sábado, 23 de febrero de 2019

“Amad a vuestros enemigos”



(Domingo VII - TO - Ciclo C – 2019)

         “Amad a vuestros enemigos” (Lc 6, 27-38). El mandato de Jesús de “amar al enemigo” demuestra claramente que su religión, la religión católica, no es una religión inventada por hombres, como el resto de las religiones, incluidas el protestantismo y el islamismo. Estas últimas son religiones inventadas por hombres: por Lutero en el primer caso y por Mahoma en el segundo, pero la religión católica no es inventada por ningún hombre, sino que es fruto de la revelación del Hombre-Dios Jesucristo y este mandato es prueba de ello. La razón es que amar al enemigo va más allá de las fuerzas naturales, porque lo natural es que al enemigo no hay que amarlo, puesto que es enemigo: se lo debe combatir, pero no amar: el amar al enemigo es una absoluta novedad revelada por Jesús: “Amad a vuestros enemigos”. Es verdad que en el Antiguo Testamento existía un mandamiento similar con respecto a los enemigos, pero el amor al enemigo se limitaba al campo de batalla y se reducía más bien, a lo sumo, a un trato compasivo y misericordioso con el enemigo vencido. Fuera del campo de batalla, en la vida cotidiana y con respecto al prójimo considerado enemigo, prevalecía la ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”. Es decir, si mi enemigo me dañaba una oveja, yo tenía que dañarle una oveja, de la misma manera: “ojo por ojo, diente por diente”. Pero a partir de Jesús, esa ley cesa definitivamente y para siempre y comienza a regir un nuevo mandato y es el amor al enemigo: “Ama a tus enemigos”. Si con la ley del Talión se buscaba, por la venganza, un equilibrio de justicia –un ojo por un ojo, un diente por un diente-, ahora, con la ley de Jesucristo de amar al enemigo, prevalece la misericordia por encima de la justicia.  
Ahora bien, dijimos que en el Antiguo Testamento sí se mandaba amar al enemigo, pero en el mandato de Jesús hay un elemento substancial que hace que el mandamiento sea realmente nuevo, radicalmente distinto al amor pregonado en el Antiguo Testamento. ¿En dónde radica la novedad del amor al enemigo como mandato de Jesús? La novedad radica en la cualidad del amor con el cual debemos amar al enemigo. En efecto, Jesús dice que debemos amarnos los unos a los otros “como Él nos ha amado” –“Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”[1]-, lo cual implica una diferencia radical con el amor al enemigo del Antiguo Testamento, porque el amor es substancialmente otro: ya no es el amor humano, como en el Antiguo Testamento, sino el Amor divino del Sagrado Corazón, que se revela y derrama a raudales en el Nuevo Testamento, desde la Cruz, desde su Cuerpo herido y desde su Corazón traspasado.
Entonces, cuando Jesús manda amar al enemigo, no manda amarlo, como vimos, con nuestro amor humano, que es escaso, limitado y egoísta: no es esto lo que nos dice Jesús cuando nos manda amar al enemigo. Cuando Jesús nos dice que debemos amar al enemigo, nos dice que, por un lado, debemos imitarlo a Él, que siendo nosotros sus enemigos por el pecado, lo crucificamos y le dimos muerte en el Calvario y Jesús –y también, Dios Padre- no nos fulminó con un rayo de la Justicia Divina, como lo merecíamos, sino que derramó sobre nosotros el abismo de su Misericordia al ser traspasado su Corazón por la lanza del soldado, no sin antes haber pedido al Padre que nos perdone, así como Él nos perdonaba, porque “no sabíamos lo que hacíamos”: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. De la misma manera, así debemos hacer nosotros cuando suframos alguna injuria de parte de nuestros enemigos: no basta con no tener rencor; no basta con perdonar porque pasó el tiempo; no basta con perdonar por motivos meramente humanos: hay que perdonar con el mismo perdón con el que Jesucristo nos perdonó desde la Cruz e imitarlo a Él, que siendo nosotros sus enemigos, le dimos muerte en Cruz, y así y todo Él nos perdonó. Sólo así lo imitaremos a Él y sólo así estaremos cumpliendo su mandato de amar al enemigo. Quien no perdona a su enemigo, no puede llamarse cristiano hasta que no lo haga; será cristiano sólo cuando perdone a su enemigo, pero no por motivos meramente humanos, sino en unión con el perdón que Cristo nos otorgó desde la Cruz. Es decir, los cristianos perdonamos a nuestros enemigos, no porque seamos “buenos”, sino porque Cristo nos perdonó primero.
Por otro lado, cuando Jesús nos dice que debemos amar al enemigo, no nos dice que lo debemos imitar extrínsecamente, con una imitación meramente externa: debemos amarlo “como Él nos ha amado” y esto quiere decir con el Amor con el que Él nos amó desde la Cruz y es el Amor del Espíritu Santo. En otras palabras, debemos amar al enemigo con el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo. Entonces, es con ese perdón, recibido por Él desde la Cruz, con el cual debemos perdonar y es con ese Amor, recibido de Él desde la Cruz, con el cual debemos amar a nuestros enemigos[2].
Ahora bien, el amar a nuestros enemigos depende de nuestra total y entera libertad, pero debemos saber que si persistimos en nuestro enojo y no perdonamos y no amamos, entonces recibiremos lo mismo que damos: seremos reos de la Justicia Divina, por habernos negado a ser misericordiosos, y esto es algo que lo dice el mismo Jesús: “La medida que uséis, la usarán con vosotros”[3]. Si usamos la medida de la inmisericordia y la falta de perdón y amor, recibiremos eso mismo de parte de Dios; si por el contrario perdonamos y amamos a nuestros enemigos con el Amor y el perdón con el que Jesús nos amó y perdonó desde la Cruz, entonces recibiremos misericordia de parte de Dios.
 “Amad a vuestros enemigos”. Si no tenemos amor suficiente como para perdonar y amar a nuestros enemigos –y no lo tendremos, porque las fuerzas humanas son insuficientes para esto-, entonces debemos recurrir a la fuente del Amor Misericordioso, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en donde encontraremos Amor más que suficiente para amar a nuestros enemigos con el mismo Amor con el que Jesús nos amó desde la Cruz.



