martes, 30 de diciembre de 2014

Octava de Navidad 6 2014 Los Magos


         Los Reyes Magos vienen de lejos a adorar al Niño del Pesebre. No se trata de una visita de cortesía; no se trata de una “embajada cultural”, al estilo de las que suelen hacer los delegados de los países para con los representantes de otros países; no se trata de una visita por curiosidad: los Reyes Magos van a “adorar” al Niño del Pesebre de Belén, y lo van a adorar, porque saben, en sus corazones, que ese Niño no es un niño humano más, entre tantos, sino el Niño-Dios; saben, porque han sido iluminados por el Espíritu Santo, que ese Niño es Dios Hijo encarnado, que ha venido a este mundo para, precisamente, encarnarse y ofrecer su Cuerpo como ofrenda Preciosísima, en rescate por la humanidad. Los Reyes Magos han sido avisados por medios sobrenaturales, acerca del Nacimiento y han sido guiados por la Estrella de Belén, quien los ha conducido al lugar exacto del Nacimiento; la Estrella de Belén no solo es una estrella material, física, real, que se desplaza en el cosmos, guiando a los Magos, sino que es también el símbolo de la gracia interna que, iluminando las mentes y los corazones de los Magos de Oriente, les concede el conocimiento sobrenatural acerca del Niño del Pesebre -conocimiento que les hace saber que el Niño es Dios Hijo encarnado-, y enciende sus corazones en el ardor del Amor celestial a ese Dios hecho Niño que, por amor y solo por amor, ha venido a este mundo para rescatar al hombre, que vive “en tinieblas y en sombras de muerte”. Los Reyes Magos, que son príncipes y nobles y por esto son Reyes, y son sabios y letrados, y por esto son Magos, son ennoblecidos e ilustrados de modo sobrenatural por la gracia santificante, que al iluminar sus mentes y sus corazones, les hace partícipes del conocimiento y del amor sobrenatural que el mismo Dios experimenta por sí mismo, y este es el motivo por el que los Magos aman y adoran al Niño como a su Dios, y no como a un mero niño más. Y por esto mismo es que, al visitar al Niño, le llevan sus dones, con los cuales reconocen su reyecía –oro-, su mesianidad –mirra- y su divinidad –incienso-.

         Al igual que los Reyes Magos, también nosotros, iluminados por la fe de la Iglesia y guiados en nuestros corazones por la luz de la gracia santificante, adoremos al Niño Dios, el Niño del Pesebre de Belén, que está Presente, glorioso y resucitado en la Eucaristía, en donde prolonga su Encarnación y puesto que no tenemos oro, mirra ni incienso, le ofrezcamos, postrándonos a sus pies, nuestros pobres dones: el oro de nuestras buenas obras, la mirra de nuestro amor y el incienso de nuestra adoración.

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