“El
que no está conmigo está contra Mí” (Lc
11, 14-23). Jesús expulsa a un demonio mudo, que luego comienza a hablar. Los fariseos
acusan falsamente a Jesús de obrar con el poder de Belzebul, al mismo tiempo
que blasfeman contra el Espíritu Santo: “Éste expulsa a los demonios por el
poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios”. Los fariseos intentan
desacreditar los milagros de Jesús, presentándolo como un instrumento de
Satanás, y esto es lo que explica las fuertes defensas que hace Jesús, porque
en las acusaciones hay verdaderas blasfemias contra el Espíritu Santo.
El
hecho de que el hombre se enferme –y muera por la enfermedad- y sea poseído por
el demonio, son consecuencias de la caída de Adán y Eva a causa del pecado
original. No hay ningún error teológico en atribuir toda enfermedad del hombre al
demonio, porque al consentir al pecado, el hombre se somete al dominio de Satán[1],
que incluye la enfermedad, la muerte y la posesión demoníaca, además del riesgo de la eterna condenación en el infierno. Jesús, el Verbo de
Dios, se encarna para destruir las obras del demonio -la enfermedad y
la posesión demoníaca- y para restablecer el reinado de Dios en la tierra. Si los
fariseos le piden a Jesús una señal para que manifieste que obra por medio del
Espíritu de Dios y no por medio de Satanás, significa que están acusando a
Jesús de estar poseído por un espíritu maligno, lo cual es una blasfemia contra
el Espíritu Santo, porque es atribuirle malicia al Espíritu de Dios. Por eso es
que Jesús les responde duramente, acusándolos a su vez, de estar ellos del lado
de Satanás, porque Él ha expulsado efectivamente a un demonio, y ellos han
demostrado estar en contra suya: “El que no está conmigo, está contra Mí”.
“El que no está conmigo está contra Mí”. Cuidémonos de caer en el fariseísmo como de la misma peste, porque muchos
en la Iglesia, aparentando ser cristianos, demuestran sin embargo, con sus
obras faltas de caridad y misericordia, que están en contra de Jesucristo y que
pertenecen a Satanás.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios
al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1953, 613.
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