viernes, 23 de junio de 2023

“No teman a los que matan el cuerpo. Teman a Aquel que puede perder el alma en el Infierno”

 


(Domingo XII - TC-  Ciclo A - 2023)

         “No teman a los que matan el cuerpo. Teman a Aquel que puede perder el alma en el Infierno” (Mt 10, 26-33). Con este consejo, Jesús nos enseña dos cosas: que no debemos temer a los hombres, puesto que los hombres pueden matar el cuerpo, es decir, pueden cometer homicidios y, en el caso de los cristianos, en las persecuciones, es lo que sucede y ha sucedido con frecuencia a lo largo de la historia de la Iglesia, pero no pueden hacer nada con el alma. La otra enseñanza de Jesús es que, a quien sí debemos temer, es a Él, a Dios, porque es Él quien, en el Día del Juicio Final enviará a nuestras almas, según hayan sido nuestras obras, al Cielo o al Infierno.

         Entonces, de los dos componentes que forman nuestra naturaleza humana, el alma y el cuerpo, los hombres solo pueden actuar sobre una sola, el cuerpo; pueden matarlo, procurando la apostasía en la fe en Cristo Jesús. Sin embargo, no pueden hacer nada con el alma, porque el alma, luego de la muerte, es llevada inmediatamente ante la Presencia de Dios para recibir el Juicio Particular, cuyo veredicto, Cielo o Infierno, será ratificado en el Juicio del Día Final.

         En cambio, Dios puede actuar sobre los dos componentes de nuestra naturaleza humana, sobre el cuerpo y sobre el alma, puesto que Él es el Creador, tanto de la materialidad corpórea del cuerpo, como de la espiritualidad del alma. Además, Él puede, como Justo Juez, enviarnos adonde merecemos ir según nuestras obras libremente realizadas, ya sea el Cielo -con el Purgatorio como antesala del Cielo, para quien necesite purificar pecados veniales-, o al Infierno, el lago de fuego, la gehena, el lugar en donde el pecado no es redimido y en donde el pecador empedernido sufre para siempre -por voluntad propia, porque no quiso aceptar a Jesús como Salvador y Redentor- los dolores inenarrables que provocan al cuerpo y el alma, el fuego infernal.

         La advertencia de Jesús de que no debemos temer a los hombres que solo pueden, como máximo, quitarnos la vida terrena, es más que pertinente porque nosotros, debido a nuestra misma naturaleza humana, que se deja guiar con frecuencia solo por lo sensible, nos dejamos impresionar e intimidar por hombres, que poseen nuestra misma naturaleza humana, y tanto más, cuanto estos ocupan una posición de gran poder terreno; así, nos impresionan los dictadores, que gobiernan o mejor dicho esclavizan a sus pueblos con mano de hierro, tal como sucede en los regímenes genocidas comunistas -China, Cuba, Venezuela, Corea del Norte y muchos más- y somos proclives a experimentar el miedo por el poder terrenal que estos dictadores ostentan, pero eso sucede porque no tenemos en cuenta las palabras de Jesús: esos dictadores, aun cuando sean terrenalmente poderosos, no tienen ningún poder sobre nuestras almas. También en Occidente hay gobiernos tiránicos, disfrazados de una falsa democracia y también a estos gobernantes tendemos tendencia a tenerles miedo, cuando no debe ser así, porque como dice Jesús, solo pueden afectar nuestro cuerpo, pero nunca el alma.

         Entonces, la enseñanza de Jesús es que no debemos temer a los hombres porque estos, aun cuando estén guiados por un odio preternatural -el odio del ángel caído- contra la Iglesia y la persigan, no pueden hacer más que quitarnos la vida terrena. Pero a quien sí debemos temer es a Dios, porque Él, como Justo Juez, puede salvar o condenar para toda la eternidad a nuestra alma. Ahora bien, el temor de Dios del cual habla Jesús no es “miedo de Dios”, sino un temor que es más bien un amor reverente a Dios, el temor de Dios es como el amor de un hijo a su padre que, por amarlo con todas sus fuerzas, hace todo lo posible para no darle un disgusto: ése es el verdadero “temor de Dios”, que debe estar presente en todos los cristianos que amen en espíritu y en verdad a Dios Uno y Trino. La mejor forma de demostrar, sin discursos, sino con obras y de verdad, el temor de Dios, es procurando evitar toda ocasión de pecado, ser misericordiosos con el prójimo y recibiendo en gracia el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

 

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