sábado, 9 de febrero de 2019

Los esposos católicos deben dar ejemplo de santidad esponsal, imitando con sus vidas a Cristo Esposo y a la Iglesia Esposa



         Por instigación de la hija de su amante, Herodías, la mujer de su hermano, Herodes manda a decapitar a Juan el Bautista, quien estaba encarcelado (cfr. Mc 6,14-29). Juan el Bautista había sido encarcelado y encadenado por Herodes porque el Bautista le hacía ver que “no le era lícito tener a la mujer de su hermano”. Cuando se lee en el Evangelio la causa de la muerte del Bautista, se puede tener la tentación de pensar que el Bautista muere por la unidad y la sacralidad del matrimonio monogámico: es encarcelado por denunciar el adulterio y es decapitado por el mismo motivo.
Sin embargo, Juan el Bautista no muere en testimonio del matrimonio, aun cuando muere defendiendo la unidad y la sacralidad del mismo y condenando al mismo tiempo el adulterio: Juan el Bautista muere por Cristo, porque es por Cristo que el matrimonio es santo. Es Cristo quien, con su gracia, santificará la unión esponsal entre el hombre y la mujer, al unirse esponsalmente con la Iglesia Esposa. Uno de los nombres de Cristo es el de “Esposo”, porque se une con amor esponsal, mística y sobrenaturalmente, a la Iglesia Esposa. Porque Cristo Esposo se une a la Iglesia Esposa, es que todo matrimonio sacramental es santificado por esta unión y es de esta unión, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa, de donde brota la santidad del matrimonio.
Antes de Cristo, el matrimonio monogámico –la unión entre el varón y la mujer- era algo bueno, al haber sido creado por Dios, pero todavía no era santo: el matrimonio monogámico, esto es, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, es santo porque todo matrimonio sacramental está contenido en la unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Entonces, el matrimonio natural entre el varón y la mujer es una creación y una idea de Dios y como tal es bueno, pero todavía no es santo: comienza a ser santo cuando Cristo se une esponsalmente –de modo virgianl, casto, místico y sobrenatural- a la Iglesia Esposa. Es de esta unión nupcial entre Cristo y la Iglesia que se desprenden todas las características del matrimonio católico: la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad, la fecundidad.
Todo lo que atente contra este matrimonio monogámico –las uniones entre personas del mismo sexo, el adulterio, etc.- atenta contra el mismo Dios, que es quien lo creó naturalmente así, como unión entre el varón y la mujer y es también una ofensa a Jesucristo, que es quien santificó la unión esponsal al unirse en matrimonio místico a la Iglesia Esposa. Por esta razón es que el Bautista no muere por el matrimonio en sí, a pesar de ser decapitado por denunciar el adulterio: muere mártir por Cristo, el Hombre-Dios, que es quien santifica el matrimonio con su gracia.
En nuestros días, caracterizados por el más duro materialismo y ateísmo que la humanidad tenga memoria, las infidelidades, las separaciones, los divorcios, los adulterios, son cada vez más numerosos, porque sobre todo son los cristianos quienes hacen caso omiso de la santidad del matrimonio, al ignorar o rechazar el hecho de que el matrimonio es indisoluble porque indisoluble es el amor que Cristo Esposo profesa por su Esposa, la Iglesia. Así como el Bautista entregó su vida por Cristo, la Santidad Increada y de Quien emana la santidad del matrimonio, así es necesario que los esposos católicos den ejemplo de santidad esponsal, imitando con sus vidas a Cristo Esposo y a la Iglesia Esposa.


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