domingo, 31 de marzo de 2024

Viernes Santo de la Pasión del Señor

 



(Ciclo B – 2024)

            El Viernes Santo es un día de luto para la Iglesia Católica, porque no solo se conmemora, sino que, por el misterio de la liturgia, la Iglesia participa de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo en el Santo Sacrificio de la Cruz. El hecho de que Jesús muera en la cruz, está representado en la postración del sacerdote ministerial al inicio de la celebración: significa que el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, ha muerto en la cruz y si Él, el Sumo Sacerdote, del cual participan sus poderes sacerdotales los sacerdotes ministeriales, está muerto en la cruz, eso significa que los sacerdotes ministeriales han sido, de alguna manera, derribados con Él, ya que sin Jesucristo, ni el sacerdocio ni la Iglesia Católica tienen razón de ser. El sacerdote ministerial se postra en el suelo en señal de duelo, porque ha muerto en la cruz el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo y sin Él, no hay ni sacerdocio, ni Eucaristía, ni sacramentos y tampoco Iglesia, porque Él es la “Piedra que desecharon los arquitectos”, es la Piedra basal de la Iglesia Católica, de su sacerdocio, de sus sacramentos.

            El Viernes Santo es un día de luto, de duelo, para la Iglesia Católica, porque participa del Viernes Santo de hace veinte siglos, en el que, a las tres de la tarde, después de una larga y dolorosa agonía de tres horas, el Hombre-Dios moría en la cruz, luego de entregar su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad para la salvación de los hombres y luego de dejarnos a su Madre como nuestra Madre, como la Madre de todos los hombres nacidos espiritualmente bajo la cruz.

            El Viernes Santo es un día de luto y de tristeza porque, al menos en apariencia, han triunfado sobre la humanidad las triples tinieblas que la envuelven desde el pecado de Adán y Eva: parecen haber triunfado las tinieblas vivientes, los demonios, quienes incitaron al odio satánico contra Jesucristo, hasta lograr su condena a muerte y su crucifixión; parecen haber triunfado las tinieblas de la muerte, que ingresó en la humanidad desde Adán y Eva y esto porque hasta el mismo Hombre-Dios Jesucristo, que es la Vida Eterna en Sí misma, ha muerto en la cruz; parecen haber triunfado las tinieblas del pecado, porque fueron los hombres que, oscurecidas sus mentes y corazones por el pecado, dieron muerte al Dios de la vida, Jesucristo. Pero todos estos triunfos son solo aparentes, porque en la realidad, con su muerte en cruz, Nuestro Señor Jesucristo derrotó para siempre al Demonio y al infierno todo; con su Muerte nos dio la Vida Eterna; con su Sangre derramada borró nuestros pecados y nos concedió la vida de la gracia. Entonces, aun cuando parezca que las tinieblas han triunfado en el Viernes Santo, e infinitamente lejos de tratarse de un “fracaso de Dios”, la Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo se trata sin embargo del triunfo más grandioso y espectacular de Dios Padre Quien, a través de su Hijo Jesucristo, nos dona al Espíritu Santo, Espíritu que es Luz Eterna, Vida Divina y Gracia Increada y así el Hombre-Dios Jesucristo, lejos de fracasar, no solo triunfa definitivamente sobre los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte, sino que nos concede su Vida, que es la Vida Eterna de la Trinidad; nos concede su Amor, el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo y nos abre el Camino al seno del Padre eterno, la Herida abierta de su Corazón traspasado, a través de la cual, por la gracia de Dios, podemos ingresar para llegar al Corazón mismo del Padre Eterno. Entonces, si bien estamos de luto como Iglesia, el Viernes Santo también, en lo más profundo, guardamos una serena paz y una serena alegría, seguros no solo del Triunfo del Hombre-Dios Jesucristo sobre el Demonio, el Pecado y la Muerte, sino también de haber recibido, por su Muerte en Cruz, el Perdón misericordioso de Dios, además de concedernos la Vida Eterna de la Santísima Trinidad por medio de su Sangre derramada en el Monte Calvario.

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