jueves, 12 de mayo de 2016

“Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”


“Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos” (Jn 17, 20-26). Jesús quiere cumplir su misterio pascual, para dar cumplimiento a la voluntad del Padre: que el Amor que une al Padre y al Hijo, el Espíritu Santo, esté en los hombres: “Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”. En una sola frase, Jesús revela el fin de su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección, la inmensidad del Amor misericordioso de Dios para con los hombres, y la doctrina de la inhabitación trinitaria en el alma en gracia. Jesús ofrendará su Cuerpo y su Sangre en la cruz, para que los hombres reciban el Espíritu, y así los hombres, unidos por un mismo espíritu, serán “uno” en Cristo y esta unidad será la más profunda y sublime que pueda ni siquiera imaginarse para una naturaleza creada y tan limitada, como la naturaleza humana: la unión será en el Espíritu Santo, es decir, en el Amor de Dios. Es decir, Dios Trino ama tanto a la humanidad, a los hombres –a cada hombre-, que desea unir a los hombres en su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es esto lo que Jesús pexpresa cuando dice: “Que sean uno (…) para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”. El Amor de Dios, que une al Padre y al Hijo en la eternidad, será el que una a los hombres, en Cristo, con el Padre.
Por el don del Espíritu, el cristiano comienza a vivir una vida nueva, la vida en Cristo Jesús, la vida en el Amor de Dios, y así el cristiano se diferencia radicalmente de todo otro hombre que no haya recibido el don del Espíritu, porque su vida ya no es más la vida creatural, sino una vida absolutamente nueva, la vida que le comunica el Espíritu de Dios, desde el momento en que el Espíritu de Dios, por la gracia, comienza a vivir en él: “ (…) el Espíritu transforma y comunica una vida nueva a aquellos en cuyo interior habita”[1]. El cristiano es transformado porque el Espíritu, que inhabita en su corazón por la gracia santificante, le comunica la vida de Dios; es una vida que es nueva no en un sentido figurado, sino nueva porque Dios, que es Espíritu, inhabitando en él, lo hace partícipe de su propia vida, la vida misma de la Trinidad: “Vemos, pues, la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita”[2].
“Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”. Aquel en el que habita el Espíritu de Dios, aborrece el mundo y sus atractivos, al tiempo que ama lo que ama Dios, porque ama con el amor de Cristo, el Amor con el que el Padre amaba a Cristo desde la eternidad. Para que el Amor de Dios inhabite en nuestros corazones, es que Jesús sufre su dolorosa Pasión.



[1] San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan, Libro 10, 16, 6-7: PG 74, 434.
[2] Cfr. ibídem.

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