lunes, 20 de marzo de 2023

“Yo Soy la resurrección y la vida”

 


(Domingo V - TC - Ciclo A – 2023)

         “Yo Soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 1-45). En sus días de vida terrena, el Hombre-Dios Jesucristo tenía numerosos amigos y entre esos amigos, se destacaban tres hermanos que vivían en Betania: María, Marta y Lázaro, a cuya casa iba con frecuencia a almorzar o cenar, junto con sus discípulos. Sucedió que Lázaro enfermó gravemente, por lo que sus hermanas enviaron un mensaje a Jesús, pidiéndole que lo fuera a ver: “Señor, tu amigo está enfermo”. Lo llamativo de la reacción de Jesús, en un primer momento, es que Jesús no se pone en marcha inmediatamente, luego de conocer la gravedad de la enfermedad de su amigo. Tampoco se preocupó por contratar un caballo, o un carruaje, con lo cual habría llegado a tiempo, antes de la muerte de Lázaro. Por otra parte, la enfermedad de Lázaro era verdaderamente grave, debido al hecho de que efectivamente fallece al poco tiempo de recibir Jesús la noticia de su enfermedad. Estos dos hechos, por un lado, la gravedad de la enfermedad de Lázaro -la cual no podía ser desconocida por Jesús, porque Jesús es Dios y es omnisciente- y por otra parte, la demora de Jesús en acudir a ver a su amigo Lázaro -el Evangelio dice que Jesús se quedó “dos días” antes de emprender la marcha para ver a Lázaro-, motivan la respetuosa y dulce queja, pero queja al fin, de parte de Marta: “Señor, si hubieras venido antes, mi hermano estaría vivo”. Viéndolo humanamente, deberíamos darle la razón a Marta: si Jesús sabía que la enfermedad de su amigo Lázaro era muy grave y que podía morir en cualquier momento y si Él tenía la posibilidad de emprender la marcha de inmediato, podría haber llegado antes de la muerte de Lázaro. Pero la lógica de Dios es infinitamente superior a la humana. Es verdad que Jesús sabía que su amigo Lázaro estaba gravemente enfermo y es verdad que se quedó dos días antes de dirigirse a Betania a la casa de sus amigos, pero el mismo Jesús le da la razón de su obrar al mensajero que le avisa que Lázaro está enfermo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Quien haya escuchado a Jesús en ese mismo momento, con toda seguridad no habría entendido lo que Jesús, proféticamente, estaba diciendo.

          Jesús sabe que su amigo está enfermo de muerte y se demora, a propósito, dos días, antes de comenzar la marcha hacia Betania y de tal manera, que cuando llega, Lázaro ya está muerto. De tal manera está muerto, que ya está envuelto en lienzos, como acostumbraban hacer los judíos con sus difuntos, y además está sepultado. Y cuando Jesús llega, Marta le avisa que “lleva dos días muerto” y que por eso su cuerpo “hiede”, como lo hace todo cuerpo humano muerto, por el proceso normal de descomposición orgánica que provoca la muerte.

          Es aquí en donde se explica la actitud de Jesús, de demorar en partir a Betania y se explica también su enigmática respuesta: si Jesús hubiera partido inmediatamente, o si hubiera marchado en carruaje, para llegar antes de la muerte de Lázaro, no habría tenido lugar el milagro de la resurrección corporal de Lázaro. Jesús permite que su amigo muera, pero para concederle luego la vida, para resucitarlo. Por eso es que dice: “Esta enfermedad no terminará en muerte”, porque si bien Lázaro muere, luego Jesús lo resucita y por eso la enfermedad no termina en muerte, sino en regreso a la vida; por otra parte, por el milagro de la resurrección de Lázaro, “el Hijo del hombre”, es decir, Jesús, es “glorificado”, tal como Él lo había anticipado: “Esta enfermedad servirá para que el Hijo del hombre sea glorificado” y así sucede efectivamente, porque cuando Jesús regresa a la vida a Lázaro, todos se asombran por el milagro, el cual reconocen que no puede ser sino por Dios y por eso glorifican a Jesús como Dios. Jesús permite que su amigo Lázaro muera, no para darnos ejemplo de entereza ante la muerte de un ser querido, sino para algo inmensamente más grande: para que se manifieste el poder divino que restituye al alma con el cuerpo, volviéndolo a la vida.

          Por último, cuando Jesús le dice a Marta: “Yo Soy la resurrección y la vida”, no está haciendo referencia al milagro que acaba de hacer con su hermano Lázaro, sino que está revelando que Él es el Dios Viviente, que tiene Vida eterna y que comunica de esa vida eterna a quien Él quiere y a quien lo sigue por el Camino de la Cruz, por el Via Crucis. Cuando Jesús le dice a Marta: “Yo Soy la resurrección y la vida”, le está diciendo que Él es el Dios Viviente que no solo derrotará a la muerte para siempre en el Monte Calvario por el sacrificio de la cruz, sino que dará la Vida divina, la Vida de la Trinidad a los hombres que a Él se unan por la gracia y por el amor.

          “Yo Soy la resurrección y la vida”, nos dice Jesús desde la Eucaristía, porque en la Eucaristía está el Dios Viviente, el Dios que resucitó a Lázaro, el Dios que resucitará a los buenos en el Día del Juicio Final, el Dios que venció para siempre a la muerte, al demonio y al pecado en el Santo Sacrificio de la cruz.

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