(Domingo V - TP - Ciclo
C – 2013)
“Amaos los unos a los
otros como Yo os he amado”. Los judíos ya conocían el mandato del amor al
prójimo, pero ahora Jesús da un mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros
como Yo os he amado”. No se trata de amar con un amor meramente humano, como el
del Antiguo Testamento, y selectivo, porque era sólo para los que pertenecían
al Pueblo Elegido. Ahora, es extensivo a todos –incluidos los enemigos, en
primer lugar- y, principalmente, y en esto constituye su radical novedad, como
Cristo nos ha amado.
¿Y
cómo nos ha amado Cristo? Con un Amor de Cruz. ¿Cómo es el Amor de Cruz? Basta
contemplarlo a Él crucificado: es un Amor hasta la muerte, literalmente
hablando, porque vence a la muerte. Es un Amor de origen celestial, por eso es
más fuerte que la muerte, porque aunque Cristo muere en la Cruz, con su muerte
destruye a la muerte del hombre, ya que la fuerza del Amor divino que inhabita
en Él y lo anima, es infinitamente más poderosa que la fuerza poderosa de la
muerte; es el Amor del cual se habla en el Cantar de los Cantares: “Grábame
como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu lazo, porque el Amor es
fuerte como la Muerte, inflexibles como el Abismo son los celos. Sus flechas
son flechas de fuego, sus llamas, llamas del Señor. Las aguas torrenciales no
pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (8, 6-7). Como dice el Cantar de
los Cantares, el fuego ardiente del Amor es una llama divina, una llama de
fuego que surge del mismo Ser divino, y es la razón por la cual el Sagrado
Corazón está envuelto en llamas, llamas que al entrar en contacto con el alma
de Santa Margarita María de Alacquoque, la enciende en el éxtasis de amor.
Santa Teresa de Ávila, a su vez, compara al Amor de Dios con un brasero
encendido: basta una pequeñísima chispa que salte de este brasero, para que el
alma quede encendida en el más ardiente amor por Dios.
Este
Amor divino, que es más fuerte que la muerte del hombre, es el Amor con el cual
Cristo nos ama desde la Cruz, y es el Amor con el cual debemos amar al prójimo,
en el cumplimiento del mandamiento nuevo del Amor.
Cristo
muere en Cruz para dar muerte a la muerte; la muerte del Hombre-Dios mata a la
muerte del hombre sin Dios, para donarle e insuflarle una nueva vida, la vida
de la gracia, la vida participada de la Santísima Trinidad. El Amor de Cristo,
siendo el Amor del Hombre-Dios, es un Amor de origen celestial; es el mismo
Amor de la Santísima Trinidad, es el Amor-Persona, la Tercera Persona, de la
Santísima Trinidad, y este es el motivo por el cual Cristo vence a la muerte en
la Cruz. Además, vence al odio del infierno, con el poder del Amor divino, y
vence al pecado, con el poder de la santidad divina. En la Cruz encuentran la
muerte los tres enemigos mortales del hombre: el demonio, la muerte y el
pecado.
Es con este Amor de Cruz, un amor más
fuerte que la muerte, un Amor que es de origen celestial, porque surge del Ser
mismo trinitario, con el cual el cristiano debe amar a su prójimo. Para cumplir
el mandamiento nuevo que deja Cristo, es necesario estar revestidos de ese
Amor, y para estar revestidos de ese Amor, hay que acudir a la Fuente
Inagotable de donde este Amor mana, y es el Sagrado Corazón traspasado de
Jesús. Quien no acude a esta fuente, quien no bebe de este Amor, no podrá luego
vivir el mandamiento nuevo, que es mandamiento nuevo porque es nuevo el Amor
con el cual hay que vivirlo.
¿Cómo
se manifiesta este Amor en la vida cotidiana?
