sábado, 24 de febrero de 2024

“Éste es mi Hijo muy amado, escúchenlo”

 


(Domingo II - TC - Ciclo B – 2024)

         “Éste es mi Hijo muy amado, escúchenlo” (Mc 9, 2-10). Jesús se transfigura ante sus discípulos e inmediatamente se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Éste es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Lo sucedido en el Monte Tabor se llama “teofanía”, es decir, “manifestación de la divinidad”: Dios se manifiesta en su Trinidad: Jesús como Dios Hijo, Dios Padre, y Dios Espíritu Santo, que es Quien une a los dos en el Divino Amor. Esta manifestación de la divinidad, si bien es sobrenatural, porque es divina, obviamente, es doblemente sensible: los discípulos “ven” a Cristo brillar con un resplandor más brillante que miles de millones de soles juntos y además “escuchan” la voz de Dios Padre, Quien les presenta a su Hijo y les pide que lo “escuchen”.

         Esto mismo nos lo dice Dios Padre a nosotros, que escuchemos a Cristo Jesús. Entonces, acudamos a las Escrituras, para que sepamos qué es lo que nos dice Jesús, para escuchar su palabra, que es Palabra de Dios y ponerla en práctica.

         “Ama a tus enemigos”: Jesús no nos dice: “Véngate de tus enemigos”, “Deséales el mal”, mucho menos nos llama a hacerles el mal: nos dice: “Ama a tus enemigos”, porque así lo imitamos a Él quien, siendo nosotros sus enemigos, nos amó y perdonó desde la cruz. El amor al enemigo es sobre todo para el enemigo personal, porque a los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia, se los debe combatir, si bien hay distintos niveles (resistencia legal pasiva, resistencia legal activa, resistencia armada).

         “Pon la otra mejilla”: está relacionado con el anterior: si alguien nos ofende, o si recibimos una injuria, incluso física, no debemos responder, al menos en primera instancia, con violencia; por el contrario, debemos poner la otra mejilla.

         “Da al que te pide prestado”: nuestro egoísmo, unido a nuestro materialismo, nos lleva a acumular cosas materiales, no solo dinero y el dar en nombre de Cristo y porque Cristo lo dice, nos ayuda a luchar contra este egoísmo y materialismo que ahoga al espíritu.

         “Un vaso de agua dado en Mi Nombre no quedará sin recompensa”: se puede dar un vaso de agua perteneciendo a una ONG o en nombre de Cristo: en el primer caso, la acción no tiene valor para ganar el Cielo; en el segundo, sí. Dar en nombre de Cristo, aunque sea un vaso de agua, abre las puertas del Cielo para el alma.

         “Perdona setenta veces siete”: los judíos pensaban que, siendo el número siete el número perfecto, se debía perdonar solo hasta siete veces; Cristo en cambio nos dice que perdonemos “setenta veces siete”, lo cual quiere decir “siempre”, sin límite de tiempo, porque así nos asemejamos a Él que desde la Cruz nos perdona sin límite de tiempo, con un amor eterno, el Amor de su Sagrado Corazón.

         “Sean misericordiosos”: el pecado original ha herido al corazón humano convirtiéndolo en un corazón frío, duro, insensible al dolor y al sufrimiento del prójimo; Cristo nos dice que obremos la misericordia con el prójimo, así lo imitamos a Él que desde la Cruz nos ama con su Divina Misericordia.

         “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”: Jesús nos ha amado hasta la muerte de cruz, con el Amor del Espíritu Santo y es así como debemos amar a nuestros prójimos, no con nuestro propio amor humano, limitado, que hace acepción de personas, que se deja llevar por las apariencias y que no es capaz de amar como ama Dios, espiritual e interiormente.

         “Sígueme”: es un llamado personal y a la vez universal, a una sola vocación, la vocación a la santidad. Jesucristo nos llama a ser santos, a seguirlo a Él por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, porque por este camino se llega al Calvario, se crucifica al hombre viejo y renace el hombre nuevo, el hombre que vive la vida de la gracia, que así consigue llegar al Cielo.

         “Si quieres conseguir el Reino, da todo a los pobres y sígueme”: en el seguimiento de Jesucristo se debe llevar la Cruz y si se lleva la Cruz, no es posible cargar otros objetos materiales; el desprendimiento de lo material para darlo al más necesitado, además de ser una obra de misericordia que nos ayuda a ganar el Cielo, nos hace más fácil llevar la Cruz de cada día.

         “Si alguien quiere venir en pos de Mí, renuncie a sí mismo, cargue su cruz y me siga”: Para seguir a Cristo hay que querer seguirlo y para quererlo hay que amarlo y para amarlo hay que conocerlo, porque nadie ama lo que no conoce; de ahí la importancia de la oración, de la meditación, de la Adoración Eucarística, del rezo del Santo Rosario, porque así la gracia nos hace conocer a Cristo, nos hace amarlo, nos hace desear seguirlo y nos ayuda a negarnos a nosotros mismos, cargando la Cruz de cada día en pos de Jesús.

         “Coman mi Carne y beban mi Sangre para que tengan Vida eterna”: Luego de hacer una buena Confesión Sacramental -no podemos comulgar si no nos confesamos, al menos una vez al año, para Pascuas-, alimentémonos de la Sagrada Eucaristía, del Pan Vivo bajado del Cielo, del Verdadero Maná celestial, para tener en nosotros la Vida divina trinitaria, para dejar de vivir con nuestra sola vida humana y empezar a vivir, desde la tierra y en el tiempo, con la vida eterna, la divina del Hijo de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía.

         “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús Eucaristía es el Camino al seno del Padre; Jesús Eucaristía es la Verdad de Dios, Uno y Trino, que se nos dona en la Persona del Hijo oculto en apariencia de pan; Jesús Eucaristía es la Vida Eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, que nos concede la vida misma de la Trinidad. Él en la Eucaristía es el Camino que debemos recorrer, la Verdad que debemos conocer, la Vida que debemos vivir; Él, Jesucristo, el Hijo de Dios en la Eucaristía y no la Nueva Era, que es la religión del Anticristo; no el yoga, ni el reiki, ni la brujería Wicca, ni el ocultismo, ni el satanismo, ni la masonería, ni mucho menos las ideologías anticristianas como el liberalismo y el comunismo.

         “Éste es mi Hijo muy amado, escúchenlo”. Dejemos de escucharnos a nosotros mismos; dejemos de escuchar al mundo vacío de Dios; escuchemos a Cristo, la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; hagamos caso a Dios Padre y así conseguiremos llegar al Reino de los cielos.

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