domingo, 4 de octubre de 2020

“Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”

 


“Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios” (Lc 11, 15-26). En el colmo de su malicia y mala intención, algunos -el Evangelio no especifica quién, pero es de suponer que sean los fariseos- acusan a Jesús de “expulsar demonios con el poder del príncipe de los demonios”. Es decir, saben qué es un poseso, saben qué es un demonio, saben qué es el exorcismo, y aun así, acusan a Jesús, con toda malicia, de expulsar demonios con el poder del Demonio. Para sacarlos de su malicia, es que Jesús utiliza el ejemplo de un reino que, si comienza con luchas internas, termina sucumbiendo por sí mismo. Con esto les quiere hacer ver que si Él tuviera el poder del Demonio, no expulsaría demonios, porque de esa forma lo único que estaría haciendo es debilitar al reino de las tinieblas; la conclusión es que, si Él expulsa demonios, es porque utiliza una fuerza que no es la del Demonio y que combate por un reino, el Reino de los cielos, que es distinto al reino de las tinieblas y si Él no utiliza el poder del Demonio para los exorcismos, entonces la única conclusión posible es que Él utiliza, a nombre propio, el poder divino que Él en cuanto Dios tiene, que por otra parte, es el único poder capaz de expulsar demonios del cuerpo de un poseso.

“Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”. El poder de expulsar demonios que ejerce Jesús a lo largo de todo el Evangelio, es una muestra más de su condición de Hijo de Dios encarnado, porque Jesús de Nazareth, si fuera un simple hombre, no podría jamás realizar un exorcismo, con las solas fuerzas humanas. La meditación de este Evangelio nos debe llevar a reflexionar acerca de la presencia y acción del reino de las tinieblas en medio de los hombres, pero también acerca del poder, infinitamente superior, que tiene Jesús en cuanto Dios, en relación al Demonio y al Infierno entero.

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