domingo, 4 de junio de 2023

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

 



(Ciclo A – 2023)

         La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo se origina en un milagro eucarístico ocurrido en la localidad italiana de Bolsena en el año 1263: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real, es decir, tenía muchas dudas de fe acerca de lo que la Iglesia enseña sobre la Consagración. Para comprender mejor el milagro, debemos entonces recordar la enseñanza de la Iglesia Católica acerca de lo que ocurre en el altar, en la Santa Misa: la Iglesia Católica enseña que, por las palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial sobre el pan y el vino –“Esto es mi Cuerpo, Éste es el cáliz de mi Sangre”-, las substancias del pan y del vino se convierten en las substancias del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este milagro es posible porque en la Santa Misa el sacerdote actúa "in Persona Christi", es decir, es Cristo quien, a través del sacerdote ministerial, con su poder divino, convierte las substancias del pan y del vino en las substancias de su Cuerpo y su Sangre. Si Cristo no actuara a través del sacerdote ministerial, el milagro de la conversión nunca se produciría, porque por sí mismo, el sacerdote humano, no tiene ningún poder para realizar el milagro, aunque tampoco lo puede hacer un ángel. Solo Cristo, que es Dios Hijo encarnado y que actúa en Persona en la Santa Misa, puede realizar el milagro de la transubstanciación. Es esto lo que la Iglesia Católica enseña en su Magisterio, en el Catecismo y es un dogma de fe, es decir, quien no crea que esto sucede en realidad, está fuera de la Iglesia Católica. El milagro de la transubstanciación se produce real y efectivamente, pero no es visible a los ojos del cuerpo; solo es "visible", por así decirlo, a los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe. La transubstanciación sucede en cada Santa Misa, y aunque no es perceptible a los sentidos humanos, la substancia del pan se convierte verdaderamente en la substancia del Cuerpo de Jesús y la substancia del vino en la substancia de su Sangre, permaneciendo inalterados los que se llaman "accidentes", como el sabor, peso, etc., de manera que a los sentidos corpóreos parecen pan y vino luego de la consagración, pero en la realidad ya no son más pan y vino, sino el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.

Con relación al milagro que originó la Solemnidad, sucedió de la siguiente manera: el sacerdote -llamado "Pedro Romano", que había ido en peregrinación a la tumba de San Pedro para pedir el aumento de la fe en la transubstanciación-, ya de regreso a su pueblo natal, celebró la Santa Misa en la capilla de Santa Cristina; en el momento de partir la Sagrada Forma -es decir, cuando ya había pronunciado las palabras de la consagración, "Esto es mi Cuerpo", "Éste es el cáliz de mi Sangre"-, la Sagrada Forma, sostenida por las manos consagradas del sacerdote ministerial, se convirtió en un trozo de músculo cardíaco sangrante y con tanta sangre, que llenó el cáliz, se desbordó y llegó la sangre a empapar el corporal. El sacerdote, conmovido por el milagro, envolvió en el corporal el músculo cardíaco sangrante y lo llevó a la sacristía y en ese momento del traslado fue cuando cayó una gota de sangre en el pavimento de mármol, quedando impregnado el mármol con la sangre. Esta reliquia -el mármol impregnado con la sangre- fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales -el corporal es el trozo de tela bendecida de forma cuadrada que se extiende sobre el altar para que se lleve a cabo la confección del Sacramento de la Eucaristía, es donde se apoyan el cáliz y la patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

         Este milagro fue un don del cielo para el sacerdote, para que su fe se fortalezca, puesto que el sacerdote pudo ver, en primera persona, cómo lo que enseña la Iglesia acerca de la transubstanciación es verdad, es decir, en cada Santa Misa, este milagro se repite, invisible e insensiblemente, pero se repite. Pero también es un don del cielo para nosotros y para la Iglesia de todos los tiempos, aunque no es necesario que el milagro se repita visiblemente en cada Santa Misa, puesto que basta con que se haya producido una vez y basta también con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, para que nosotros aceptemos por fe lo que no podemos ver con los ojos del cuerpo. Además, como le dice Jesús a Tomás, que había dudado de su resurrección y recién creyó cuando lo vio en persona: “Dichosos los que creen sin ver”. Entonces, nosotros somos más dichosos que el mismo sacerdote protagonista del milagro, porque por la fe de la Iglesia, creemos sin ver que el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre. Somos verdaderamente "dichosos" por pertenecer a la Iglesia Católica y por creer que el pan y el vino se convierten, por el milagro de la transubstanciación, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y por esto la Iglesia dice, después de la consagración: "Dichosos los invitados a la cena del Cordero". Dichosos los que se alimentan de la Carne del Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo; dichosos los que beben la Sangre del Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

         Por último, la Sangre del Señor Jesús, que impregnó la piedra de mármol del piso de la capilla, es una prefiguración de cómo la Sangre de Cristo, que recibimos en cada Eucaristía, empapa e impregna nuestros corazones, que a menudo son fríos y duros como el mármol. 

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