martes, 24 de octubre de 2023

“He venido a traer fuego al mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”

 


“He venido a traer fuego al mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc 12, 49-53). Jesús expresa en voz alta el objetivo principal de su ingreso en el tiempo y en la historia de la humanidad, proviniendo eternamente del seno del Padre: el comunicar el Fuego del Padre y del Hijo a todos los hombres. Es obvio que el fuego que Él ha venido a traer al mundo no es el fuego material, el fuego terreno, el que todos conocemos, el fuego que existe desde que existe la humanidad, desde Adán y Eva. Es obvio que tampoco se trata del fuego del Infierno, el fuego reservado para los ángeles rebeldes y para los hombres impíos. Se trata de un fuego distinto, no conocido por los hombres, conocido por las Divinas Personas del Padre y del Hijo, porque es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, que une al Padre y al Hijo desde toda la eternidad. Es un fuego conocido también por los ángeles, pero solo por los ángeles buenos, los ángeles que, con San Miguel a la cabeza, se opusieron a la soberbia impía del Dragón infernal arrojándolos del cielo para siempre. Es un fuego celestial, divino, de origen divino, que se origina en el Acto de Ser divino trinitario de las Tres Divinas Personas; es el Fuego del Divino Amor con el que el Padre ama al Hijo en su seno desde la eternidad y es el Fuego del Divino Amor con el que el Hijo ama al Padre desde toda la eternidad. Es el Fuego del Amor Divino, el Fuego que Jesús ha venido a traer; es un fuego que enciende a las almas y a los corazones en el Divino Amor; es un fuego que, al contrario del fuego terreno y del fuego del Infierno, no solo no provoca dolor, sino que embriaga en el Divino Amor a todo aquel al que alcanza; es un fuego que no destruye, que abrasa pero no consume, es un fuego que dura para siempre, es el Fuego del Amor Divino, que Él donará a la Iglesia Universal en Pentecostés, pero es también el fuego que, al impregnar su Sagrado Corazón Eucarístico, Él lo comunica al alma en cada comunión eucarística, convirtiendo así a cada comunión sacramental en un pequeño Pentecostés para el alma que está dispuesta a dejarse incendiar por este Divino Amor.

“He venido a traer fuego al mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”. No solo en Pentecostés, sino en cada Comunión Eucarística, Jesús nos comunica el Fuego del Divino Amor. Que por intercesión de la Santísima Virgen, nuestros corazones sean como pasto seco o como madera reseca, para que al contacto con el Fuego de Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, nuestros corazones se enciendan en el Amor Divino.

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