Variará según el estado de cada persona, pero es
válido para toda persona de toda edad. Así, para los hijos, significará amar a
los padres no con el solo amor humano, sino con el Amor de Cristo, y esto
quiere decir no solo nunca levantar la voz, sino amarlos desde lo profundo del
corazón, pasando por alto sus errores, agradeciendo sus correcciones,
consolándolos en sus pesares, ayudándolos en todo momento, agradeciendo el
hecho de ser progenitores, porque ellos cooperaron con Dios para traerlos a la
vida. Cristo es Dios Hijo, que en la Cruz entrega su vida en obediencia a Dios
Padre, movido por el Amor de Dios Espíritu Santo, y así es ejemplo para todo
hijo que desee amar a sus padres según el mandamiento nuevo de Jesús.
Para
los hermanos, significará amar a los hermanos con el Amor de la Cruz, que
quiere decir ser pacientes, generosos, compañeros, amigos de los propios
hermanos; quiere decir ser sostén en los momentos difíciles, alegrarse por sus
triunfos, ser bondadosos y pacientes. Los hermanos están en la vida, puestos
por Dios, para que aprendamos a amar, a ser bondadosos, a compartir, y no para
rivalizar, pelear, o sentir envidia. Cristo en la Cruz es nuestro Hermano, que
ha dado su vida para salvarnos, y por eso es el modelo para todo hermano que se
pregunte hasta dónde debe amar a su hermano.
Para
los esposos, amar como Cristo nos amó desde la Cruz, significa ser pacientes,
caritativos el uno con el otro, dialogar, evitar la confrontación, evitar la
discordia, evitar las rencillas, las impaciencias; significa perdonar y pedir
perdón. Cristo en la Cruz es el modelo para todos los esposos que quieran
amarse mutuamente con el Amor del mandamiento nuevo: Cristo es el Esposo de la
Iglesia Esposa, que da su vida por Amor a su Esposa, entregando su vida en la
Cruz; la Iglesia Esposa, a su vez, corresponde a este amor amándolo con su
mismo amor y siendo fiel a su Esposo. Así como es impensable un Cristo Esposo
sin la Iglesia Esposa, así es impensable una Iglesia Esposa, y de la misma
manera, es impensable un matrimonio en donde no existan el amor y la fidelidad
mutua, porque el amor y la fidelidad se derivan de Cristo Esposo en la Cruz.
Para
todos los cristianos, amar como nos amó Cristo, hasta la muerte de Cruz,
significa estar dispuestos a perder la vida antes que cometer un pecado contra
el prójimo, ni siquiera venial, y mucho menos mortal. Significa no solo estar
dispuestos a morir antes que faltar al amor contra el prójimo, sino ante todo
obrar para con el prójimo obras de misericordia, tanto corporales como
espirituales. Este Amor se extiende también hasta la otra vida, porque implica
el amor a los prójimos que sufren en el Purgatorio, y la forma de ejercitar
este amor a las Almas del Purgatorio es rezar y ofrecer sufragios por ellas. Si
el amor al prójimo que vive en esta vida se manifiesta en dar de comer y de
beber, el amor al prójimo que vive en el Purgatorio, se manifiesta en la
limosna espiritual que significa el rezar por ellos, porque así se mitigan sus
dolores y su hambre y su sed de ver a Dios cara a cara.
Jesús
nos deja, entonces, un mandamiento nuevo, que es amar al prójimo como Él nos ha
amado desde la Cruz: con un amor inagotable, un amor que va más allá de la
muerte, porque es más fuerte que la muerte.
Pero
Jesús no es solo ejemplo de Amor; Él es el Dador del Amor, porque siendo Dios
Hijo, Él espira, junto a Dios Padre, a Dios Espíritu Santo, y así, desde la
Cruz, y también desde la Eucaristía, nos infunde su Amor, con el cual podemos
amar a los demás con su mismo Amor.
“Amaos
los unos a los otros como Yo os he amado”. El mandamiento nuevo de Jesús es
posible de cumplir sólo haciendo oración al pie de la Cruz, en donde se aprende
cómo amar como Jesús, y recibiendo en estado de gracia la Eucaristía, en donde
se recibe el Amor mismo de Jesús, el Amor con el cual Él nos amó desde la Cruz.
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