lunes, 3 de julio de 2023

“Ánimo, tus pecados están perdonados”

 


“Ánimo, tus pecados están perdonados” (Mt 9, 1-8). Llevan ante Jesús a un hombre paralítico; debido a la cantidad de gente, los amigos del paralítico, que eran los que lo transportaban en una camilla, deben hacer un orificio en el techo de la casa, para poder llegar hasta Jesús. Una vez delante de Jesús, le dice: “Ánimo, tus pecados están perdonados”. Al escucharlo, los fariseos piensan que Jesús es un blasfemo, puesto que se arroga el poder de perdonar los pecados, algo que es exclusivo de Dios. Jesús, que es Dios y por eso puede leer los pensamientos, sabe qué es lo que están pensando y para demostrarles que Él es efectivamente Dios y que puede perdonar los pecados, realiza un milagro visible, curando la parálisis física del enfermo.

En esta escena podemos ver diversos elementos sobrenaturales: por un lado, Jesús se revela como el Mesías-Dios que perdona los pecados, es decir, sana una herida espiritual como es el pecado, y también cura el cuerpo, al devolverle la motilidad al paralítico. Por otra parte, se puede ver la fe del paralítico en Jesús como Hombre-Dios y cómo al paralítico le importa más la salud de su alma, que la salud del cuerpo: el paralítico es llevado ante Jesús, pero no para que lo cure de su parálisis corporal, sino para ser curado en el espíritu, para que sus pecados le sean perdonados y es eso lo que hace Jesús, recibiendo el paralítico la recompensa por su noble corazón, la curación de su parálisis, es decir, la curación de la parálisis es secundaria al perdón de los pecados, la salud del cuerpo, para quien ama a Jesús, es secundaria a la salud del alma. También podemos ver en este Evangelio cómo está representado el Sacramento de la Penitencia: Jesús es el Sumo y Eterno Sacerdote que quita y perdona los pecados de los hombres; el paralítico representa a la humanidad caída en el pecado original, la parálisis es símbolo del alma herida como consecuencia del pecado de Adán y Eva, transmitido a toda la humanidad.

Debemos contemplar no solo a Nuestro Señor Jesucristo, sino también al paralítico, para imitarlo, porque es ejemplo de vida cristiana: Él acude a Cristo no para que le cure la parálisis, sino para que le quite los pecados del alma, secundariamente recibe, como una recompensa por su corazón que ama a Dios, la curación de su parálisis corporal. Pero también imitemos a los amigos del paralítico, sin cuya ayuda no podría haber llegado a Jesús para confesar sus pecados y hagamos lo mismo con nuestros prójimos, llevándolos al encuentro con Nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento de la Confesión.

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