio y Bello y, además, Omnipotente. Pero lo que no podemos saber es cómo es ese Dios en sí mismo, porque la naturaleza de Dios está tan por encima de la nuestra, que es como tratar de iluminar el sol con un fósforo encendido: el fósforo encendido es nuestra razón, y el sol es Dios. Los católicos sabemos que Dios es Uno y Trino, pero no porque eso se pueda deducir ni comprender, sino porque Jesús, que es el Hijo de Dios encarnado, nos lo reveló en las Sagradas Escrituras, más específicamente, en el Nuevo Testamento, y si Él no nos hubiera revelado, no sabríamos cómo es Dios en sí mismo. Es decir, podríamos saber que Dios es Uno, que es infinitamente Sabio, Bueno y Omnipotente, pero no podríamos saber que en Dios hay Tres Personas –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo-, pero que no hay tres dioses, sino un solo Dios, tal como nos reveló Jesús. Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas; en el hombre, a la naturaleza le corresponde una persona y no tres, como a Dios: si en una habitación hay tres personas, están presentes tres naturalezas humanas; si sólo está una naturaleza presente, hay una sola persona. Por este motivo es que, cuando tratamos de pensar en Dios como Tres Personas con una y la misma naturaleza, no lo podemos entender.
Esto es lo que se llama “misterios de fe” y a esto se refiere el Misal cuando al comenzar la Misa, pedimos perdón de nuestros pecados, para poder participar, por la gracia y sin pecados, dignamente, de los “misterios” divinos , y lo sabemos porque, como dijimos, no es que seamos capaces de deducirlo con nuestra razón, sino que fue Jesús quien nos lo reveló, y Jesús, siendo Dios, es Veraz y no puede mentir ni engañar, porque en Él no hay mentira ni engaño alguno. Lo que sí puede hacer la razón, es, a partir de los datos de la Fe revelados por Nuestro Señor Jesucristo, construir y desarrollar el dogma de la doctrina trinitaria[1].
Y lo que debemos saber es que ni siquiera una vez revelado, aunque seamos capaces de desarrollar el dogma, tampoco podemos entender cómo es que hay Tres Personas distintas en Dios y sigue siendo un solo Dios Verdadero en Tres Personas. Es decir, incluso después que Jesús nos enseña que Dios es Uno y Trino, no podemos entender cómo es que puede ser Dios Uno y a la vez Trino en Personas. Para poder entender la incapacidad de nuestra mente para poder abarcar el misterio de la Trinidad, conviene recordar un episodio de la vida de uno de los más grandes santos, San Agustín de Hipona (354 – 430): el santo un día paseaba por la playa mientras iba reflexionando sobre el misterio de la Santísima Trinidad tratando de comprender, solo con su razón, cómo era posible que Tres Personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) pudieran constituir un único Dios. Mientras caminaba y pensaba, se encontró con un niñito que había excavado un pequeño pozo en la arena y trataba de llenarlo con agua del mar. El niñito corría hacia el mar y recogía un poquito de agua en una cuenca marina. Después regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra vez. Esta actitud llamó la atención del santo, quien lleno de curiosidad le preguntó al niño qué era lo que estaba haciendo: “Intento meter toda el agua del océano en este pozo”, le respondió el niñito. “Pero eso es imposible –dijo San Agustín–, ¿cómo piensas meter toda el agua del océano que es tan inmenso en un pozo tan pequeñito?”. “Al igual que tú, que pretendes comprender con tu mente finita el misterio de Dios que es infinito…”. Y en ese instante el niñito desapareció. Ese niñito era su Ángel de la Guarda, que venía a auxiliarlo en su esfuerzo por conocer y amar a Dios Uno y Trino. Nuestra mente, entonces, es como un pequeño pozo excavado en la arena; Dios, en el misterio de la unidad de su Naturaleza y la diversidad de las Tres Divinas Personas, es el océano. Así como es imposible meter el océano en el pequeño pozo, así también es imposible comprender, para nuestra pobre razón, cómo es que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, y no hay en Él tres dioses, sino Un solo Dios Verdadero y Tres Personas distintas. Ahora bien, esto último no importa –el tratar de saber cómo es que Dios es Uno y Trino, y no tres dioses distintos-; lo que importa es saber que Dios es Uno y Trino, es decir, que en Él hay Tres Personas distintas, porque eso determina nuestra Fe y nuestra relación con Dios, porque nos relacionamos con un solo Dios, en el cual hay Tres Personas: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. En otras palabras, al saber que en Dios Uno hay Tres Personas, sabemos que podemos relacionarnos de modo distinto con cada una de las Tres Divinas Personas: podemos dirigirnos –con el pensamiento y el amor- a cada una de las Tres Divinas Personas por separado, ya sea Dios Padre, o Dios Hijo, o Dios Espíritu Santo, o a las Tres Personas Divinas a la vez, que es cuando nos dirigimos a Dios Uno y Trino.
