viernes, 15 de febrero de 2019

Jesús cura a un sordo



         Aplicándole saliva y tocando sus oídos, Jesús cura milagrosamente a un sordo. Con su poder divino, sana en un instante, con su sola palabra, la atrofia de las vías auditivas del sordo, restituyéndola la audición.
         Así como ésta, Jesús puede curar cualquier enfermedad corporal, desde las más leves, hasta las más graves y eso con el solo querer de su voluntad, incluso sin necesidad de aplicar físicamente sus manos, como lo hizo en este caso.
         Ahora bien, el cristiano debe saber que hay una enfermedad infinitamente más grave que la más grave de las enfermedades corporales y es el pecado, la enfermedad del alma.
         Muchos cristianos se preocupan en exceso por las enfermedades del cuerpo -y no es que no haya que preocuparse, porque el cuidado del cuerpo entra dentro del Primer Mandamiento, amar a Dios, al prójimo y a uno mismo-, pero lo que sucede es que, así como nos preocupamos por las enfermedades del cuerpo, así también debemos preocuparnos por las enfermedades del alma, la más grave de todas, el pecado. También para estas enfermedades del alma tiene Jesús cura y tratamiento y es el Sacramento de la Confesión.
         Por la confesión sacramental, la Sangre de Jesús cae sobre el alma y la purifica de todo pecado, devolviéndole la salud y convirtiéndola en templo del Espíritu Santo por la gracia.
         Si estamos enfermos del cuerpo, acudamos al médico; si estamos enfermos del alma, acudamos al Médico celestial, Cristo Jesús, para que por el Sacramento de la Confesión nos sane, con su Sangre, de la peor enfermedad de todas, el pecado.

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