miércoles, 7 de febrero de 2024

“Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios”


 

(Domingo V - TO - Ciclo B – 2024)

         “Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios” (Mc 1, 29-39). En el párrafo del Evangelio de hoy, se destacan dos actividades de Nuestro Señor Jesucristo, desde el inicio del párrafo hasta el final; son solamente dos actividades, y lo que llama la atención es que el Evangelio las resalta a lo largo de toda la narración. Estas dos únicas actividades de Nuestro Señor y que el Evangelio repite desde el principio al fin, son: curar enfermos y expulsar demonios. Comienza con una primera curación personal, la suegra de Pedro, que estaba con fiebre y en cama, es la primera mención; luego sigue una segunda mención: “cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados (…) Curó a muchos enfermos y expulsó muchos demonios”; finaliza con una tercera mención, haciendo referencia implícita a la de curar enfermos, agregando la de la predicación y continuando con la de expulsar demonios: “Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios”. Es llamativa la insistencia del Evangelista, quien insiste en remarcar estas dos actividades de Jesús, dejando en un segundo plano otras que podrían considerarse más importantes, como la predicación de la Buena Noticia, a la que agrega al final, o la realización de milagros portentosos, como la resucitación de muertos, o el perdón de los pecados, como sucede en otros pasajes de la Escritura.

Entonces, el Evangelista se detiene principalmente en estas dos actividades de Jesús: la curación de las enfermedades y la expulsión de demonios. La razón puede deberse a que precisamente la enfermedad -junto con el dolor y la muerte que suelen acompañarla-, más la actividad demoníaca que perturba al hombre, son las consecuencias más directas de la Caída Original de Adán y Eva, luego del Pecado Original. La Escritura dice: “Dios no creó la muerte; la muerte entró por la envidia del Diablo”[1], el Diablo, el Tentador, quien, por medio de la seducción y la tentación, hace perder la gracia santificante y la amistad con Dios a Adán y Eva y con ellos a toda la humanidad y a partir de allí, la humanidad experimenta la enfermedad, el dolor, la muerte, además de la constante acechanza perversa del Demonio que busca arrastrar al hombre caído a los abismos del Infierno.

         Como la enfermedad -el dolor, la muerte- y la perturbación demoníaca -percibida o no percibida- son las consecuencias más notables, por así decir, percibidas por el hombre, Jesús se dedica a contrarrestarlas, curando las enfermedades y realizando exorcismos, como medio de preparación para la recepción de la gracia, es decir, la curación de enfermedades y la expulsión de demonios no son la Buena Noticia, sino los prolegómenos de la misma, son los que preparan el camino para recibir la gracia.

