(Domingo
II - TN - Ciclo B – 2021)
“Vieron al Niño con María, su Madre y cayendo de rodillas lo
adoraron (…) y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2, 1-12). Los Reyes Magos, guiados
por la Estrella de Belén, se dirigen hacia el Portal de Belén con la intención
explícita de adorar al Niño, a quien llaman “rey”: “Venimos a adorar al Rey”. Una
vez que se encuentran delante del Niño y su Madre, la Virgen, según el relato
del Evangelio, se postran en adoración ante el Niño y luego de adorarlo le
ofrecen los dones que le habían traído: oro, incienso y mirra. Teniendo en
cuenta que la Sagrada Escritura es, además de un libro religioso, un libro de
historia –lo cual significa que los hechos relatados son reales y no ficticios,
ni simbólicos, ni metafóricos-, la escena de la Adoración de los Reyes Magos
nos revela datos sobrenaturales –sobrenatural indica que viene del Cielo, que
no es una acción originada en los hombres ni en los ángeles- que no se
encuentran explícitamente narrados, pero que no por eso no son reales.
Uno de los datos sobrenaturales es la Estrella de Belén. La Estrella
de Belén, una verdadera estrella en el sentido de ser un cuerpo espacial
brillante que puede ser localizado en el firmamento, es prefiguración de la
Virgen Santísima, porque Ella es la Estrella de Belén espiritual y celestial,
que guía a las almas hasta su Hijo Jesús: así como la Estrella de Belén, la
estrella cosmológica, que con su brillo condujo a los Reyes Magos hasta donde
estaba el Niño Dios, así la Estrella de Belén espiritual, María Santísima,
conduce y guía a las almas hasta el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico,
donde se encuentra su Hijo Jesús, en la Eucaristía, donándose a Sí mismo como
Pan de Vida eterna.
Otro de los datos sobrenaturales es la intención explícita
de los Reyes Magos de adorar al Niño, tal como ellos mismos lo declaran: “Venimos
a adorar al Rey”. Esto indica que sus mentes y corazones han sido iluminados
por la luz del Espíritu Santo y que por lo tanto saben que ese Niño nacido en
un Portal, en Belén, en Palestina, es Dios Hijo encarnado y no meramente un
niño hebreo más entre tantos. De otra forma, no tendría sentido el acudir a
adorar a un niño, si este Niño no fuera Dios encarnado.
Otro dato es el reconocimiento de los Reyes Magos de la
reyecía del Niño de Belén: lo llaman explícitamente “Rey” y siendo ellos mismos
reyes, y por lo tanto como reyes no deberían someterse a otro rey, sin embargo
no sólo lo reconocen como Rey, sino que lo adoran. Es decir, ellos dejan de
lado su condición de ser ellos mismos reyes, para postrarse en adoración ante
un niño recién nacido: esto no tendría sentido si no tuvieran el conocimiento
infuso, sobrenatural, dado por el Espíritu Santo, acerca del Niño de Belén,
quien en cuanto Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, es “Rey de reyes y Señor
de señores”. Es decir, los Reyes Magos reconocen en el Niño de Belén una
reyecía que supera infinitamente cualquier reyecía de la tierra, una reyecía de
origen celestial, sobrenatural, que conduce a la adoración a aquel que se
encuentre delante del Niño de Belén. Que los Reyes Magos sepan diferenciar entre
la reyecía celestial y sobrenatural del Niño de Belén y las reyecías humanas,
se comprueba por el hecho de que, por un lado, ellos mismos son reyes, pero
hacen caso omiso de la reyecía de ellos, ya que es puramente humana y se
postran ante el Niño de Belén, reconociéndolo como “Rey de reyes y Señor de
señores”; por otro lado, en cambio, tratan de igual a igual con Herodes, quien
también es rey, pero los Reyes Magos no se postran ante Herodes, porque saben
distinguir bien que la reyecía de Herodes es humana y que Herodes mismo es
humano, como ellos y por eso no se postran ante él ni lo adoran, como sí lo
hacen ante el Niño Jesús.
Otro dato sobrenatural son los dones que los Reyes Magos
traen al Niño: oro, incienso y mirra. Además de ser los dones en sí mismos un
reconocimiento explícito de la condición del Niño de Belén de ser Rey de reyes
y Señor de señores, los dones tienen un sentido sobrenatural: así, el oro representa
la adoración del hombre ante Dios, esto es, el reconocimiento, por parte del
hombre, de ser “nada mas pecado”, delante de Dios; la adoración implica que el
hombre se anonada, pero no por un gesto de condescendencia del hombre hacia
Dios, como si el hombre hiciera un gesto de humildad que Dios debiera
reconocer, al reconocerse el hombre como “nada”, sino que la adoración es lo
que corresponde a la realidad ontológica del hombre frente a Dios: el hombre es
“nada” ante Dios, porque Dios es el Acto de Ser Purísimo y Perfectísimo que
crea el ser del hombre; en otras palabras, sin Dios Trinidad, el hombre no
tiene el ser y es esto lo que significa que sea “nada” delante de Dios, porque
el ser participado y creado que tiene el hombre, lo tiene por el infinito Amor
de Dios, que de la nada lo trae al ser y del ser a la existencia. En la
adoración está implícito también el auto-reconocimiento del hombre de ser no
sólo “nada” ante Dios, sino que es “nada mas pecado”, porque desde Adán y Eva,
todo hombre nace con el ser, pero privado de la gracia y contaminado con el
pecado original. El oro, entonces, representa la adoración que el hombre debe a
Dios Uno y Trino, por el solo hecho de ser Dios lo que Es: Dios de infinita
santidad, bondad, sabiduría, poder y justicia.
El
incienso donado por los Reyes Magos al Niño Dios representa la oración, es
decir, la elevación del alma hacia Dios Trinidad: sin la oración, el alma
perece, porque por la oración el alma entra en contacto con Dios y Dios lo hace
partícipe de su Vida divina, de modo que el hombre, si no hace oración, está
muerto espiritualmente hablando, porque no recibe la Vida de Dios; en cambio,
si hace oración, está vivo, pero no solo con su vida natural humana, sino vivo
con la Vida divina, de la cual la oración lo hace partícipe.
La
mirra donada por los Reyes Magos representa a la humanidad, en un doble
sentido: por un lado, representa a la Humanidad Santísima del Niño de Belén,
que es ungida con el aceite perfumado del Espíritu Santo en el momento de la
Encarnación; por otro lado, la mirra representa la humanidad de todos y cada
uno de los hombres, que se postran en adoración ante el Cordero de Dios,
pidiéndole la gracia de ser ungidos con el Fuego del Divino Amor, el Espíritu
Santo, para que así la humanidad pueda despedir un suave perfume de dulce
fragancia, tal como lo hace la mirra cuando se pone en contacto con el fuego.
“Vieron
al Niño con María, su Madre y cayendo de rodillas lo adoraron (…) y le
ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra”. Pidamos la luz del Espíritu Santo
para que, imitando a los Reyes Magos, que reconocieron a Dios Hijo oculto en la
Humanidad del Niño de Belén, también nosotros seamos capaces de reconocer a ese
mismo Dios Hijo, oculto en la apariencia de pan, en la Eucaristía y, al igual
que ellos, guiados por el mismo Espíritu Santo, nos postremos en adoración ante
el Niño Dios, Presente en Persona en el Santísimo Sacramento del altar.
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