lunes, 31 de julio de 2023

“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces”

 


“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces” (Mt 13, 47-53). Jesús compara al Reino de los cielos con la actividad de los pescadores: luego de echar las redes, las depositan en el suelo y separan a los peces buenos -los que están sanos y en buena condición y sirven por lo tanto para la alimentación como para ser vendidos-, de los peces que están en mal estado -sea porque están en proceso de putrefacción o porque están enfermos, en ambos casos no sirven ni para alimentación ni para la venta, por lo que solo sirven para ser arrojados-. El mismo Jesús explica la parábola: los pescadores son los ángeles buenos, los ángeles que están al servicio de Dios y a una orden suya, en el momento solo conocido por Dios Padre, cuando finalice el último segundo del último día de la historia humana, dará comienzo el Juicio Final, en el que toda la humanidad será juzgada por la Trinidad y cada uno recibirá su paga, el Cielo o el Infierno, según sus obras libremente realizadas. Los ángeles buenos, encabezados por San Miguel Arcángel, separarán a las almas buenas de las malas; a las buenas, para que ingresen en el Reino de Dios; a las malas, para que ingresen en el Reino de las tinieblas. Los peces representan a los hombres y así como hay peces buenos, que están en buen estado, así hay hombres de buena voluntad que, a pesar de sus defectos y pecados, desean servir a Dios e ingresar en su Reino y para eso se esfuerzan en vivir en gracia y en adquirir virtudes, combatiendo el pecado y los vicios; los peces que están en mal estado, en putrefacción o enfermos, representan a las almas que, por propia voluntad, decidieron permanecer impenitentes, sin arrepentirse de sus pecados, sin combatir contra sus vicios, por lo cual serán arrojados al lago de fuego, el lugar donde no hay redención.

“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces”. En nuestro libre albedrío está el servir a Dios, amándolo y adorándolo en su Presencia Eucarística y socorriendo y asistiendo a nuestros prójimos, imágenes de Él en la tierra. Si esto hacemos, salvaremos nuestras almas y al final de la historia humana, en el Día del Juicio Final, seremos contados entre los bienaventurados que se alegrarán en el Reino de los cielos por toda la eternidad.

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