miércoles, 14 de febrero de 2024

Jueves después de Cenizas

 



“El que quiera seguirme, cargue su cruz y me siga” (cfr. Lc 8, 22-25). Jesús da las condiciones para quien quiera ser discípulo suyo: “El que quiera venir detrás de Mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga”.

Una primera condición para ser discípulo de Jesús es “querer” ser discípulo de Él, por eso Jesús dice: “El que quiera”. El seguimiento de Jesús es por amor, por elección libre del alma a la Persona de Jesús de Nazareth; nadie puede ser discípulo en contra de su voluntad; nadie puede ser discípulo a la fuerza, así como nadie entrará en el Reino de los cielos si no quiere entrar. En esta primera condición para ser discípulos de Él, Jesús nos demuestra no solo cuánto nos ama, sino también cuánto respeta nuestra libertad, nuestro libre albedrío, porque no nos obliga a seguirlo, sino que deja a la libre elección de la persona el seguirlo o no y esta libre elección, a su vez, debe estar basada en el amor sobrenatural a Jesús de Nazareth. Dios nos ama libremente, no a la fuerza; quien quiera seguir a Dios Encarnado, Jesús de Nazareth, también debe hacerlo libremente y no a la fuerza.

La segunda condición es la “renuncia a sí mismo” y esto quiere decir renunciar a nuestro hombre viejo, al hombre dominado por las pasiones sin control, al hombre que se deja arrastrar por las cosas bajas del mundo; al hombre que vive “de pecado en pecado”, como dice San Ignacio de Loyola. Seguir a Jesús implica negarnos en nuestros pecados, vicios, malicias; significa negarnos en la ira, en la pereza, en la gula, en la avaricia y así con todo lo malo. Pero para negarnos a nosotros mismos, debemos saber que somos lo opuesto a Jesús y que nuestro objetivo es asemejarnos a Jesús, para lo cual debemos negarnos en nuestra malicia y trabajar espiritualmente para asemejarnos a Cristo, modelo perfectísimo y fuente inagotable de vida sobrenatural cristiana.

La última condición, es la de “cargar la cruz de cada día y seguirlo” por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis. Con mucha frecuencia nos quejamos de la Cruz, cuando debemos hacer un pequeño esfuerzo, o un sacrificio, o una penitencia, o simplemente sobrellevar con paciencia y caridad aquello que humanamente nos sobrepasa, pero en vez de eso, renegamos de la Cruz y suplicamos a Dios que nos la quite cuanto antes, sin darnos cuenta de que Dios nunca da una Cruz más grande que la seamos capaces de llevar y que si nos da una Cruz, nos da al mismo tiempo la gracia más que necesaria para llevarla; también nos olvidamos que en realidad, quien lleva nuestra Cruz es Él mismo.

Al iniciar la Cuaresma, renovemos el propósito de seguir a Jesucristo por el Camino Real de la Cruz, negándonos a nosotros mismos y cargando la Cruz, que nos lleva al Calvario y del Calvario, al Cielo.

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