domingo, 20 de octubre de 2013

“Cuídense de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”


“Cuídense de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas” (Lc 12, 13-21). Con la parábola de un hombre rico que se despreocupa por su destino eterno, Jesús nos advierte acerca del peligro que significa apegar el corazón al dinero y a las riquezas terrenas: puesto que estas riquezas materiales proporcionan una falsa sensación de seguridad, llevan a la persona a olvidarse de que esta vida se termina pronto y que luego habrá de dar cuentas a Dios, Juez Supremo, sobre el uso que dio a dichos bienes. La avaricia, la acumulación excesiva e inútil de riquezas terrenas, conlleva el peligro de la muerte eterna, porque hace despreocuparse al hombre acerca de su Juicio Particular, y esta es la razón por la cual Jesús nos pide que no pongamos nuestro corazón en estas riquezas.
“Cuídense de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Jesús nos advierte que la avaricia nos lleva a apegar el corazón a los bienes materiales y que esto es un grave impedimento para entrar en el cielo, pero al mismo tiempo nos hace ver que hay otras riquezas a las que sí tenemos que apegar el corazón, riquezas de las cuales sí tenemos que ser “sanamente avaros”, y son las riquezas espirituales, riquezas que son tesoros inestimables que sí tenemos que “acumular en el cielo”, donde “ni la polilla ni el orín corrompen y donde los ladrones no minan ni hurtan” (Mt 6, 19-20); Jesús nos pide que apeguemos nuestro corazón no a las riquezas terrenas, sino a las riquezas del cielo, porque “allí donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón” (Mt 6, 21). Para quien desea acumular bienes con avaricia, que acumule bienes sí, pero espirituales en el cielo, y no los bienes materiales en la tierra, porque Jesús vendrá a buscarnos de improviso y para ese día tenemos que tener los bolsillos vacíos de dinero –llamado “el excremento del demonio” por los santos y por el Papa Francisco recientemente-, y el corazón lleno de tesoros celestiales, el primero de todo, la gracia santificante.
“Cuídense de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. La vida terrena de un hombre no está asegurada por las riquezas materiales, pero sí está asegurada su vida eterna por sus riquezas espirituales: su amor a Dios y al prójimo; su caridad manifestada en obras; su mortificación; su fe; sus obras de misericordia; sus asistencias a Misa como si estuviera yendo al Calvario; sus comuniones sacramentales y espirituales hechas con amor y devoción; sus rezos diarios del Santo Rosario; su consagración diaria al Inmaculado Corazón de María; su ofrecimiento diario en la Santa Misa como víctima de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, a favor de sus hermanos; su oración y mortificación constante pidiendo la propia conversión, la de los seres queridos y la de todo el mundo.

Es esto entonces lo que nos dice Jesús, con relación a las riquezas: “Cuídense de toda avaricia porque la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas; atesoren, en cambio, tesoros en el cielo, porque esas riquezas les procurarán la eterna bienaventuranza”. 

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