domingo, 3 de febrero de 2019

“¿No es éste el hijo de José?”



(Domingo IV - TO - Ciclo C – 2019)

Luego de que Jesús se aplicara a sí mismo las palabras del Profeta Isaías, auto-proclamándose como el Mesías enviado por Dios, muchos de la sinagoga, que lo escuchaban, comienzan a murmurar, diciendo: “¿No es éste el hijo de José?” (cfr. Lc 4, 21-30). Es decir, Jesús se auto-proclama como el Mesías ungido por el Espíritu Santo, como Hijo de Dios encarnado, pero muchos, que lo conocían por ser sus contemporáneos, no pueden dar crédito a sus ojos y oídos y rechazan esta auto-proclamación de Jesús, diciendo que Él no es el Mesías, el Hijo de Dios, sino el “hijo de José, el carpintero”. No pueden ver, con los ojos de la fe, a Jesús como el Ungido de Dios por el Espíritu Santo, esto es, el Mesías Salvador del mundo; y sin fe, lo ven como solo un hombre y nada más que un hombre: “el hijo de José, el carpintero”.
         A esta negativa les responde Jesús citando dos episodios del Antiguo Testamento, en los que los beneficiados no eran miembros del Pueblo de Israel, sino aquellos que no pertenecían al mismo, es decir, paganos: cita el caso de la viuda de Sarepta, a la cual fue enviada el profeta Elías para dar término a la sequía y cita también el caso del profeta Eliseo, que fue enviado a Naamán, el sirio, un leproso que era pagano, para ser curado. A una, le lleva el agua y al otro, la curación de su enfermedad: dos dones de Dios que no son concedidos a los integrantes del Pueblo Elegido.
         Lo que Jesús les está queriendo hacer ver es, por un lado, que Él es enviado no sólo a los judíos, sino a toda la humanidad y, por otro, que el hecho de pertenecer al Pueblo Elegido no es sinónimo de recepción automática de favores de parte de Dios. Por esta razón, los que lo escuchan en la sinagoga se dan cuenta de que es a ellos, que pertenecen al Pueblo Elegido, son quienes no recibirán las bendiciones de Dios, a menos que cambien su incredulidad con respecto a Él y lo reconozcan como al Mesías. Esto provoca el enojo de muchos y a tal punto que se deciden matarlo despeñándolo, pero Jesús no lo permite y se va.
         Es decir, el episodio del Evangelio nos enseña que Jesús es enviado a los miembros del Pueblo de Israel en un primer lugar, para luego ser enviado a toda la humanidad, pero debido a su negativa a querer creer que Él es el Ungido de Dios, la bendición que trae el Mesías será enviada a los pueblos paganos. La razón es que el Mesías no es enviado sólo a los judíos sino, comenzando por los judíos, a toda la humanidad.
         En nuestros días sucede algo análogo a los tiempos de Jesús: muchos cristianos creen que, por el solo hecho de ser cristianos, por el solo hecho de ser bautizados, de haber recibido la Comunión y el resto de los sacramentos, por el hecho de pertenecer al Nuevo Pueblo Elegido, ya están salvados, sin importar que el estilo de vida que lleven sea un estilo de vida anti-cristiano. Parte de este estilo pagano es desconocer, rechazar y ser indiferentes al Mesías, el Salvador del mundo, que está presente en medio de nosotros, por medio de la Eucaristía. Desconocer y rechazar la Eucaristía es el equivalente exacto a, en los tiempos de Jesús, desconocer y rechazar al mismo Jesús, porque la Eucaristía es Jesús en Persona.
A los cristianos que viven como si la Eucaristía no existiese -en realidad son neo-paganos-, les viene bien este Evangelio como advertencia de que no por el hecho de llevar el nombre de “cristianos” están excusados de cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y que si persisten en el rechazo de Jesús Eucaristía, lo mismo que le sucedió al Pueblo Elegido, así les sucederá a ellos: el puesto que los judíos dejaron vacío, fue ocupado por los cristianos, que reconocieron en Jesús no al “hijo del carpintero”, sino al Cordero de Dios; de la misma manera, el puesto que los cristianos dejen vacío –cada hora de adoración eucarística no cubierta es un puesto vacío-, será ocupado por lo actuales paganos, que no conocen a Jesús Eucaristía, pero cuando lo conozcan, vendrán y se postrarán ante Él para darle lo que se merece, amor y adoración. No dejemos que nuestro puesto, el puesto que Dios nos ha asignado, el de amar adorar a Jesús Eucaristía, quede vacío, porque Jesús Eucaristía, que es el Mesías, el Ungido de Dios, viene a darnos el Espíritu Santo.

        

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