“¿El bautismo de Juan viene del cielo o de los hombres?” (Mt 21, 23-27). Con una sola pregunta,
Jesús desarma el ataque verbal de los fariseos y escribas, que le habían
cuestionado el hecho de enseñar Él en el templo: “¿Con qué autoridad enseñas
estas cosas?”, “¿Quién te ha dado esta autoridad?”.
Al contestarles con una pregunta acerca del bautismo de
Juan, si venía del cielo o de los hombres, Jesús los desarma intelectualmente porque
los fariseos reconocen que de cualquier manera que respondan, quedarán en
evidencia: si responden que el bautismo de Juan era del cielo, quedan en
evidencia por no haberlo seguido; si responden que el bautismo de Juan era de
los hombres, deberían enfrentarse al pueblo, que estimaba a Juan como un
profeta que hablaba en nombre del cielo.
Pero
lo más importante es que Jesús, además de dejarlos sin respuestas, les contesta
su pregunta acerca de con qué autoridad enseña en el templo, y la respuesta
tácita de Jesús sería así: “Si el bautismo de Juan viene del cielo –como lo
reconocen los propios fariseos- entonces Yo hablo con mi propia autoridad,
porque el Bautista me señaló a mí como el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo, que bautizará en Espíritu y en fuego”, y esto solo lo puede hacer
Dios. Si Yo lo hago, según Juan el Bautista, entonces soy Dios y tengo la
autoridad que emana de mi Ser divino para enseñar en el templo”.
Además
del testimonio de Juan, la condición de Jesús como Hombre-Dios y su autoridad
consecuente, se derivan de su poder de hacer milagros, puesto que se trata de
obras que solo Dios puede hacer. En síntesis, la enseñanza del Evangelio es que
Jesús tiene autoridad para enseñar en el Evangelio tanto por el hecho de ser
llamado por el Bautista “Cordero de Dios”, como atestiguar su condición divina
por medio de sus milagros. Sin embargo, a pesar de las respuestas, los fariseos
y escribas terminaron crucificando a Jesús.
Ahora
bien, el mismo cuestionamiento se da hoy, desde la sociedad hacia la Iglesia, e
incluso entre muchos de los bautizados. Estos, al contradecir los Mandamientos
de Dios y los preceptos de la Iglesia, parecen decirle a la Iglesia: “¿Con qué
autoridad enseñas estas cosas?”. Es decir, tanto el mundo, como muchos de los
bautizados, cuestionan al Magisterio de la Iglesia, la condición de la Iglesia
de ser “Mater y Magistra”, “Madre y Maestra” de las almas, y es así como se
oponen activamente a sus enseñanzas, contradiciéndolas por medio de la adopción
de un estilo de vida anti-cristiano.
Ante
el cuestionamiento a su autoridad de enseñar a las almas y al mundo que deben
vivir según los Mandamientos de Dios, la Iglesia da como argumento su condición
de Esposa del Cordero, que en cuanto tal es la única que tiene el poder divino
de transubstanciar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. A quien cuestiona
a la Iglesia su autoridad para enseñar, la Iglesia les responde: “Enseño con la
autoridad de ser la Única que lo engendra, por el poder del Espíritu Santo, en
mi seno, el altar eucarístico”. La Iglesia enseña con la autoridad divina,
porque es la única que tiene el poder de convertir el pan y el vino, en el
Cuerpo y la Sangre del Cordero.
Y
al igual que sucedió con los fariseos, que a pesar de saber que Jesús era Dios,
lo crucificaron, así también el mundo, a pesar de reconocer que la Iglesia es
la única Iglesia de Dios, terminará crucificándola, cuando se produzca la
última persecución sangrienta, antes de la Parusía.
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