(Domingo
V - TP - Ciclo C – 2016)
“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los
otros, como Yo los he amado” (Jn 13,
31-33a). Ante las palabras de Jesús en
la Última Cena, surgen estas preguntas: ¿puede Jesús dar un “mandamiento
nuevo”, que se agrega, como tal, a los Diez Mandamientos de Moisés? ¿No es una
prerrogativa de Dios dar Mandamientos a los hombres? Si es verdaderamente un
Mandamiento nuevo, ¿en qué consiste?
Hay que responder que, por un lado, sí es prerrogativa de
Dios dar Mandamientos a los hombres, pero puesto que Jesús es Dios, puede hacerlo, en cuanto Dios que Es; es decir, sí es su
prerrogativa. Pero para entender un poco mejor este Mandamiento Nuevo de Jesús,
hay que compararlo con el Mandamiento anterior y ver cuál es la diferencia, es
decir, en qué consiste la novedad. Antes de este Mandamiento Nuevo, también
existía el mandamiento del amor, puesto que el Primer Mandamiento mandaba “amar
a Dios y al prójimo como a uno mismo”, pero este mandamiento tenía diferencias:
Dios era sólo Uno y no Trino, porque todavía no estaba revelado que en Dios Uno
hubiera una Trinidad de Personas divinas; por otro lado, el amor con el que se
mandaba amar, era sólo el amor humano, con todos los límites que tiene el amor humano
–a menudo, es superficial, se deja llevar por las apariencias, es débil, entre
otras carencias-; por último, se consideraba “prójimo” sólo a quien
perteneciera a la misma raza o a quien profesara la misma religión; para el
resto, es decir, para los gentiles, se aplicaba la ley del Talión: “Ojo por ojo
y diente por diente”. Éste era el mandamiento del amor según la Ley de Moisés.
A
partir de Jesús, que es quien da el nuevo mandamiento -“Les doy un mandamiento
nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado” -, hay que decir que este Nuevo Mandamiento, por un lado,
no se contradice con el mandamiento del amor dado por Él mismo en el Sinaí, a
Moisés, sino que se continúa en la misma dirección, que es la dirección del
amor, pero ahora este mandamiento es verdaderamente nuevo, por varias razones. Por
un lado, porque se trata de amar al prójimo –y a Dios, por supuesto, que ahora se revela como Trinidad de Personas-,
con un nuevo amor, con una fuerza nueva, la fuerza del Divino Amor del Sagrado
Corazón de Jesús; por otro lado, al ser un Amor que no es el amor meramente
humano, adquiere nuevos límites y este límite nuevo no es ya el límite del amor
propio de la naturaleza humana, como en sucedía en el mandamiento del Antiguo
Testamento, sino que es el límite ilimitado –valga la paradoja- del Amor Divino
–y, por lo tanto, infinito y eterno- con el que Jesús nos ha amado desde la
cruz, ya que esto es lo que dice Jesús explícitamente: “Ámense los unos a los
otros, como Yo los he amado”, y Jesús
nos ha amado hasta la muerte de cruz. Por último, el amor con el que se debe
amar al prójimo, no se circunscribe al amor del prójimo que es “amigo”, sino
que se extiende a todo prójimo, empezando por aquel que, por motivos
circunstanciales, es nuestro enemigo, porque el mandato de la caridad implica
este amor: “Ama a tu enemigo” (cfr. Mt 5, 44).
“Les
doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he
amado”. A partir del Mandamiento nuevo, la Ley del Talión queda abolida para
dar lugar a la Ley de la Caridad, del Amor sobrenatural de Dios, que exige amar
a nuestro prójimo –incluido el enemigo- con el mismo Amor con el que nos amó el
Sagrado Corazón de Jesús desde la cruz, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es en
esto en lo que radica el “mandamiento nuevo” que nos da Jesús. Por último, ¿dónde
conseguir este Amor de Jesús, que nos permita cumplir el mandamiento nuevo, de
amar al prójimo, incluido el enemigo, hasta la muerte de cruz? En dos lugares:
arrodillados ante Jesús crucificado, y en la Eucaristía, recibiendo en gracia a Jesús
Sacramentado.
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