domingo, 18 de octubre de 2020

“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”

 


“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12, 49-53). Jesús dice que “ha venido a traer fuego la tierra” y que “desea que ya esté ardiendo”. Nos podemos preguntar de qué fuego se trata y qué es lo que quiere ver arder. Obviamente, no se trata del fuego material, del fuego que se utiliza todos los días en los quehaceres domésticos o en la industria; si fuera así, se caería en el ridículo de pensar que todo cristiano debe dedicarse a prender fuego a lo que encuentra, para imitar a su Maestro. Es un absurdo que no tiene ningún sentido. Entonces, si no se trata del fuego material, el que todos conocemos, se trata por lo tanto de otro fuego, inmaterial, espiritual, celestial, que no conocemos: es el Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo, que descenderá sobre los Apóstoles en Pentecostés y que desciende, invisible pero real, sobre las ofrendas del altar, el pan y el vino, para combustionarlas, para transubstanciarlas y convertirlas en el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios. Es éste el Fuego que ha venido a traer Jesús, el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo; un Fuego que será enviado a toda la Iglesia en Pentecostés y que es enviado sobre el altar eucarístico, por las palabras de la consagración, en cada Santa Misa.

¿Y qué es lo que Jesús “quiere ver arder”? Es decir, ¿qué es lo que Jesús quiere que este fuego, que es el Espíritu Santo, queme? Ante todo, como decimos, quiere que combustione el pan y el vino para convertirlos en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que es lo que sucede en cada Santa Misa y por eso lo que comulgamos es la Carne del Cordero y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna y no simplemente pan y vino. El segundo elemento que Jesús quiere incendiar con el Fuego del Amor de Dios –“cuánto deseo verlo ya ardiendo”- son nuestros corazones, nuestras almas, que sin este Fuego divino están apagadas, sin fuego, sin calor y sin luz. ¿Cuándo se produce el incendio del alma en el Amor de Dios? Cada vez que el alma comulga –en gracia, con fe y con amor-, recibe el Fuego del Divino Amor que inhabita y envuelve el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Por esta razón, debemos pedir que nuestros corazones sean como la madera o como el pasto seco, para que al mínimo contacto con las llamas del Fuego del Espíritu Santo, se enciendan en el Fuego del Divino Amor y ardan en este Divino Amor, en el tiempo y en la eternidad.

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