[1] Cfr. Jn 13, 34-35.
[2] En este amor al enemigo hay que hacer una distinción y es que debemos diferenciar entre enemigos personales y enemigos de Dios y también de la Patria: dice Santo Tomás que callar y soportar una injuria dirigida contra uno mismo, es algo meritorio y laudable, pero que callar y soportar una injuria dirigida contra Dios –y, por extensión, contra la Patria, don de Dios-, es “suma impiedad”. Es decir, callar ante los enemigos de Dios y de la Patria es algo contrario al Evangelio. El mandato del amor a los enemigos vale para los enemigos personales: a los enemigos de Dios y de la Patria hay que combatirlos, de modo cristiano, pero hay que combatirlos. De lo contrario, como lo dice Santo Tomás, cometeríamos el grave pecado de la suma impiedad. Por ejemplo, este mandato no se aplica contra el invasor y usurpador inglés, que ocupa ilegítimamente nuestras Islas Malvinas: no quiere decir que porque Jesús nos manda amar al enemigo, debemos renunciar a su reclamo y al hecho de que deben abandonar las Islas y pedir perdón por la usurpación, además de reparar por el ultraje ocasionado contra nuestra Patria. Por el contrario, se debe combatir a ese enemigo. Lo mismo cabe contra los enemigos de Dios, como la Masonería, el Comunismo, el Liberalismo y otras sectas que buscan destruir su Iglesia: no cabe para ellos el amor al enemigo, porque ellos ultrajan el nombre de Dios; cabe combatirlos, de modo cristiano, como dijimos, sin malicia en el corazón, pero combatirlos con todas nuestras fuerzas. Un ejemplo de lo que decimos podemos verlo en el siguiente vídeo, cuyo enlace es el siguiente: https://www.youtube.com/watch?v=yUK2-FXb9_g: se trata de soldados nigerianos que, arrodillados, reciben la bendición con el Santísimo Sacramento, antes de partir para combatir contra la milicia islámica armada Boko Haram. Otro ejemplo son las Misas celebradas por los capellanes católicos en Malvinas, antes de los combates contra los ingleses. El catolicismo es una religión de paz, no pacifista.

[3] Mc 4, 21-25.

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