martes, 18 de julio de 2023

“Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a los sencillos”


Jesús ante Herodes

 

“Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a los sencillos” (Mt 11, 25-27). Jesús, que es Dios Hijo, la Sabiduría del Padre engendrada eternamente y encarnada en el tiempo en el seno de María Santísima, da gracias al Padre Eterno porque la revelación ha sido hecha a los “pequeños”[1]. ¿A qué revelación se refiere Jesús? Se refiere, principalmente, a la revelación, dada por el Espíritu Santo, del conocimiento del Padre por medio del Hijo. Este tipo de conocimiento, esto es, la revelación de que en Dios Uno hay Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y que esto lo conocen aquellos a quienes el Padre se los ha querido revelar, será en definitiva la causa de la falsa acusación de blasfemia por parte de escribas y fariseos, acusación que finalizará con el encarcelamiento, condena a muerte y crucifixión de Jesús, acusado arteramente de “blasfemo” por los judíos, solo por el hecho de decir la verdad, que en Dios Uno hay Tres Personas y que Él, Jesús de Nazareth, es el Hijo Eterno del Padre Eterno, unidos en el Eterno Amor del Espíritu Santo.

Por este motivo, Jesús, Dios Hijo, pide a los sencillos que tengan confianza en Él, que es la Sabiduría del Padre encarnada. Esta revelación del Padre a los pequeños no viene precisamente del estudio de la filosofía y la teología -aunque el alma que estudie filosofía y teología sí puede ser sencilla y recibir también el mismo conocimiento-; la revelación viene del abandono personal, esto es, de cada persona en particular -por eso la conversión es personal- en sus manos, en las manos del Hijo, que siempre dará revelaciones interiores infinitamente superiores a la ley. La alabanza de Jesús no es por la acción de “ocultar”, sino por la de “revelar”: el pueblo sencillo y en especial los discípulos, han recibido humildemente al Bautista y a Jesús, a pesar de la oposición oficial de aquellos considerados “doctores”, “especialistas” de la ley, como los escribas y fariseos, oposición que en la mayoría de los casos es cínica y mal intencionada, porque tienen envidia sobre todo de Jesús, que habla con una sabiduría y una autoridad que ellos no tienen.

La sencillez aparta todas las dificultades, de manera que el Espíritu Santo puede obrar en las almas de los sencillos sin la oposición de la soberbia de los más doctos y letrados.

De la misma manera, en la Iglesia de nuestros días, el Espíritu Santo revela la Presencia personal, oculta en apariencia de pan, a los sencillos y humildes, sobre todo a quienes no tienen estudios sagrados, mientras que, al igual que en tiempos de Jesús, los más doctos, los más encumbrados en puestos de poder en la escala jerárquica de la iglesia, se ven privados de este conocimiento que viene del Espíritu Santo, a causa de su soberbia. La soberbia, imitación y participación en la soberbia del Ángel caído, es la perdición del alma, por lo cual debemos pedir huir de ella como de la peste.



[1] Cfr. 390.

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