domingo, 31 de marzo de 2024

Domingo de Pascuas de Resurrección

 



(Ciclo B – 2024)

La Resurrección es el regreso a la vida, pero no a esta vida mortal, sino a la vida gloriosa, sobrenatural, divina y eterna, que Nuestro Señor Jesucristo poseía junto al Padre desde la eternidad. ¿Cómo podemos describir a la Resurrección de Jesús? Para darnos una idea, debemos comenzar reflexionando sobre la Santísima Trinidad, porque Jesús es la Persona Segunda de la Trinidad y sin hacer referencia a estas Divinas Personas, poco y nada podremos entender de la Resurrección. Ante todo, hay que decir que la Santísima Trinidad es Dios Perfectísimo, Uno en naturaleza y Trino en Personas; las Tres Divinas Personas poseen el mismo Acto de Ser Divino trinitario, participando estas Divinas Personas de una misma naturaleza divina. Ahora bien, en la Santísima Trinidad, su Ser divino trinitario y su naturaleza divina trinitaria son gloria divina, purísima, eterna, celestial, sobrenatural y esta gloria divina es luz, pero no una luz creada -como la luz del sol, la luz del fuego o la luz eléctrica-, sino que es una Luz Eterna e Increada, Purísima, Perfectísima, inconcebible para la creatura humana y angélica y de la cual solo nos podemos dar una pequeña idea cuando comparamos a esta luz con la luz que podrían emitir cientos de miles de millones de soles juntos y así y todo esta luz solo sería oscuridad, en comparación con la Luz Eterna del Ser divino trinitario de las Tres Divinas Personas.

Es esta Luz Eterna, del Ser divino de Dios Uno y Trino, la luz que, desde la Trinidad, se transmite y participa al Cuerpo muerto de Jesús que yace sobre el Santo Sepulcro, el día Domingo a la madrugada y como es una luz que posee vida, pero no vida creada, como la vida del hombre y la del ángel, sino que es una Vida Eterna e Increada, una Vida divina, celestial, sobrenatural, propia y exclusiva de la Santísima Trinidad y como es una luz que da vida, luz y gloria divinas, le comunica al Cuerpo muerto de Jesús esta vida, esta luz y esta gloria divinas, volviendo a Jesús a la vida, pero no a esta vida mortal, sino a la Vida gloriosa, celestial, divina y sobrenatural que tenía Jesús desde la eternidad, al proceder eternamente del Padre y al estar unido al Padre por la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo.

Esta luz gloriosa y divina, que comunica la Vida Eterna de la Trinidad, es la que comunica Jesús resucitado y glorioso desde la Sagrada Eucaristía a todo aquel que lo recibe en gracia, con fe y con amor, siendo la Vida Divina contenida en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús un anticipo de la Vida Eterna y absolutamente Increada que será participada al alma que ingrese en la feliz eternidad del Reino de los cielos, si en esta vida vive en gracia y sobre todo si muere en estado de gracia santificante, la gracia que comunican los Sacramentos, de ahí la importancia esencial de los Sacramentos -sobre todo Penitencia y Eucaristía- para aquel católico que quiera salvar su alma y vivir en la eternidad feliz del Reino de Dios. El meditar en la Resurrección de Jesús lleva al alma a maravillarse, no solo por el poder de Jesús en cuanto Dios, porque Él voluntariamente va a la muerte en cruz para salvarnos y luego, voluntariamente, porque Él es la Vida Eterna e Increada en Sí misma, da a su Cuerpo muerto la Vida divina y lo hace no solo para perdonar nuestros pecados, sino para comunicarnos de su misma Vida divina, de su Amor divino, de su Gloria divina y por todo esto, bendecimos y glorificamos al Cordero de Dios, Cristo Jesús, la Lámpara de la Jerusalén celestial, el Cordero de Dios.

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