         La enfermedad entonces tiene un origen preternatural, como vimos, porque se origina en la actividad demoníaca sobre Adán y Eva, lo cual no quiere decir que todo enfermo sea un poseso, eso sería un absurdo. Pero sí se debe tener en cuenta que el origen está en el Pecado Original. También el origen de muchos males de la humanidad está en la actividad demoníaca, que actúa sobre los hombres, seduciéndolos y conduciéndolos al mal. En nuestros días, el mayor triunfo del Demonio es hacer creer que no existe, pero no es eso lo que nos dicen Nuestro Señor y los santos. Santa Verónica Giuliani describe así una experiencia mística que tuvo cuando, en vida terrena, fue llevada al Infierno para que diera testimonio de su existencia. Dice así la santa: “En un momento, me encontré en un lugar oscuro, profundo y pestilente; escuché voces de toros, rebuznos de burros, rugidos de leones, silbidos de serpientes, confusiones de voces espantosas y truenos grandes que me dieron terror y me asustaron. También vi relámpagos de fuego y humo denso. ¡Despacio! que todavía esto no es nada. Me pareció ver una gran montaña como formada toda por mantas de víboras, serpientes y basiliscos entrelazados en cantidades infinitas; no se distinguía uno de las otras. Se escuchaba por debajo de ellos maldiciones y voces espantosas. Me volví a mis Ángeles y les pregunté qué eran aquellas voces; y me dijeron que eran voces de las almas que serían atormentadas por mucho tiempo, y que dicho lugar era el más frío. En efecto, se abrió enseguida aquel gran monte, ¡y me pareció verlo todo lleno de almas y demonios! ¡En gran número! Estaban aquellas almas pegadas como si fueran una sola cosa y los demonios las tenían bien atadas a ellos con cadenas de fuego, que almas y demonios son una cosa misma, y cada alma tiene encima tantos demonios que apenas se distinguía. El modo en que las vi no puedo describirlo; sólo lo he descrito así para hacerme entender, pero no es nada comparado con lo que es. Fui transportada a otro monte, donde estaban toros y caballos desenfrenados los cuales parecía que se estuvieran mordiendo como perros enojados. A estos animales les salía fuego de los ojos, de la boca y de la nariz; sus dientes parecían agudísimas espadas afiladas que después reducían a pedazos todo aquello que les entraba por la boca; incluso aquellos que mordían y devoraban las almas. ¡Qué alaridos y qué terror se sentía! No se detenían nunca, fue cuando entendí que permanecían siempre así. Vi después otros montes más despiadados; pero es imposible describirlos, la mente humana no podría nunca nuca comprender. En medio de este lugar, vi un trono altísimo, larguísimo, horrible ¡y compuesto por demonios! Más espantoso que el infierno, ¡y en medio de ellos había una silla formada por demonios, los jefes y el principal! Ahí es donde se sienta Lucifer, espantoso, horroroso. ¡Oh Dios! ¡Qué figura tan horrenda! Sobrepasa la fealdad de todos los otros demonios; parecía que tuviera una capa formada de cien capas, y que ésta se encontrara llena de picos bien largos, en la cima de cada una tenía un ojo, grande como el lomo de un buey, y mandaba saetas ardientes que quemaban todo el infierno. Y con todo que es un lugar tan grande y con tantos millones y millones de almas y de demonios, todos ven esta mirada, todos padecen tormentos sobre tormentos del mismo Lucifer. Él los ve a todos y todos lo ven a él. Aquí, mis Ángeles me hicieron entender que, como en el Paraíso, la vista de Dios, cara a cara, vuelve bienaventurados y contentos a todos alrededor, así en el infierno, la fea cara de Lucifer, de este monstruo infernal, es tormento para todas las almas. Ven todas, cara a cara el Enemigo de Dios; y habiendo para siempre perdido Dios, y no tenerlo nunca, nunca más podrán gozarlo en forma plena. Lucifer lo tiene en sí, y de él se desprende de modo que todos los condenados participan de ello. Él blasfema y todos blasfeman; él maldice y todos maldicen; él atormenta y todos atormentan. - ¿Y por cuánto será esto?, pregunté a mis Ángeles. Ellos me respondieron: - Para siempre, por toda la eternidad. ¡Oh Dios! No puedo decir nada de aquello que he visto y entendido; con palabras no se dice nada. Aquí, enseguida, me hicieron ver el cojín donde estaba sentado Lucifer, donde eso está apoyado en el trono. Era el alma de Judas. Y bajo sus pies había otro cojín bien grande, todo desgarrado y marcado. Me hicieron entender que estas almas eran almas de religiosos; abriéndose el trono, me pareció ver entre aquellos demonios que estaban debajo de la silla una gran cantidad de almas. Y entonces pregunte a mis Ángeles: - ¿Y estos quiénes son? Y ellos me dijeron que eran Prelados, Jefes de Iglesia y de Superiores de Religión. ¡Oh Dios!!!! Cada alma sufre en un momento todo aquello que sufren las almas de los otros condenados; me pareció comprender que ¡mi visita fue un tormento para todos los demonios y todas las almas del infierno! Venían conmigo mis Ángeles, pero de incógnito estaba conmigo mi querida Mamá, María Santísima, porque sin Ella me hubiera muerto del susto. No digo más, no puedo decir nada. Todo aquello que he dicho es nada, todo aquello que he escuchado decir a los predicadores es nada. El infierno no se entiende, ni tampoco se podrá aprender la acerbidad de sus penas y sus tormentos. Esta visión me ha ayudado mucho, me hizo decidir de verdad a despegarme de todo y a hacer mis obras con más perfección, sin ser descuidada. En el infierno hay lugar para todos, y estará el mío si no cambio vida. ¡Sea todo a gloria de Dios, según la voluntad de Dios, por Dios y con Dios!”[2]. De esto se deduce porqué el Evangelista se detiene en el relato de los exorcismos de Jesús y porqué Jesús realiza exorcismos y porqué nos advierte acerca del peligro mortal que implica para nuestras almas no obedecer la Ley de Dios, porque quien no ama y cumple la Ley de Dios, tiene ya puesto un pie en el Abismo en donde no hay Redención, el Infierno.

 

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