“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos” (cfr. Lc 12, 54-59). Jesús les reprocha que saben
interpretar el tiempo meteorológico, porque saben cuándo va a llover y cuándo
va a “hacer calor”, pero no “saben interpretar el tiempo presente”, es decir, “el
signo de los tiempos”, y esto constituye una falta deliberada, porque los
signos de los tiempos pueden ser leídos por quienes quieran leerlos, puesto que
son inteligibles para todo hombre y mucho más para nosotros, que estamos en la
Iglesia Católica y que por lo tanto, poseemos la asistencia del Espíritu Santo.
Si Jesús lo dice, es porque tenemos esa capacidad y poseemos además esta
asistencia del Espíritu, y si no sabemos cuáles son, es porque no la ponemos en
práctica y porque no pedimos la asistencia del Espíritu para conocer los signos
de los tiempos. Desde el momento en que sabemos cuándo va a llover y cuándo va
a hacer calor, debemos saber entonces cuáles son los “signos de los tiempos”.
¿Cuáles
son estos signos de los tiempos, que debemos leer y discernir con nuestra razón
y con la ayuda del Espíritu Santo?
Son
signos de los tiempos, por un lado, las manifestaciones de la oscuridad, y las
principales, son las de la Nueva Era: en nuestros días, proliferan, como nunca
antes en toda la historia de la humanidad, la brujería, el satanismo, el
gnosticismo, el ocultismo, el esoterismo, la religión wicca -que es brujería
moderna-, el tarot, el culto a los extraterrestres –que es culto a los
demonios-, la superstición desenfrenada y a cara descubierta –el Gauchito Gil,
San La Muerte, la Difunta Correa-, y toda clase de religiones paganas y
neo-paganas que manifiestan, de modo inocultable, que las fuerzas del Infierno
se han desencadenado sobre la tierra y que buscan seducir a un gran número de
almas, para perderlas por medio de la superstición, de la ignorancia, del error
y de la herejía. Pero ante el gnosticismo, la superstición y la falsedad
intrínseca de la Nueva Era, está la Palabra de Dios, que nos dice: “Las puertas
del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18).
Son
signos de los tiempos, por otro lado, las manifestaciones de la luz y la
principal de todas, las de la Iglesia Católica, a través de sus sacramentos,
sobre todo, la Eucaristía y el Sacramento de la Confesión: ambos sacramentos
nos hablan de la Presencia del Emmanuel, de “Dios entre nosotros”. Los sacramentos
–principalmente, la Eucaristía y la Confesión sacramental-, no son “cosas”,
sino “eventos de salvación”, que actualizan y hacen presentes al Hombre-Dios
Jesucristo con su misterio pascual salvífico y redentor; los sacramentos son
acciones de la Iglesia por medio de las cuales ingresa, en nuestro tiempo
humano y terreno, la eternidad salvífica de Jesucristo, el Cordero de Dios,
quien derrama por medio de ellos su Sangre sobre las almas, lavándolas del
pecado y purificándolas con su gracia y concediéndoles la gracia santificante,
injertando en ellas la semilla de la vida eterna, concediéndoles la vida nueva
de los hijos de Dios, la vida de la gracia, y preparándolas para la vida eterna,
la vida en el Reino de los cielos. La Iglesia Católica y sus sacramentos, en
este sentido, es el Gran Signo de los tiempos, y su presencia activa, nos está
hablando acerca de la caducidad de esta vida terrena y de la proximidad
inminente de la vida eterna en el Reino de Dios, vida beata y feliz para la
cual nos prepara con los sacramentos, y éste es el signo de los tiempos por
excelencia.
“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos”. El “signo
de los tiempos” más preclaro es la Iglesia Católica con sus sacramentos, puesto
que nos habla de la vida eterna que nos espera, y es para esa vida eterna para
la cual nos debemos preparar, a cada instante, en cada segundo de vida de esta
vida terrena que nos queda por vivir. Ésa es la lectura y el discernimiento que
debemos hacer del “signo de los tiempos”: vivir cada segundo de la vida terrena
que nos queda, en la gracia de Dios, por medio de los sacramentos de la Santa
Iglesia Católica –principalmente, Eucaristía y Confesión sacramental-,
preparándonos para la vida eterna en el Reino de los cielos.
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