martes, 26 de febrero de 2019

“No comprendían lo que les decía"



“No comprendían lo que les decía (…)  discutían entre sí sobre quién era el más grande” (Mc 9, 30-37). Mientras Jesús les revela a sus discípulos su misterio pascual de muerte y resurrección, los discípulos, dice el Evangelio “no comprendían lo que les decía” y no sólo eso, sino que “discutían entre sí sobre quién era el más grande”. La actitud de los discípulos demuestra una doble incomprensión del discurso de Jesús: Jesús les está revelando qué es lo que sucederá con Él; les está anticipando que habrá de sufrir, habrá de morir y luego resucitar, para salvar a la humanidad; les está confiando su misterio pascual de muerte y resurrección. Sin embargo, los discípulos, por un lado, “no comprenden” qué es lo que Jesús les dice, en una actitud similar a la de alguien que escucha hablar a otro en un idioma que no comprende; y no solamente eso sino que, peor aún, se enfrascan en discusiones mundanas, banales e inútiles a los ojos de Dios, sobre quién es el más grande entre ellos. Con esto, los discípulos demuestran, por un lado, ignorancia total y absoluta acerca del carácter misterioso de Cristo y del cristianismo y, por otro, demuestran que ellos permanecen en un nivel mundano, preocupándose por banalidades y mundanidades que desde el punto de vista de Dios no tienen ninguna importancia.
“No comprendían lo que les decía (…)  discutían entre sí sobre quién era el más grande”. No solo los discípulos demuestran ignorancia acerca del carácter misterioso del cristianismo y no sólo los discípulos de Cristo ignoran su misterio pascual y se enfrascan en conversaciones mundanas y sin interés: también muchos católicos no entienden que, desde el bautismo, sus vidas han adquirido un giro de ciento ochenta grados que, del mundo y la perdición a la que estaban destinados, han sido incorporados al Cuerpo Místico de Jesús para unir sus vidas a la de Él y así convertirse en corredentores con Él; muchos cristianos no asumen que sus vidas humanas no tienen valor sino en tanto y en cuanto sean unidas a la vida, Pasión y Muerte del Redentor; muchos cristianos no asumen que son cristianos, es decir, hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo, ciudadanos de la Jerusalén celestial que todavía viven en el mundo pero que están destinados a la eterna felicidad; muchos cristianos no asumen que su alimento principal es la Eucaristía, el Pan de Vida eterna y no los manjares de la tierra; muchos cristianos no se dan cuenta que su verdadero y único tesoro es la Eucaristía, y se afanan y preocupan por los bienes y cosas de la tierra, como si esta vida fuera a durar para siempre y no existiera la vida eterna. En definitiva, muchos cristianos se comportan como paganos y no como cristianos, porque no han entendido que sus vidas humanas han sido sepultadas con Cristo en su inmersión en el Jordán y por lo tanto están destinados a vivir, ya desde esta tierra, las bienaventuranzas de la vida eterna. Muchos cristianos discuten banalidades, mundanidades, sinsentidos a los ojos de Dios, como por ejemplo quién es el que tiene más gloria mundana, sin darse cuenta que eso, de cara a la eternidad de Dios, es “vanidad de vanidades y caza de vientos”, como dice el Quoelet.
“No comprendían lo que les decía (…)  discutían entre sí sobre quién era el más grande”. Si no comprendemos en qué consiste el misterio sobrenatural de ser cristianos, de haber recibido el bautismo, pidamos la gracia de comprender que estamos destinados a la eternidad bienaventurada en el Reino de los cielos y dejemos la mundanidad, los aplausos mundanos, las banalidades, para quienes están en el mundo, porque esas cosas ya no nos pertenecen y preocupémonos sólo por agradar a Dios, desde el trabajo hecho en el silencio y en la humildad y en el amor, desde el trabajo por el Reino visto sólo por Dios, en lo más profundo del corazón.


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