miércoles, 27 de febrero de 2019

“Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de Mí”



“Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de Mí” (Mc 9, 38-40).  Un hombre, que no pertenece al grupo de los discípulos de Jesús, expulsa demonios “en nombre” de Jesús y los discípulos, al enterarse, le prohíben que lo siga haciendo. Sin embargo Jesús desaprueba la acción de los discípulos y les recomienda una actitud más tolerante[1]. La razón es que el que obra milagros en nombre de Cristo es porque no solo reconoce la autoridad de Jesús, sino que si se trata de verdaderos milagros, es que ha recibido del mismo Cristo el poder de realizarlos, porque nadie puede hacer milagros que sólo Cristo puede hacer, si Cristo no lo hace partícipe de su poder.
Ante esta situación, hay que recordar lo que enseña San Agustín, en el sentido de que en las otras iglesias, que no son la Iglesia Católica, hay “semillas de verdad” y que por lo tanto, sí pueden haber personas santas, santificadas no por su religión sino por la gracia de Cristo, a las que la gracia de Cristo las alcanza de un modo misterioso y no por medio de los sacramentos, como es lo habitual. Sin embargo, el hecho de que en otras iglesias haya “semillas de verdad”, eso no justifica el decir que entonces son iguales a la Iglesia Católica y que da lo mismo la una que la otra, porque en todas está la verdad. Que haya “semillas de verdad” en otras iglesias quiere decir solo eso, que hay algo de verdad, pero la Verdad revelada en su plenitud, en su totalidad y en su esplendor, solo se encuentra en la Iglesia Católica. Es como comparar a una semilla con un árbol ya desarrollado, que tiene frutos maduros: las iglesias en las que hay algo de verdad son la semilla, mientras que el árbol ya crecido y con frutos, es la Iglesia Católica.
Entonces, esto quiere decir que sólo la Iglesia Católica es la verdadera y única Iglesia de Dios, en donde se encuentra la plenitud de la Verdad Revelada y es en la Iglesia Católica en donde se verifican, en nombre de Cristo, los más grandes milagros y entre estos, el milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Sin embargo, esto no es óbice para que el Señor conceda su gracia a quienes no pertenecen a la Iglesia Católica, para llevar un poco de alivio a quienes no tienen la plenitud de la Verdad. De este Evangelio, entonces, sacamos la enseñanza de que la Iglesia Católica es la Verdadera y Única Iglesia de Dios y que en ella se obran los más grandes milagros, no solo de curación física y espiritual, sino ante todo el milagro de la Eucaristía, en cada Santa Misa y también aprendemos que pueden haber buenas personas que, por la gracia de Cristo y no por sus iglesias, obren milagros en nombre de Cristo. Es muy importante tener esto en cuenta, porque muchos católicos mal formados piensan que, porque hay milagros en otras iglesias, entonces da lo mismo una que la otra y así se salen de la Iglesia Católica y se pasan a los evangelistas, pero el que hace esto es como aquel que, si le dan a elegir entre una semilla de árbol y el árbol ya crecido y con frutos, elige la semilla. Por gracia de Dios, nosotros pertenecemos a la Iglesia Católica, la Única y Verdadera Iglesia de Dios Trino y jamás debemos salir de ella, aun cuando veamos milagros ocasionales en otras iglesias.


[1] Cfr. B., Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 521.

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