En la Trinidad, la Segunda Persona es producida por generación y la Tercera por espiración; para tratar de entender esto, podemos hacer una analogía con lo que sucede en nosotros, cuando nos pensamos y amamos a nosotros mismos, y lo que sucede en Dios, cuando Dios, cuando piensa y ama en sí mismo: nosotros podemos hacer una reflexión y pensar sobre nosotros mismos y cómo somos nosotros mismos, tal como nos conocemos, y expresamos el resultado de esta reflexión diciendo nuestro nombre, por ejemplo, “Juan Pérez” o “María García”. Dios Padre, Fuente Increada de la Trinidad, mira desde la eternidad, también piensa en sí mismo acerca de cómo es Él en sí mismo, pero la diferencia entre nuestro pensamiento y el de Dios, es que nuestro conocimiento es imperfecto e incompleto y, principalmente, el concepto que tenemos de nosotros mismos al enunciar en silencio nuestro nombre, sólo sería eso, un pensamiento y nada más que un pensamiento, que no saldría de nuestra mente y no existiría más allá de nuestra mente; es decir, no tendría existencia exterior, independiente de nuestra mente, no sería con vida propia[2]. Todavía más, ese pensamiento deja de existir, en cuanto comienzo a pensar en otra cosa y la razón es que a mis pensamientos no les corresponde tener vida o ser propio. En el caso de Dios, las cosas son muy distintas, porque a causa de su perfección infinita, el acto de ser le pertenece a la naturaleza divina, es decir, la forma adecuada de concebir a Dios es afirmando que Él Es el Acto de Ser subsistente –Ipsum Esse Subsistens- que, como tal, nunca tuvo principio, siempre fue, es y será el Ser Perfectísimo, que Es desde siempre. Ésa es la razón por la cual el nombre con el que los hebreos conocían a Dios es “Yahveh”, que significa “Yo Soy el que Soy”. Entonces, cuando Dios piensa en sí mismo, el concepto o verbo que Él se forma de sí mismo desde la eternidad en su pensamiento, es infinitamente perfecto, y completo, además de tener vida, es decir, además de poseer Acto de Ser. La imagen que Dios tiene de sí mismo, la Palabra con la cual Él eternamente se expresa a sí mismo, tiene vida y existencia propia y distinta, y a esta Palabra que Dios pronuncia silenciosamente de sí mismo, y que tiene existencia propia y en la que se expresa con un conocimiento perfecto de sí mismo y es distinta al Padre, le llamamos “Dios Hijo”, “Palabra eternamente pronunciada por el Padre”, “Verbo de Dios”, “Sabiduría de Dios”[3]. Dios Hijo es producido por la mente del Padre como un pensamiento, pero no es un pensamiento sin existencia, como el nuestro, sino un Pensamiento Perfectísimo de Dios, que existe en sí mismo. En otras palabras, Dios Padre es Dios conociéndose a sí mismo; Dios Hijo es la expresión del conocimiento que Dios tiene de sí. De esta manera, la Segunda Persona de la Trinidad es llamada “Hijo” precisamente porque es generado por toda la eternidad, engendrado y producido en la mente divina del Padre, concebido por la mente divina del Padre. Se le llama también “Verbo de Dios”, porque es la “Palabra mental” o “Concepto” o “Verbo” en el que la mente divina expresa el pensamiento de sí mismo.
Luego –pero siempre desde toda la eternidad-, Dios Padre (Dios conociéndose a sí mismo) y Dios Hijo (el conocimiento de Dios sobre sí mismo) contemplan la naturaleza divina que ambos tienen en común. Al ver, el uno en el otro, todo lo bello y bueno –lo bello y lo bueno produce amor- en grado infinito, espiran un movimiento de amor con la voluntad divina hacia la bondad y la belleza divina, y como el amor de Dios hacia Sí mismo –así como el conocimiento de Dios de Sí mismo-, es de la misma naturaleza divina, le corresponde tener vida y es por eso que el Amor de Dios es un Amor vivo. Este Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, es infinitamente perfecto, y fluye eternamente del Padre y del Hijo, es lo que llamamos “Espíritu Santo”, “que procede del Padre y del Hijo”, y es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Entonces: Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la expresión del conocimiento de Dios de Sí mismo; Dios Espíritu Santo es el resultado del amor de Dios a Sí mismo, y es esta la Santísima Trinidad, el Dios católico: Tres Personas divinas en un solo Dios, una naturaleza divina. Dios Padre se mira a Sí mismo en su mente divina y se forma una Imagen de Sí tan perfecta, que tiene vida, y ése es Dios Hijo; Dios Padre y Dios Hijo amando la naturaleza divina que ambos poseen en común, con un amor tan perfecto, que es un amor vivo, es Dios Espíritu Santo. Tres Personas Divinas, una naturaleza y un Acto de Ser divino.
