sábado, 4 de marzo de 2023

“Jesús se transfiguró en el Monte Tabor”

 


(Domingo II - TC - Ciclo A – 2023)

         “Jesús se transfiguró en el Monte Tabor” (cfr. Mt 17, 1-9). Jesús sube al Monte Tabor y allí, en presencia de sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, se “transfigura”. ¿Qué es la transfiguración? Es un fenómeno sobrenatural por el cual la Humanidad Santísima de Jesús comienza a emitir luz, una luz desconocida para los hombres, que se irradia a través del Cuerpo de Jesús. En la transfiguración hay que considerar que no se trata de una luz terrena, conocida por el hombre; tampoco se trata de una luz que viene desde lo alto e ilumina a Jesús; tampoco se trata de un fenómeno natural, como podría decir algún racionalista, en el que las nubes del cielo se corren para dejar paso a la luz del sol, cuyos rayos caen justo sobre Jesús y hacen dar la apariencia de que Jesús está iluminado. Nada de esto sucede en la transfiguración. Lo que sucede en la transfiguración es de orden sobrenatural, es decir, de origen divino, celestial y para entenderla, hay que considerar a la naturaleza divina; la naturaleza divina es luminosa por esencia, es decir, Dios es Luz y como Dios es Eterno, la Luz que es Dios es Luz Eterna. En la transfiguración, la luz que emana del Ser divino trinitario de Jesús, el Hijo de Dios, se transparenta a través de la Humanidad Santísima de Jesús, provocando que la Humanidad de Jesús, incluido su Rostro Santísimo y sus vestiduras, resplandezcan con una luminosidad más intensa que miles de millones de soles juntos.

         ¿Por qué Jesús se transfigura en el Monte Tabor?

         Porque está cerca su Pasión y Muerte en cruz y a causa de las heridas que sufrirá en su Pasión, su Cuerpo, su Humanidad, quedará cubierta con su Sangre Preciosísima; su Rostro, ahora bañado en luz divina, quedará cubierto por las heridas, los golpes, los hematomas que le propinarán los hombres y la sangre cubrirá su Rostro, al punto de volverlo irreconocible. En su Pasión, Jesús recibirá tantos golpes y tantas heridas, que quedarán abiertas y por las cuales brotará su Preciosísima Sangre, que será irreconocible, aun para sus discípulos más cercanos. Esto sucederá para que se cumpla la profecía de Isaías: “(El Salvador será) como ante quien se oculta el rostro”, para no ver el estado lamentable al que quedará reducido. Jesús será, dice el Profeta, “molido por nuestros pecados”, porque Él recibirá la furia de la Ira Divina, que se descargará sobre Él, el Cordero Inmaculado, el Cordero sin pecado, en vez de descargarse sobre nosotros, aunque lo merecemos por nuestros pecados.

         Jesús se transfigura, dice Santo Tomás, para que sus discípulos, al verlo cubierto de Sangre y de heridas, no desfallezcan por el desánimo y la tribulación de ver a su Maestro, con su Cuerpo cubierto por numerosas heridas abiertas y sangrantes y perseveren por el Camino del Calvario, recordando que ese Hombre al cual ellos ven llevando la Cruz, bañado en Sangre, cubierto de heridas, escupitajos, recibiendo incontables golpes de puños, de patadas, de insultos, es el mismo Hombre-Dios, que reveló su divinidad, resplandeciendo con la Luz Eterna de su Ser divino trinitario en el Monte Tabor.

         Si en el Monte Tabor la Humanidad Santísima de Jesús está cubierta de Luz Eterna, la luz que recibe del Padre desde la eternidad, en el Monte Calvario su Humanidad Santísima se cubrirá con su Sangre Preciosísima, que brotará a raudales a causa de nuestros pecados, por lo que si la transfiguración del Monte Tabor es obra de Dios Padre, que le concede desde la eternidad su luz divina, las heridas abiertas y sangrantes que cubren la Humanidad Santísima de Jesús en el Monte Calvario son obra nuestra, obra de nuestros pecados, sean públicos o privados, sean explícitos o escondidos a los ojos de los hombres, porque debemos saber que nuestros pecados tienen una consecuencia directa sobre Jesús y es el de golpear su Humanidad Santísima, con tanta más violencia, cuanto más grave es el pecado cometido.

         En este tiempo de Cuaresma, hagamos el propósito de no golpear a Jesús, hagamos el propósito de no abrirle más heridas en su Cuerpo Santísimo, hagamos el propósito de no herir a Nuestro Señor Jesucristo, para que su Sangre Preciosísima no brote a raudales de su Humanidad herida por los pecados de los hombres, por nuestros pecados; hagamos el propósito de no solo no herir más a Jesús, sino de convertir a nuestros corazones, por la gracia santificante, en otros tantos cálices vivientes en donde se recoja, con amor, piedad y devoción, la Preciosísima Sangre del Cordero.

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