viernes, 6 de enero de 2017

Solemnidad de la Epifanía del Señor



(Ciclo A – 2107)

         Dios Hijo encarnado manifiesta su gloria, dejándola resplandecer a través de su Cuerpo de infante, a los Reyes Magos, y estos lo adoran, postrándose ante Él y ofreciéndole sus dones: oro, incienso y mirra. En los dones que los Magos le ofrecen al Niño Jesús, están representados los elementos esenciales de nuestra fe católica en Cristo Jesús: mirra, para adorar su Carne, la Carne del Cordero de Dios; oro, para glorificar su divinidad, puesto que el Niño ante el que se postran no es un niño más entre tantos, sino que es la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en una naturaleza humana; incienso, para representar la oración del hombre que, surgiendo desde lo más profundo del corazón, realizada desde un pobre Portal en Belén, al ser elevada por la gracia, llega hasta la majestad del cielo, hasta el trono del Cordero en los cielos.
         Los Reyes Magos fueron guiados por la Estrella de Belén, una estrella real, verdadera, cósmica, que los condujo hasta el lugar mismo en donde estaba el Niño Dios, el Rey de las naciones. La Estrella de Belén, real y verdadera, es representación al mismo tiempo de la verdadera Estrella de Belén, María Santísima, quien nos conduce, en la noche de esta vida, hasta su Hijo Jesús, para que postrándonos ante Él, le ofrezcamos los dones de nuestro pobre corazón: la oración, la adoración y el amor.
         Pero la adoración de los Magos al Niño Dios, habiendo sucedido una vez en el tiempo, no se limita sin embargo, ni a los Reyes Magos, ni a ese momento preciso de la historia en el que el Niño Dios se manifestó con su gloria celestial –en eso consiste la Epifanía- a los Reyes Magos, en quienes estaban representados los pueblos paganos, convertidos por la fe: también nosotros, alejados en el tiempo y en el espacio del Portal de Belén, podemos adorar a nuestro Dios, que viene a nosotros como Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Así, el altar eucarístico se convierte en un Nuevo Belén, en donde, por el misterio de la liturgia eucarística, se presenta para nuestra adoración y contemplación, el mismo Niño Dios al que adoraron los Magos, aunque esta vez no se manifiesta como Niño Dios, sino como Eucaristía, es decir, como Pan Vivo bajado del cielo.

         Entonces, al igual que los Reyes Magos, que guiados por la Estrella de Belén, al llegar ante el Niño se postraron y lo adoraron, ofreciéndoles los dones de incienso, oro y mirra, así también nosotros, guiados por la mística Estrella de Belén, la Virgen y Madre de Dios, María Santísima, llegando ante el altar eucarístico, Nuevo Portal de Belén, nos postramos ante el Niño Dios, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, y le ofrecemos, con gozo y admiración, los dones de nuestros pobres corazones, contritos y humillados: el incienso de la oración, el oro de la glorificación y la mirra de la adoración eucarística.

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