Podemos utilizar un ejemplo para tratar de entender: nos miramos en un espejo de cuerpo entero: vemos una imagen perfecta de nosotros mismos, con la excepción de que es solo un reflejo del espejo. Pero si la imagen saliera del espejo y se pusiera a nuestro lado y estuviera viva como nosotros, entonces sí sería una imagen perfecta nuestra, aunque no habría “dos”, sino uno solo, la imagen nuestra y nosotros seríamos “Yo”, con una naturaleza humana. Habría dos personas, pero sólo una mente y una voluntad, compartiendo el mismo conocimiento y los mismos pensamientos. Luego, ya que el amor de sí bueno es natural a todo ser inteligente, habría una corriente de amor mutuo entre nosotros y nuestra imagen, y suponiendo que ese amor de nosotros mismos fuera tan profundo que llegara a ser una reproducción viva de nosotros mismos, habría una “tercera persona”, aunque seguiríamos siendo sólo nosotros y una naturaleza humana, seríamos tres personas en una naturaleza humana.
Otra figura que se puede tomar es la del sol, con su luz y su calor, como lo dice hermosamente San Efrén: “Toma como símbolos el sol para el Padre para el Hijo, la luz, y para el Espíritu Santo, el calor. Aunque sea un solo ser, es una trinidad lo que se percibe en él. Captar al inexplicable, ¿quién lo puede hacer? Este único es múltiple: uno formado de tres, y tres no forman sino uno, ¡gran misterio y maravilla manifestada! El sol es distinto de sus rayos aunque estén unidos a él; sus rayos también son el sol. Pero nadie habla, sin embargo, de dos soles, aunque los rayos son también el sol aquí abajo. Tampoco nosotros decimos que habría dos Dioses. Dios, Nuestro Señor, lo es, también él, por encima de lo creado. ¿Quién puede enseñar cómo y dónde le está unido el rayo al sol, así como su calor, siendo libres. No están ni separados ni se confunden, unidos aunque distintos, libres pero unidos, ¡oh maravilla!”[4].
Ahora bien, si aun así no entendemos cómo es que Dios es Uno y Trino, no debemos preocuparnos, porque se trata del “misterio de la Fe” católica, el misterio que funda la Iglesia Católica, que no se origina en la mente humana, sino en Dios mismo, en su Mente Divina y en su Amor Divino, y como Dios es absolutamente superior a nosotros, no debemos preocuparnos sino sabemos cómo, sino que debemos contentarnos con saber que Dios es Uno y Trino. Las Tres Personas son desde siempre, tienen el mismo poder, la misma majestad, el mismo honor divino y merecen adoración como un solo Dios vivo y verdadero. A cada Persona se le atribuyen ciertas actividades, aunque las Tres obran igual: Dios Padre es Creador, Dios Hijo Redentor, Dios Espíritu Santo, santificador. Pero lo que hace Uno, lo hacen los Tres y donde está Uno, están los Tres. Es el misterio de la Trinidad Santísima.
         Pero lo más fascinante del Dios de los católicos, además de que nuestro Dios es Uno y Trino, es el hecho de que, por el sacrificio de Cristo en la cruz, que nos granjeó la gracia santificante que no solo nos perdona los pecados, sino que nos concede también la filiación divina y la vida divina ya en esta vida terrena, también en esta vida terrena, este Dios que es Uno en naturaleza y Trino en Personas, viene a inhabitar, todo Él solo, las Tres Divinas Personas juntas, en el corazón que está en gracia, que lo ama y que lo adora con todas sus fuerzas. Nuestros corazones, sin la gracia santificante, son como el grano de mostaza (cfr. Mt 13, 31-32), pequeños e insignificantes; por la gracia santificante, la Trinidad convierte nuestros corazones, de esa semilla original, en un árbol inmenso, en cuyas ramas van a hacer nido las aves del cielo: esas aves del cielo, que son solo tres -porque son las Tres Divinas Personas- hacen nido, es decir, moran, inhabitan, en nuestros corazones y en nuestras almas, cuando estamos en estado de gracia. Y esto constituye un misterio aún más difícil de comprender, ni en esta vida, ni en la eterna: que Dios Uno y Trino, el Dios que es Uno y Trino en Personas, elija, como su morada en la tierra, a nuestros pobres corazones.





[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 53ss.
[2] Cfr. Leo J. Trese, La Fe explicada, Ediciones Logos, Argentina 2012, 39.
[3] Cfr. Trese, ibidem.
[4] Nacido en Siria, 306-373, diácono y doctor de la Iglesia.

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